Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Deportación

"Si me deportan sin mi hija, me muero"

La boliviana Eva, que pasó cuatro años en la cárcel por droga, tiene una hija ciega y discapacitada y se enfrenta a la expulsión por falta de «papeles» - La deportación la separaría de su niña, tutelada por el Consell y a la que ahora cuida los fines de semana

Eva, de 34 años, en Valencia esta semana. eduardo ripoll

Hay algo peor que ingresar en prisión y tener derecho a una sola llamada. Y es no tener a nadie a quien llamar. Eso le pasó a Eva. Aunque sólo sea una de las cosas que le han pasado a Eva.

Un día de 2005, en Cochabamba, Bolivia, su amiga Rosemary le dijo: «¿Por qué no te vas a España? Dicen que se gana bien». Ella le hizo caso. Cerró las maletas, tomó un avión y dejó atrás a sus dos hijos: Danitza, de 7 años, y Jesús, con un año y ocho meses. Como el padre les había abandonado, la abuela materna se hizo cargo de los pequeños mientras su madre buscaba ganar bien en España para darles una vida mejor.

Fue a Granada, a casa de un tío que la acogió. Con sus normas. Al cabo de un tiempo conoció a un hombre. Pronto se quedó embarazada. A los cuatro meses de nacer la pequeña Eva María se enteraron de que era ciega. Cuando cumplió un año supieron que sufría una discapacidad física, psíquica y sensorial del 74 %. «Yo no estaba preparada; él tampoco, y no paraba de preguntar por qué la niña era así», cuenta Eva.

Pocas semanas después de recibir la noticia de la discapacidad de su hija, el padre se marchó. Dijo que iba a Ciudad Real a buscar trabajo. Nunca más supieron de él. «Desde que la niña tiene un año, somos sólo ella y yo. Ella y yo contra el mundo», resume.

De «collidora» a la trampa. Llegó la crisis y Eva desembarcó en Valencia. Fue collidora de naranjas y recogió todo tipo de fruta. En España se gana bien, le mintieron.

Tenía que llevar cada día a su hija a rehabilitación durante una hora. Y necesitaba un trabajo que le concediera esa flexibilidad. Con el tiempo encontró empleo en una casa, en Valencia. Para limpiar, cocinar y cuidar a dos gemelos. Superó el mes de prueba. Ganaba 900 euros mensuales y dormía allí. Una mañana, el 25 de mayo de 2010, irrumpió en casa la policía. El marido y la mujer fueron detenidos por tráfico de droga. A Eva se la llevaron al calabozo. Por cómplice. ¿Sabía que se traficaba en esa casa? «Al principio no. Después sí que lo imaginé, porque tampoco soy tonta. Pero qué quiere que le diga€ Es donde me aceptaron con mi hija. El único sitio», responde con las primeras lágrimas de las muchas que derramará durante la entrevista.

Módulo 32, celda 17. La niña, que no llegaba a los tres años, se la quedó un vecino mientras su madre era conducida al calabozo. A los dos días la trasladaron a Picassent. Allí fue cuando no tuvo a quién llamar, porque no le permitían llamadas internacionales y en España no conocía a nadie digno de recordar su número.

Ya en la cárcel, y tras pelear mucho en unos días de incertidumbre angustiosa, se enteró de que su hija permanecía ya bajo acogimiento de la Generalitat. Había perdido su tutela. En la prisión „módulo 32, celda 17: hay cosas que jamás se olvidan„ hizo de todo. Empezó a trabajar en talleres, luego en enfermería. Estudió, realizó cursos „coro, valenciano, costura, informática„ y se sacó el título de auxiliar de enfermería en drogodependencia. Paradojas. La única alegría era que un sábado al mes podía estar dos horas con su hija. El único pensamiento era: «Si me caigo, qué va a ser de ella». Sufrió humillaciones, racismo. Demasiados tragos para olvidar o resumir.

Pasó cuatro años entre rejas. Lleva más de un año en libertad condicional (este 8 de agosto expira la condena). Desde que salió de la cárcel sólo ha tenido un objetivo: «recuperar a mi hija», dice una y otra vez. Desde hace unos meses, y gracias a tener una vivienda alquilada junto a otra persona, mantiene la custodia de su hija durante los fines de semana (de viernes a domingo), en festivos y vacaciones. El resto del año, la pequeña sigue en el centro de menores. Pero Eva se enfrenta a un obstáculo: la sombra de la deportación.

El recurso del Estado. Por ser extranjera y haber delinquido, el Ministerio del Interior solicitó su expulsión. El contencioso-administrativa lo ganó en julio pasado. La juez rechazó su expulsión. El Estado recurrió. Y el pasado 3 de mayo, en el TSJ valenciano, se celebró el juicio en segunda instancia. Está a la espera del fallo. Vive en un ay. Si la expulsan, se tendrá que ir sin su hija. Ciega y con discapacidad, la pequeña Eva María se quedará bajo tutela de la Generalitat. En su centro de menores. «Yo me muero si me deportan sin mi hija. Todo lo que he pasado lo he hecho siempre pensando en ella. Sólo de imaginar que me fuera a ir sin ella€ es que no me lo puedo imaginar. No me haga pensar eso, por favor», pide llorando.

Ahora Eva está trabajando: cuida a niños y limpia en dos casas, aunque sin contrato. Pero su único desvelo pasa por ganar ese juicio, evitar su expulsión a Bolivia, país al que no ha regresado desde que emigró, y emprender sus siguientes objetivos: lograr un contrato de trabajo legal (con la mediación del Centro Social Parroquia de San Josemaría, que la está ayudando junto con el Casal de la Pau), conseguir la nacionalidad española y luego la custodia de su hija, que a sus nueve años todavía va con carrito por su discapacidad. «Mis otros dos hijos están con mi madre y mis hermanas. Pero esta niña „implora„ no tiene a nadie más que a mí. Y no la voy a abandonar. No me voy a caer».

Compartir el artículo

stats