­Cada tiempo tiene su religión, sus dioses, sus mitos, su liturgia. Y en el panteón de esta época que entroniza el capitalismo, el libre mercado, la competencia extrema o el consumismo, son venerados ciertos dogmas sagrados de segunda fila que nadie osa cuestionar. Dos mandamientos del discurso imperante acaban de ser puestos en cuestión por un hereje revestido de sociólogo: David Muñoz Rodríguez, investigador de la Universitat de València, que ha analizado en una tesis doctoral la precariedad de los jóvenes con título universitario que han marchado al extranjero para ganarse la vida que su país les negaba.

El trabajo, que recoge el crudo testimonio de 33 jóvenes de entre 25 y 34 años, estudia cómo se están normalizando dos conceptos clave, mainstream, para la ideología hegemónica. Uno es el cosmopolitismo: la idea de salir fuera del país a toda costa. La versión 2.0 de un famoso dicho: El sant quant més lluny fa més miracles. El otro es la lógica del capital humano: enriquecer el currículum cueste lo que cueste como peaje para un buen futuro laboral; perfeccionarse a uno mismo, invertir en uno mismo, como si fuera un producto o una empresa, para ser más competitivo y atractivo para el mercado laboral.

En el cruce de ambos caminos se halla muchas veces la explicación al fenómeno conocido como «fuga de cerebros». También ahí se esconde un reguero de malas experiencias que acaba con la maleta de vuelta en la mano, la resignación en la comisura de los labios y unas secuelas anímicas que a veces se sufrirán en silencio o en la más estricta intimidad.

Todo ese proceso —oculto, callado, reverso del modelo de éxito del joven emprendedor con espíritu cosmopolita— es el que radiografía David Muñoz a lo largo de 314 páginas. Están salpicadas de testimonios como el de Pilar, que acabó la carrera y se marchó a Cambridge, la meca del saber. Pero ella se fue a servir copas en un bar de la emblemática ciudad universitaria. O como el de Francesc, un joven ingeniero que se fue a Italia hasta que tuvo que volverse con una depresión diagnosticada debido a la dureza de la experiencia de solitud.

Lo mismo le ocurrió a Rafa en Alemania, que pagó con una fuerte ansiedad la conjunción de inestabilidad laboral, soledad y la distancia con su pareja. A medio camino se quedó Ernest: ingeniero agrícola harto del paro prolongado y de trabajar como collidor en la terreta, marchó a Holanda porque allí había un sector agrícola potente y ha acabado limpiando habitaciones de un hotel con contrato indefinido tras varios años en ese puesto.

Precariedad asumida. Del análisis de los discursos surge una primera conclusión: la aceptación y normalización de la precariedad entre los jóvenes con titulación universitaria. Temporalidad, discontinuidad, abusos e incertidumbre son los platos del único menú al que se puede aspirar. Hay que adaptarse y punto. «La penetración de formas de ocupación anteriormente consideradas irregulares es elevada y se puede afirmar que estamos asistiendo a la hibridación de las ocupaciones: cada vez más los empleos regulares conti­enen elementos de irregularidad (hay que empezar asumiendo periodos no remunerados, prácticas sin derechos, salarios al margen de los convenios, etc.). Todo junto hace que se normalicen estos empleos», escribe David Muñoz en su investigación doctoral, titulada L’activació i el capital humà en els processos de precarització de la joventut universitària en el context de la fuga de cervells.

Como dice el autor, los titulados que emigran se ven sometidos a una elección extrema: entre la espada del paro en España y la incertidumbre de lo que se encontrarán fuera.

La dictadura del currículum. Otro mantra que detecta el sociólogo David Muñoz, tras horas de conversación con estos jóvenes, es la apelación a la necesidad de incrementar el currículum como base de las decisiones que toman tras acabar sus estudios universitarios: matrícula en cursos y másteres, aceptación de becas de explotación, prácticas no remuneradas, traslado de residencia a otras ciudades y países, etc.

«A pesar de que la realidad cotidiana desmiente una y otra vez la idea central de la teoría del capital humano (es decir, que la constante inversión en el capital incorporado garantiza el éxito laboral), el currículum condensa los principales argumentos para justificar las opciones que se eligen», sostiene Muñoz Rodríguez. Y en el currículum hay una muesca con gran predicamento: una estancia en el extranjero, que remite a conceptos positivos como dinamismo, internacionalización o movilidad. Es decir, la modernidad avanzada. Es el anzuelo que muchos pican cuando se topan con el bloqueo a una vida en España encaminada al callejón sin salida. A su pesar.

Desgaste emocional. Esos motivos —más los datos de paro archiconocidos: un tercio de los jóvenes sin empleo en 2014— les empujaron a la salida. ¿Pero qué ocurre una vez en el país de destino? Los relatos de los expatriados (muchos de ellos ya retornados a España) nutren la investigación. La incertidumbre y una permanente exposición a la vulnerabilidad marcan sus vivencias.

