El presidente de la Generalitat y líder de los socialistas valencianos, Ximo Puig, entró ayer por el garaje a la sede madrileña de Ferraz pero salió todo lo bien parado que podía del desenlace al psicodrama socialista llamado Comité Federal. Su oposición a Pedro Sánchez fue la tesis que se impuso en una reunión inédita en las formas y en el fondo. El congreso extraordinario del PSOE fue rechazado y dimitió el secretario general socialista al que Puig se había enfrentado con su renuncia por carta firmada y su alineamiento con los críticos que capitanea Susana Díaz. Ximo Puig estuvo ayer en el bando de los vencedores. O de los menos perdedores, para ser más exactos.

Sin embargo, regresa a Valencia con cuatro escollos que deberá lidiar: la división del voto en la delegación del PSPV presente en el tortuoso Comité Federal; la necesidad de que su posición orgánica no acabe sirviendo de muleta a Mariano Rajoy para perpetuarse en la Moncloa; el peligro de desconexión con las bases socialistas en la Comunitat Valenciana que esta semana se han manifestado en su contra en Blanqueries; y la anómala situación en la que queda su relación con la consellera de Sanidad, Carmen Montón, que ayer votó a favor de Sánchez.

«No habrá ninguna repercusión en la Comunitat Valenciana: ni en el Consell ni en el partido», aventuraba anoche desde Madrid un hombre fuerte del PSPV que precisamente había votado a favor de un congreso extraordinario y de que se evitara la comisión gestora que no quería Sánchez. No obstante, los hechos son llamativos: de los 17 dirigentes valencianos que levantaron la mano en la trascendental votación de ayer (Alarte se marchó a mediodía; no aguantaba el espectáculo), hubo nueve votos a favor de la postura de Pedro Sánchez y otros ocho en contra.

«Casco azul» en Ferraz

Entre los primeros „que se manifestaron de forma opuesta a su jefe de filas en Blanqueries„ figuran pesos pesados del PSPV: su padre político, Joan Lerma; su consellera de Sanidad, Carmen Montón; su portavoz parlamentario, Manolo Mata; el presidente del PSPV en Valencia, José Luis Ábalos, y Gabriel Echávarri, alcalde de la mayor ciudad socialista, Alicante. Hay un dato que permite creer que de este choque de intereses no llegará la sangre orgánica al río: todos los perdedores del comité de ayer tienen su salario y su futuro político muy vinculado a Blanqueries y con pocos lazos en Madrid. De todos modos, habrán de recomponerse muchas relaciones tensionadas en esta última semana.

Fuentes presentes en el comité de ayer aseguran que Puig „claramente significado con el frente andaluz pero incómodo con la lectura ideológica y política que pueda desprenderse de esta adhesión„ intentó ejercer de mediador y pacificador. Que habló con unos y otros para tratar de alcanzar algún acuerdo a lo largo de las más de once horas que duró una reunión trufada de recesos, gritos, insultos y lágrimas de tensión. «Como un casco azul», fue la expresión de una persona próxima al president. El trabajo de fontanería con el bando andaluz se lo dejó a Alfred Boix, Vicent Sarrià y Ciprià Ciscar.

A partir de ahora será decisivo para Puig que su gesto político se vincule únicamente a una operación interna para tumbar a Pedro Sánchez. Es decir: que no sea interpretado como un paso previo a la abstención que posibilite la investidura de Rajoy. Y la alternativa a eso son unas terceras elecciones, que podrían ser letales para el PSOE tras esta semana de pasión. También es evidente que con una gestora será imposible buscar un Gobierno alternativo al PP.

En esa encrucijada Puig intentará desmarcarse de cualquier intento de entregar en bandeja la gobernanza a Rajoy, recalca un alto cargo. Es el reto: que la victoria de anoche en Madrid no se convierta en gasolina para una revuelta interna.