Joan Romero, catedrático de Geografía Humana de la Universitat de València, considera que ya es hora de que España asuma los «retos» de la gestión de la multiculturalidad de la sociedad. El caso de Takwa Rejeb y otros anteriores ocurridos durante los últimos años, proponen un «debate» y unas cuestiones que otros países europeos del entorno de España tuvieron «hace décadas». «La gran corriente migratoria de España empezó en los años 1999 y 2000 y duró hasta el 2008; ahora nos enfrentamos a los primeros retos, no problemas -puntualiza-, en la gestión de la multiculturalidad», años después de que se hayan planteado en países receptores de inmigración antes que España. Como apunta, con una normativa se evitaría que un director de un centro «decida una cosa y el del centro de al lado, lo contrario».

Es por esto por lo que Romero cree que España «es un país joven» en este sentido. «Es muy llamativo que esta cuestión no haya sido abordada por los poderes públicos y con la importancia que acontece, con leyes y reglamentos», afirma, por lo que estas situaciones no estarían en el «terreno de lo discutible o la Justicia». «Carecemos de una norma básica a la que todo el mundo pueda atenerse», concluye.

El catedrático distingue entre dos modelos de gestión de multiculturalidad. Según apunta, por un lado está Francia, con su «republicanismo cívico y laico» en el que se considera que todos los ciudadanos son iguales ante la ley, por lo que no pueden mostrar «símbolos ostentosos» de pertenencia a una religión (cruces, velos, estrellas de David...) en algunos establecimientos públicos, como las escuelas. La ley actual la aprobó la Asamblea Nacional en 2004, «por una amplia mayoría absoluta después de un largo debate social», recalca.

Por otro lado, está el «modelo anglosajón puro», como el británico y el holandés, de respeto a la diversidad cultural, en la que los más pequeños primero van a la escuela de su cultura y religión y más adelante ingresan en la escuela pública, donde no se limitan velos ni otras vestimentas distintivas de practicar una religión, como el turbante de los sijs, apunta Romero.

«En España no podemos mantener esta ambigüedad extraña», incide, y califica de «paradójico» que un consejo escolar pueda aplicar un reglamento «del que la vicepresidenta dice que no le parece bien» en referencia a las palabras de Mónica Oltra, que manifestó que no quiere que las mujeres «deban ponerse algo que no quieran, pero tampoco quiero que a ninguna mejor se le obligue a quitarse algo que no quiere quitarse».

Además, Romero también asegura que no debe hablarse «solo del velo»: se trata de una «comunidad muy grande de ciudadanos que ya son españoles, que tienen un modo de vivir y una cultura que va más allá de la religión».

El debate en España, «debió haberse hecho hace tiempo» y tratar asuntos como la comida, la posibilidad de no trabajar en Ramadán o la existencia de salas de culto para cada religión en los hospitales, entre otras cuestiones.

Canadá, el modelo a seguir

Para Romero, debates como el del burkini que han tenido lugar este verano, «muestran problemas de fondo que no acaban de encajar». En ambos modelos, el francés y el anglosajón, hay aspectos que «han fracasado». Y es que, la manera en la que las democracias liberales deben decidir cómo gestionar los derechos y las tradiciones de diferentes culturas debe surgir de un gran debate social, explica el profesor universitario.

Canadá se encuentra en la «vanguardia del respeto» con un modelo similar al anglosajón, el «más avanzado, al que deberíamos mirar ya que es donde mejor se hacen las cosas». Allí, igual que en Escocia, Reino Unido, Suecia y Noruega y algunos estados de EE UU, la Policía permite a sus agentes llevar velo. En los Juegos Olímpicos de Río, Ibtihaj Muhammad representó a EE UU en esgrima portando velo bajo el casco.