Su «desgaste emocional» es elevado. Depresiones, ansiedad, zozobra. Muchos de ellos aluden a un hecho clave: ya no tienen la cobertura sanitaria de cuando llegaron al extranjero como Erasmus, ni tampoco disfrutan de la distancia o la seguridad que gozaban cuando viajaban como turistas. La aventura ha cambiado y ha perdido parte del encanto y la diversión que tenían asociada en su mente.

Consulados y embajadas son más vistos como enemigos que como aliados. La nula existencia de recursos y programas de apoyo del país de origen es una realidad. «Dejadez institucional», redondea David Muñoz, que critica que el Estado no se preocupe por investigar cuántos hay ni a estudiar cómo lo pasan sus cerebros fugados.

La dureza de volver. Las limitaciones de datos, estudios y estadísticas fiables de este tipo hacen imposible saber cuántos de los emigrados retornan tras su aventura extranjera. «Lo que sí podemos estimar a partir de los relatos —señala— es que el regreso es un proceso duro, que tiene un alto coste emocional y probablemente también económico, especialmente en los casos de estancias cortas, donde posiblemente el gasto del viaje y la estancia no ha sido recuperada mediante los salarios».

El retorno del que se fue y luego vuelve, del modo jamás soñado, es otra etapa amarga. Suele ir precedida de un «incremento de la sensación de bloqueo de las aspiraciones en el nuevo país». Un hasta aquí hemos llegado. Un más para qué. Y cuando vuelven, regresan a un país repleto de discursos sobre la motivación y el emprendimiento; un país zaherido por el paro y la precariedad. «La sensación de fracaso emerge en sus discursos», subraya David Muñoz.

Y sin embargo —y ésta es una de las conclusiones del estudio— el virus de uno de los dogmas que han sufrido sigue inoculado en su comportamiento. «De nuevo, en los discursos de las personas retornadas, volvemos a encontrar lo que considero que es la principal grieta que está abriendo el pensamiento neoliberal en el momento actual: la activación y la lógica del capital humano (reificada en el currículum) emergen como la principal guía que orienta la acción de los sujetos». Como un amén resignado al credo imperante.

TESTIMONIOS

Rafa, 33 años

Jo vaig arribar a perdre set quilos. Després ho vaig intentar recuperar, però vaig arribar a perdre set quilos. Igual que van ser set quilos podrien haver sigut molts més, perquè es que jo m’alçava amb un nivell d’ansietat de bategar-me el cor: pom, pom, pom. De sentir-me nerviós, de sentir-me estressat, de... Clar, tot era una situació mental, de dir: ‘No, no, jo no estic ací bé, jo no estic ací bé, jo no ho veig, jo no ho veig’. I d’afectar-me això, d’afectar a la parella i d’afectar a tot, saps? Vull dir, o me n’isc d’ací, o bote d’ací, o jo acabe amb una depressió de la que a ‘lo’ millor no puc eixir, saps? I un dels motius és eixe, de dir: ‘No vull continuar esta situació d’ansietat i fer-la part de mi, vull fer-la fora’. I per això me’n vinc ací [a Espanya], pel que et deia, per tindre eixe... eixa xarxa de seguretat».

Ernest, 32 años

Els holandesos són molt educats, són molt simpàtics, aixina superficialment simpàtics, però després a ‘lo’ millor estan pensant: ‘Ves-te’n al teu puto país! Has vingut ací perquè heu despilfarrat en el teu país, heu despilfarrat els nostres diners també, part dels nostres diners i ara se’n vingueu ací a buscar feina!’. I la veritat és que en eixe aspecte sí que notes de vegades que et miren una miqueta per damunt del muscle».

Víctor, 27 años

Hem fet tot el que havíem de fer i no tinguem res! Però no ho veig com un fracàs… Potser un poc les dues coses… Un poc sí i un poc no. Jo no ho veig com un fracàs, perquè jo he fet tot el que havia de fer, i que no haja tingut el premi (trobar una feina, tindre vida estable i una vivenda de puta mare, un cotxe i no sé què) per a mi no és un fracàs. És un bloqueig de les aspiracions».

Alfonso, 27 años

La crisis a mucha gente le está haciendo ver cosas que antes eran impensables. Claro, ahora tienes que decir: ‘Da gracias que tienes un trabajo, chico’. No, no es eso lo que deberíamos estar haciendo. Ese es mi punto de vista. Me di cuenta y a partir de ahí, pues ya empecé a… a fomentar, no, a fomentar no, a dirigir todo lo que era mi carrera hacia fuera de España».

Carles, 32 años

En realitat, perquè no et deixen, prens la decisió d’anarte’n. I és molt dur, perquè a nivell sentimental és molt dur, perquè ho abandones tot. De fet un punt molt visual és quan fas la maleta per anar-te’n a viure a un altre lloc, que arribes a l’aeroport i dius: ‘La meua vida ara està en dos maletes’. Perquè és que està en dos maletes, no tens res».