Hace días que la tierra tembló, pero la magnitud de la tragedia ha supuesto una sacudida tal en la vida de los ecuatorianos que será difícil de olvidar durante las próximas décadas. Algunas zonas más afectadas, como la población de Canoa, han sido devastadas prácticamente en su totalidad. El 90 por ciento de sus edificios han colapsado.

Nelly Ruiz, una joven ecuatoriana residente en Valencia, se encontraba visitando a sus padres precisamente en la provincia de Manabí cuando se produjo el sismo de 7.8 el pasado sábado. Seis días después del temblor continúa atrapada en la zona. Sus padres han perdido la casa. Esta semana tenía su vuelo de regreso a España pero no sabe cómo podrá llegar hasta el aeropuerto. «La gente se está desesperando. Comienza a oler a muerto», relata a su novio, que la escucha con el corazón en un puño desde Valencia.

La mayoría de hoteles de la localidad turística de Pedernales se encontraban casi al completo cuando tuvo lugar la sacudida. Casi nadie pudo salir. La mayor preocupación en estos momentos son las réplicas, que dañan aún más las frágiles estructuras de los edificios. El peligro de derrumbe es inminente, pero la mayoría de las personas no quiere abandonar sus hogares por miedo a perderlo todo, si es que no lo han hecho ya.

Desalojados de iglesias y estadios

Mientras, el gobierno ecuatoriano se afana en tomar medidas de emergencia que saquen al país de la enorme crisis. Inmediatamente después del terremoto se declaró el estado de excepción, que implicó, entre otras muchas cosas, que el domingo la gente fuera desalojada de iglesias y estadios de fútbol porque el objetivo era evitar aglomeraciones de gente para evitar grandes masacres en caso de otro seísmo.

También se impide a los establecimientos de restauración abrir, con la misma finalidad. Estas medidas afectan no solo a la zona colapsada, si no a todo el país, incluida la capital, Quito, que a pesar de los kilómetros de distancia también se encuentra en estado de shock. Los parques naturales que cuentan con volcanes, aunque estén inactivos desde hace siglos, también se encuentran cerrados al público.

Por su parte, los quiteños están organizándose para mandar ayuda a la zona afectada. Las autoridades están advirtiendo una masiva afluencia de voluntarios que quieren colaborar en la reconstrucción o en el rescate, aunque sea de cadáveres.

Sin embargo, han hecho un llamamiento para que no se desplace nadie más hacia la costa: no hay infraestructura para recibirles, las carreteras están prácticamente destrozadas y es complicado llegar allí, hay más riesgo de sufrir pérdidas a causa de las réplicas y derrumbes y está aumentando la presencia de enfermedades como dengue o zika.