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Encrucijada

PPCV: renovarse o morir

Los populares se enfrentan al reto de reinventarse tras el «tsunami» electoral y la avalancha de casos de corrupción

PPCV: renovarse o morir

«El Rey ha muerto, viva el Rey». La frase y lo que ella conlleva ha sido el pan de cada día en la historia del Partido Popular de la Comunitat Valenciana, sobre todo en sus veinte años de hegemonía. Dos décadas en las que se han sucedido varios liderazgos (Zaplana, Camps, Carlos Fabra, Alfonso Rus ) y donde la búsqueda de padrinos ha sido clave para aquellos que ambicionaban ser algo más en el partido. Las lealtades han cambiado de bando en función de las circunstancias y de las necesidades particulares, pero 'ser de alguien' era fundamental en las carreras políticas, el pasaporte que permitía entrar en un lista electoral, aunque también caer si los vientos soplaban hacia otro lado.

Las cosas, sin embargo, han cambiado y mucho en el PPCV. Los padrinos y las madrinas han muerto, han sido tragados por el lodazal de la corrupción y hoy lo mejor que le puede pasar a quien aspire a estar en la primera línea es que su nombre no esté ligado a nadie, sobre todo si el referente ha estado salpicado por asuntos turbios. Hay apellidos malditos desde hace tiempo (Zaplana, Fabra, Camps, Cotino) y otros contaminados de forma más reciente (Castellano, Rus, Barberá) que un día abrían puertas a los suyos y que hoy son un lastre. No hay mayor signo de que el PPCV está en un punto de inflexión que éste, que todos sus referentes están enterrados, políticamente hablando. Sólo ha quedado a salvo de la quema el expresidente de la Generalitat, Alberto Fabra, si bien, de todos los citados, fue el que tuvo el liderazgo más débil. Génova lo aupó a la presidencia y un año después le retiró la confianza. No tuvo, podría decirse, una legión de leales.

En esta encrucijada se encuentran la actual cúpula regional del PPCV capitaneada por Isabel Bonig y los tres presidentes provinciales, José Císcar, Javier Moliner, y Vicente Betoret. Todos ellos, tienen un pasado: Bonig y Císcar fueron exconsellers de Alberto Fabra, Moliner, la mano derecha del expresidente en Castelló y Betoret era el 'hijo político' que adoptó Rus, aquel al que el otrora barón quería como sucesor en la Generalitat. Bonig, además, ha estado bajo el amparo de Barberá, su principal aliada para ser la nueva lideresa del PPCV. Los cuatro, sin embargo, se han conjurado para cortar con el pasado y mirar hacia el futuro. Aquello de renovarse y morir.

Con este lema por bandera y con la maldición de la operación Taula y del resto de casos de corrupción (Brugal, Noos, Gürtel, Avialsa, etc) debilitando las siglas, los actuales dirigentes del PPCV (también tiene un papel protagonista la coordinadora general, la oriolana Eva Ortiz) han dado esta semana un paso que poco tiempo atrás hubiera parecido impensable. Plantarse ante Génova y reclamar mayor autonomía, incluso una refundación del partido, que incluya un cambio de siglas. En una organización tan vertical como el PP y tras décadas de sucursalismo respecto de la capital, la sola demanda era impensable, un suicidio en toda regla.

La tormenta perfecta

Lo cierto es que el PPCV está viviendo la tormenta perfecta: pérdida de prácticamente todo su poder institucional tras la debacle electoral de mayo y sucesión de escándalos de corrupción con la traca final de la Operación Taula. La cúpula provincial de Valencia con Rus a la cabeza ha pasado por el calabozo y el núcleo duro de la exalcaldesa está imputada.

Los populares se enfrentan a un panorama desolador (podría decirse que dramático) en el «cap i casal», antaño una máquina de hacer votos y dirigida con mano de hierro por una mujer que Rajoy adoraba, un icono que ahora incomoda. El futuro más próximo pasa por nombrar una gestora y por el desmantelamiento del grupo municipal, que podría incluso quedarse con un solo concejal.

Ante esta tesitura, los dirigentes del PPCV admiten en privado que, o se da un golpe de timón, o el partido podría quedarse sin espacio político en la Comunitat Valenciana, embarcarse en una travesía en el desierto, similar a la que recorrió el PSPV, ante de recuperar la Generalitat. El pasado viernes, Bonig anunció que tenía luz verde de Génova para preparar el congreso de la reconstrucción del PP. Aún no hay fechas, si bien la cúpula regional mantiene que con nuevas elecciones o sin ellas antes del verano habrá un nuevo partido. La dirección nacional, a la que también le espera su propia refundación si como parece Rajoy no sigue en la Moncloa, ha abierto algo mano al autorizar el cónclave valenciano, si bien ha vetado el cambio de nomenclatura.

En realidad, el retoque estético en la marca, de nada servirá a una organización, en la que durante años ha funcionado el «ordeno y mando» y la «cabotà» al líder y a Madrid, en términos utilizados esta misma semana por el presidente de Nuevas Generaciones, Juan Carlos Caballero. La verdadera revolución es otra y los populares valencianos tienen ese reto delante. Quizás la clave principal esté en sí el congreso de la refundación se celebra, por primera vez, sin que las cartas estén marcadas de antemano.

Bonig se ha comprometido a estirar los estatutos y permitir fórmulas de primarias para la elegir a los cargos orgánicos, respetando aquello de un militante, un voto. Está por ver hasta dónde llegará el PP a la hora de asumir estas fórmulas de participación interna y si será capaz de romper con la leyenda negra de congresos que se «arreglaban» en el despacho presidencial del Palau de la Generalitat.

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