El arco empieza a rasgar las cuerdas del violonchelo y los graves acordes inundan la sala. La sonata es conocida, la pegadiza pieza principal de la película «La Bella y la Bestia» pero nadie del auditorio tararea sus notas. Las dos chelistas lo están interpretando en el interior de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital General de Valencia con el 70 % de los pacientes sedados y donde la vida exterior apenas penetra y menos en forma de música en directo.

El auditorio no aplaude, pero las intérpretes, dos jóvenes voluntarias, no necesitan aplausos para saber que están donde deben estar porque aunque parezca que la ventilación forzada y la sedación son un muro imposible de salvar, hay estudios médicos que dicen lo contrario.

Con este espíritu, el de reconfortar el alma de los enfermos, distraerles e incluso ayudar a mejorar su estado, las fundaciones Soy responsable y Social Musik han puesto en marcha un proyecto que está llevando la música al interior de los hospitales valencianos, Músicos por la Salud, que ya ha recibido el apoyo de la Conselleria de Sanidad y está encontrando también el de la Conselleria de Políticas Inclusivas.

No se trata de conciertos al uso, sobre todo, por los lugares en los que se están dando. Salvo interpretaciones en directo en días señalados, los instrumentos no habían pasado de las salas de actos, las zonas comunes o quizá alguna unidad en concreto. El objetivo de Músicos por la Salud es llevar los beneficios de la interpretación en directo allá donde no se había llevado de forma habitual hasta ahora: a la Unidad de Cuidados Intensivos, a la de hemodiálisis, a la sala de quimioterapia, a la unidad cerrada bajo llave de Psiquiatría.

Tras unas pruebas piloto llevadas a cabo a finales del año pasado, la propuesta cuenta ya con una cartera de más de medio centenar de músicos valencianos y está institucionalizando las visitas semanales a los grandes hospitales, por ahora de la provincia de Valencia, aunque ya se apunta a Barcelona o Zaragoza porque los músicos interesados llegan a 300 en toda España.

En esta ocasión tocan el General de Valencia, el hospital de Llíria y el Doctor Peset aunque también han querido participar de las ventajas del proyecto el Padre Jofre, el Arnau de Vilanova o el Clínico. En todos ellos los pacientes protagonizan las mismas escenas. De la sorpresa y el desconcierto inicial a la participación activa pidiendo ésta o aquella canción o alabando la técnica de los voluntarios. En definitiva, olvidar por un momento que se está donde se está.

Lo muestren más o menos activamente lo cierto es que los mini conciertos en vivo logran romper con la monótona rutina que supone estar tres o cuatro horas inmóvil enganchado a una máquina de diálisis o hasta cinco para recibir la química que ha de matar a las células cancerosas.

«El único problema que tiene esto es que no vienen todos los días», asegura una paciente renal tras el concierto de la pianista y vocalista Bárbara García Clark, que ha ahogado con varios temas de Mozart el monótono zumbido de las máquinas de hemodiálisis. El que puede levanta la mano libre de cables para mostrar su satisfacción tras el concierto. El que no, palmea sobre el brazo de la camilla. «Esto se hace más ameno», valoran.

El mundo aparte de Psiquiatría

El concierto en la sala de Psiquiatría es otro mundo. Puerta bajo llave, pacientes alineados en sillas esperando a Bárbara y su piano y algo de impaciencia en el ambiente por el retraso que el grupo de músicos acumula durante la mañana. El día de antes se había trabajado con ellos en un taller de música y todos siguen atentos el vuelo de las manos de Bárbara sobre el teclado.

Aquí, las reacciones son más vivas, más espontáneas. «Aplauden, cantan, incluso un día se pusieron a bailar; es muy bonito», asegura Amparo García, supervisora de la sala, quien destaca lo centrados que permanecen para escuchar la música. «Disminuye la inquietud», asegura.

Tocar en esta unidad cerrada es quizá una de las experiencias que más conmueve e impacta a los voluntarios. «Hay mucha gente que está haciendo músicoterapia y está involucrada en proyectos con personas con problemas, y es lo más parecido», relata Sheyla Carrascosa, violonchelista y coordinadora de los voluntarios. Para ella la iniciativa también tiene ventajas para los músicos que participan. «Es una oportunidad para ellos porque no siempre tienen posibilidad de hacer prácticas o tocar de cara al público».

Bandas sonoras y peticiones

Las buenas reacciones se repiten con los chelos en una atestada sala de quimioterapia, el signo de nuestros días. Hay quien sigue con sus auriculares puestos; los menos. Los más sacan sus móviles para hacerles fotos a Sheyla y Noelia, las intérpretes del día. Allá una sonrisa al reconocer una melodía, acá una foto de grupo con las voluntarias. Mucho mejor que un hilo musical, en directo y aceptando peticiones. El repertorio, aquí también se adapta. Más canciones de cine reconocibles por todos como temas de «El Padrino» o «El Golpe». «Les estoy mandando una foto a mis hijos para que vean que aquí no se está tan mal», asegura una señora que ha venido a acompañar a su marido a la quimioterapia. Ambos sonríen. Ha sido la experiencia grata de la mañana dentro de la dura realidad del cáncer.

«Les advertimos de que si durante la interpretación están incómodos, tristes o quieren que paremos, solo tienen que levantar una mano, porque estamos aquí para alegrar el día. Hasta ahora nunca nadie ha levantado la mano», relata Sheyla que ve cómo sus incursiones en las salas de los hospitales reconfortan a los enfermos, pero también a los trabajadores y a las familias.

«La primera vez me miraban como diciendo: ¿Dónde va con el chelo? Ahora, después de tocar, ves cómo han cambiado sus caras, y eso me hace sentir bien», añade.

Oncología. Las notas de Somewhere over the rainbow, de «El Mago de Oz» trasladan algo de la esperanza sobre la que cantaba Judy Garland a aquellos que libran su batalla más importante. Si es con música, mejor.