Pueden estar hasta tres horas seguidas wasapeando y su reacción es desmedida si les privan del móvil. Son algunos de las señales de alerta que han llevado a los primeros padres de la Comunidad a pedir ayuda por la adicción que sufren sus hijos al WhatsApp.

En las Unidades de Prevención Comunitaria que gestiona la Fundación Aepa en Mislata y Dénia ya se está tratando a los primeros ocho adolescentes con este problema, cuatro en cada una de ellas. «Es sólo la punta del iceberg, porque muchos aún están sin diagnosticar», explica Francisco Juan, director de la Fundación Aepa. Las edades a las que este problema empieza a dar la cara es a los 15 ó 16 años, aunque para los especialistas tiene su origen años antes, «cuando a los 12 años se le compra al chaval un móvil», asegura Enrique Madrid, psicólogo y experto en adicción a las nuevas tecnologías que trabaja en la unidad de Mislata.

Cuando los padres deciden tomar cartas en el asunto, la situación en casa suele ser insostenible. «Se dan situaciones tan marcianas como que los padres envían wasaps a sus hijos dentro de casa para que hagan los deberes o tareas domésticas». Los chicos pasan tanto tiempo enganchados al móvil que pierden la noción del tiempo y se aislan. «Pueden estar hasta trs horas seguidas wasapeando, también por las noches, lo que hace que sufran insomnio tecnológico y el rendimiento escolar baje, otra señal de alarma para los padres».

Esta adicción por el WhatsApp, añade Madrid, «afecta más a las chicas, ya que tienen un perfil más social». Ellos, «suelen decantarse más por los juegos on line». Este experto en nuevas tecnologías destaca además lo adictivo de esta aplicación de mensajería instantánea. «Una adicción es más fuerte si se cumplen dos factores, la disponibilidad y la rapidez y en el caso del WhatsApp, esto se cumple». El refuerzo «es inmediato, porque ves si la otra persona está en línea y lee tus mensajes, es el llamado "síndrome del doble check"». Y como cualquier otra adicción, la reacción si se les priva del teléfono es lo más parecido a un síndrome de abstinencia. «Los padres nos cuentan que se vuelven muy violentos, gritan, dan golpes...».