Velasco Echave huyó a Francia como otros muchos miles de republicanos, cruzando la frontera tras ocupar Cataluña las tropas franquistas. Fue internado en el campo de Vernet d'Arriege y detenido por la Gestapo en 1944. Empezaba su infierno particular. Junto con 592 hombres y 62 mujeres, de los que 221 eran españoles, fue encerrado en un tren con destino al campo de concentración alemán de Dachau.

Este tren de ganado, iniciaría su recorrido en Toulouse, y se haría famoso después de la II Guerra Mundial, ya que tardó en llegar a su destino 52 días, parándose continuamente ante los bombardeos de la aviación aliada y los intentos de la Resistencia de detenerlo.

Un viaje a la muerte de 52 días

El llamado tren fantasma, se cobró la vida de buena parte de sus 654 pasajeros, ante la falta de cualquier medida sanitaria. Estos cientos de hombres y mujeres se encontraban hacinados en los vagones, sin agua y apenas comida. Algunos supervivientes españoles llegaron a afirmar que los excrementos eran las camas sobre las que dormían.

El coronel Velasco llegó extremadamente debilitado a su destino, el 28 de agoste de 1944, tenía ya 66 años. Con él también habían sido deportados muchos militares republicanos, algunos también oficiales de alta graduación. De todos ellos, solo se salvó José M.ª García-Miranda Esteban Infantes, familiar del general al mando la División Azul, pero eso sí, con 39 kg de peso.

Trágico final en Bergen-Belsen

En una carta a su esposa rememoraba el infierno por el que pasaron. Comentaba que todos los oficiales que viajaron con él murieron en territorio alemán, como el coronel Blasco —el teniente coronel Salavera, consumido por la diarrea, los piojos y los malos tratos—, el coronel Redondo —de hambre—, y refiriéndose a nuestro protagonista, le recuerda a su mujer que «se puso muy enfermo al poco tiempo de llegar, lo sacaron del campo y no hemos vuelto a saber nada de él; lo más probable es que lo gasearan».

Internado en Dachau, poco después y ante su estado de salud, Velasco fue trasladado al campo de Bergen-Belsen donde murió. Terminaba de esta manera tan trágica la vida de un militar que supo cumplir con su juramento de fidelidad a la República, a pesar de todos sus condicionantes personales e ideológicos. Como diría el general Gamir, antiguo compañero del coronel, únicamente dejó «el legado de un recuerdo de caballero, de militar de honor y de buen católico».