De muy joven comencé a leer los artículos de María Francisca Olmedo de Cerdá, culta escritora y periodista, ejerciente tierna madre de familia. Era una feliz contadora de historias, de anécdotas, esparcidora de sonrisas en sus incansables gotas literarias. Un pozo de sabiduría, que repartía sin sobresaltos ni atropellos, deslizaba por doquier.

Igual entrevistaba el montón de personajes que tenemos instalados en los monumentos que hacía hablar a las piedras de la histórica de Xerea. Callejeando por Valencia fue el título de uno de sus libros más populares. Fueron muy populares sus "Una sonrisa cada domingo", gotas de humor entre miles de pesados y sesudos artículos. Su escribir era sereno, pausado, legible e inteligible como su habla serena.

Le conocí en mis comienzos de la vibrante Radio Popular, cuando era lo que era y no lo que es ahora. Coincidíamos a la hora de grabar nuestros respectivos comentarios. Le acompañaba, pequeño, formal y curioso, su hijo Germán, hoy Decano de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica. No había diálogo que no le hiciera homenaje a su esposo, Germán Cerdá, militar, ni a Canals, su pueblo. Eran unas constantes.

Desastre como yo para conducir, vivía de taxi en taxi para poder llegar a todos los sitios donde se le requería. No faltaba nunca a nada. Ambos apadrinamos y prologamos libros de poemas del taxista poeta, Paco Monera, quien en el salpicadero del coche llevaba los libros que escribía y se auto editaba.

Hablaba por los codos con todos y de todo, estaba siempre pendiente de todo y de todos. Ejerció el oficio en Televisión Española y escribió numerosos artículos en diferentes medios muchos años. Las hemerotecas están llenas de cosas firmadas por ella. Tenía tiempo hasta para escribir libros, tiene bastantes en las librerías.

Uno de ellos, fue la biografía de Vicente Garrido, fundador de las Obreras de la Cruz. Guardaba buena relación con sacerdotes, religiosos y religiosas, dada su honda fe católica. "Vicente Garrido Pastor. Una vida ancha y profunda", la primera biografía de quien pronto será canonizado. María Francisca fue alumna suya en el instituto San Vicente Ferrer de Valencia. De él aprendió que la santidad es "lenta y silenciosa".

Los últimos años de su vida no callejeó en vivo por la calle, sino por teléfono, no cesaba de comunicarse con el exterior, de estar al día y de hablar con las personas que conocía. Ya muy tardíamente, se movilizaba por casa con la "kikamóvil" bautizada por sus nietos. Con frecuencia, el sacerdote de su Parroquia acudía con los auxilios espirituales. Se nos fue una firma ilustre, fina, elegante y serena del periodismo valenciano, cualidades literarias que concordaron siempre con su manera de ser, con su inmensa cultura, con el acopio de información histórica y artística que en modo de cultura conformaron su humanístico perfil.