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Contracrónica

Una "reconquesta" mirando a Madrid

El espectacular desembarco en Euromed de la «tropa» catalana en su cruzada por el Corredor halla con los brazos abiertos y en pie de guerra al vecino del sur

El centenar de representantes llegados con el Euromed cruza la calle para montarse en los dos autobuses rumbo al Palau de la Generalitat. arturo iranzo

Hay instantes concebidos para la metáfora. Cuando ayer un centenar de catalanes con cargo, tarjeta de visita o sueldo público desembarcaban en la estación del AVE de Valencia, con el presidente Carles Puigdemont a la cabeza, los carteles y anuncios del vestíbulo parecían mensajes directos para la delegación oficial que bajaba del Euromed de las 11.09.

«Los negocios que están al día venden más», dice un anuncio en la estación. Y es cierto: tras años de batallas y frustraciones culturales y lingüísticas, ha sido un tren „el Corredor Mediterráneo„ el negocio que ha puesto de acuerdo a las élites de ambas orillas del río Sénia. «Vuelve a disfrutar de la Historia», anima el escaparate de una librería. Después de 469 años durante los que Valencia y Cataluña compartieron Corona d´Aragó, y tras cuatro décadas marcadas por el anticatalanismo, lo de ayer parecía un reencuentro sentimental con aire vintage.

«No passeu», ordena el andén. Eso mismo ocurrió en la frontera política. Desde que en 2009 José Montilla pisó tímidamente el Palau de la Generalitat, ningún otro molt honorable catalán había franqueado el corazón político de la Valencia popular. «Nos movemos contigo», promociona Renfe, y es lo que ha hecho Cataluña con Valencia: resituarse con la llegada al Consell del PSPV y Compromís, y de un president de Morella que parece diseñado para tender puentes.

Mientras la delegación va saliendo de la estación, las metáforas le persiguen. Como el «venta de billetes», que parece aludir a los binladens morados que se llevaba la familia Pujol a Andorra o a los que contaban en Valencia yonquis del dinero en un fenómeno compartido por ambos territorios: una corrupción que en un lado se viste de diseño y en el otro, de sainete.

Nada más dejar atrás el vestíbulo de la estación y cruzar la calle, dos autobuses les esperan. Los autocares son de Roymar, una empresa del Puig: justo donde las tropas catalanas y aragonesas al mando de Jaume I lanzaron el ataque definitivo para la conquista de Valencia.

De eso mismo, de la imagen de reconquesta que traslada tan gran delegación catalana, habla el jefe de gabinete de un alcalde catalán. «La política actual se hace con gestos, y desplegar a tantos soldados en el campo de batalla, que en vez de con casco y espada van con americana y corbata, sirve para enviar un mensaje potente a Madrid. El Estado siempre ha intentado que vascos y catalanes no hicieran causa común, porque daban por controlado el flanco sur valenciano. Pero con esta puesta en escena les metemos el miedo en el cuerpo», dice con sonrisa maliciosa.

Después de que la ciudadana Inés Arrimadas se lleve las cámaras y las miradas, Puigdemont llega a pie por la calle Cavallers.

Ha venido en coche desde la estación Joaquín Sorolla y no en el autobús colectivo. Puig lo saluda de manera afectuosa. El calor entre ambos marcará toda la jornada. También los guiños a ese pasado común. Así lo deja escrito Puigdemont en el libro de honor del Palau: «Se´m presenta amb tota la rotunditat l´herència d´un passat, la persistència d´un present i el repte d´un futur que valencians i catalans tenim la vocació i el desig de compartir».

Los regalos rondan la misma línea: Puig le entrega la Crònica de Jaume I y Puigdemont le obsequia con un ejemplar de Catalunya 1714-2014: la pervivència de la nació. «Benvinguts a esta terra tan compartida», lo saluda Puig. «És temps de cosir ferides, d´avançar mirant-nos als ulls», replica Puigdemont, que al entrar al Saló de Corts y pasar por delante de 28 retratos de antiguos reyes con mando en Valencia (de antes y después de 1707), esboza una mueca de disgusto al ver el de Alfonso XIII justo delante de la puerta.

Sepia, «coca» y paella

Mientras ambos presidents conversan en privado, en el Saló de Corts donde va a discurrir el encuentro por el Corredor Mediterráneo emerge la figura de Eliseu Climent. El otrora llanero solitario de las relaciones Valencia-Cataluña no para de saludar, de conversar, de cuchichear; parece el padrino de la boda. Tanta hiperactividad, que llega a inquietar en Presidència, le pasará factura al final de la jornada, cuando el sueño intente vencerlo en el discurso final de Ximo Puig.

Las reuniones de trabajo van discurriendo a puerta cerrada. Mientras, 43 estudiantes y profesores de Cocina del CdT de Valencia elaboran en el Palau el menú para la tropa: cremoso de queso trufado con setas; buñuelos de bacalao; coca confitada con sobrasada, cebolla y pasas; titaina; salpicón de langostinos de Vinaròs; sepia con mahonesa de placton; tosta de higo y anchoa; mojama con caviar de aceite de la Serra d´Espadà; croqueta de marisco; pulpo con cebolla; y dos arroces en platos desechables y cucharita de plástico: arroz de pescado con gambas y paella valenciana.

El manjar desfila por las bandejas en pequeñas cápsulas y con los comensales de pie. Se caza comida y comentarios en privado. Después de que el adjetivo «histórico» se haya pronunciado unas setenta y cuatro veces, la franqueza de dos catalanes que piensan que nadie les escucha es reveladora:

„Yo es la tercera reunión de éstas a la que voy y todas son iguales.

„Ya: todo el mundo sabe lo que dirá el otro.

La comida sigue desfilando. Los ojos la persiguen con más éxito que los dedos. «Ací, o ens espavilem o ens fotrem de gana», le dice un representante catalán a otro. Una última metáfora con la vista en Madrid.

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