«Vosotros sois el futuro del mundo. Si queréis ser científicos, tenéis que ser curiosos». Esta fue la primera frase que el Nobel de Medicina Ed Fischer dirigió ayer a los varios centenares de alumnos de cuarto de ESO) y primero de Bachillerato científico del Instituto público de Educación Secundaria (IES) Lluís Vives. A sus 96 años, este bioquímico suizonorteamericano regaló hora y media de consejos y pasión por la ciencia a unos estudiantes que ni siquiera habían nacido cuando en 1992 la academia sueca le premió, junto a su colaborador Edwin G. Krebs.

Ambos recibieron el nobel por ser los primeros en describir cómo la fosforilación ejerce de interruptor que activa o desactiva las enzimas, las proteínas cuyas reacciones químicas dentro de las células regulan procesos celulares clave. El hallazgo de este mecanismo, que está presente en el desarrollo del 85 % de los cánceres, ha sido fundamental en el tratamiento de esta enfermedad.

Fischer es un fijo entre la veintena de nobeles que cada año llegan a Valencia para participar en el jurado de los Premios Jaime I, que se fallan mañana. Una de las peticiones del Consell de Botànic a la organización de estos galardones fue que estos científicos que han cambiado el mundo se acercaran a las aulas de Secundaria.

«Todo un lujo» en palabras de la directora del Lluís Vives, Carmina Valente, «contar con un nobel en el centro». La visita del profesor emérito de la Universidad de Washington (Seattle) al decano de los IES de Valencia fue percibida como un acontecimiento histórico no sólo entre el profesorado sino también entre el alumnado. «¡Un nobel en el instituto!», decía asombrada una adolescente a sus compañeros al ver entrar en el claustro del Lluís Vives al profesor Fischer apoyado en el brazo del doctor James Grisolía, el hijo del alma mater de los Jaime I, el bioquímico valenciano Santiago Grisolía.

Fischer, nacido en 1920 en Shanghái, cuando la ciudad más poblada de China era una concesión internacional, empezó su conferencia con un proverbio chino: «Si quieres tener resultados que duren año, planta una flor; si deseas que permanezcan durante una década, planta un árbol; pero si buscas algo que perviva 100 años, educa a los niños». «La educación es la mejor inversión para el futuro», añadió.

Contó a los jóvenes que se decantó por estudiar ciencias cuando tenía 14 o 15 años, impresionado por los descubrimientos de Louis Pasteur, el iniciador de la microbiología moderna. «Mi padre, que encendía un cigarrillo tras otro, murió de tuberculosis y yo soñaba con encontrar una cura para esa enfermedad», relató. En este punto, paró en seco su disertación sobre la naturaleza de la ciencia, para lanzar un consejo a su joven auditorio: «¡No fuméis nunca, por favor!».

«¿Por qué he dedicado mi vida a investigar? Nunca me lo he preguntado, supongo que por ser curioso». «Cuándo experimentas „prosiguió„ eres como un detective que trata de resolver un crimen, una hipótesis te lleva a otra».

«El final del fanatismo religioso»

La ciencia «nos enseña a ser humildes porque nunca estás al 100 % seguro. No existe la verdad absoluta y por ello debes escuchar a los demás investigadores y seguir experimentando, pues la ciencia construye ciencia». Por tanto, para Fischer, «la grandeur de la ciencia es que siempre puedes estar equivocado y eso es el fin del fanatismo, particularmente del religioso».

En una analogía entre ciencia y arte, describió que los jóvenes científicos cuando empiezan su carrera y tienen que seleccionar un área concreta de investigación «sienten el desafío de un pintor ante el lienzo vacío o de un escultor frente a un bloque de mármol». Por ello, aconsejo a los futuros científicos del Lluís Vives, que se dejen guiar «por su intuición e imaginación».

Preguntado por los alumnos sobre qué sintió cuando le concedieron el Nobel, respondió: «La investigación no es como una olimpiada, pues no te dedicas a la ciencia para ganar el nobel, sino por curiosidad, por querer saber cómo funciona el mundo, por aprender y aprender más». Fischer, que fue ovacionado durante varios minutos, no tuvo reparos en hacerse selfies con todos aquellos jóvenes que quisieron inmortalizar el histórico paso de un nobel por su instituto.