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Iconos caídos

Los coletazos del animal herido

Barberá deja al PPCV a los pies de los caballos y se refugia en un Rajoy que podría tener las horas contadas en Génova

La senadora compareció sola aunque la asistieron los responsables de prensa del partido. f. bustamante

Rita Barberá es todavía un animal político. Lo demostró ayer en la multitudinaria comparecencia de prensa (con conexiones en directo de algunas cadenas de televisión) en la que no perdió el aplomo y toreó a los periodistas cuando trataban de apretarle en las cuestiones más espinosas de la investigación del caso Taula. En apenas 72 horas, dos iconos de la historia reciente del PPCV (el expresidente Camps y Rita Barberá) han tenido, a su pesar, que ponerse delante de los periodistas para enfrentarse con el demonio de la sombra de la corrupción. Madre e hijo han estado juntos en las alegrías y se han encontrado en el final de su carrera política, en la desgracia. Eso sí, el declive de Camps comenzó nueve años atrás cuando estalló el caso Gürtel. Su muerte política se certificó en julio de 2011 cuando tuvo que dimitir.

Barberá, sin embargo, vivió la decadencia mucho después. Para muchos el punto de inflexión fue su intervención en la Cridà de 2015 (el domingo se cumple un año) y su famoso «caloret» que recorrió los telediarios y acabó con una intocable Barberá que meses después salía por la puerta de atrás de la alcaldía. El paralelismo entre las situaciones de Camps y Barberá son ineludibles, pero hay un detalle que marca la diferencia y que va más allá de la solvencia que aún mostró la exalcaldesa frente a su ahijado político. Camps tuvo que dar su rueda de prensa en un hotel. No logró contactar con Isabel Bonig, para que le dejara hablar desde la sede. La alcaldesa aún mantiene influencia suficiente como para ir a la calle Quart, aunque sea sola.

Ahora bien, está herida y muy probablemente de muerte. Y no sólo por los asuntos turbios (Ritaleaks, Taula, Feria) que le persiguen. Al margen del recorrido que tengan, Barberá se ha quedado sola en Valencia y se ha cobijado en Génova, en su amigo Mariano Rajoy. La conversación que se presume larga y tendida que ambos han tenido han hecho al presidente del Gobierno dar un giro y aflojar la presión que la dirección nacional ejercía sobre la senadora para que se fuera. Qué se dijeron es un enigma que probablemente quede tan oculto como aquella sobremesa de tres horas en la Moncloa que protagonizaron antes de elecciones y en la que Rajoy le pidió que se presentara en mayo de 2015. Si lealtad con lealtad se paga, sólo Rajoy y Barberá lo saben. En todo caso, la vida política de Rajoy también se acaba. Es ahora un mal refugio.

Barberá se fue ayer citando a Gregorio Marañón y su teoría sobre el resentimiento. Ella descartó que le moviera el afán de venganza en los sms enviados a Bonig. Estaba dolida, se justificó ante los periodistas. Según algunas fuentes incluso ha retomado cierto diálogo con Bonig, pero ayer la llamó desleal. Además, Barberá ha dejado a la organización regional a los pies de los caballos al cuestionar la línea roja de su antaño protegida y echar por tierra su proyecto de refundación. Son sus últimos coletazos, aunque la Biología está plagada de ejemplos de cómo de intensas pueden llegar a ser las embestidas de un animal herido.

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