Linda, Rambo, Cuqui y Chispi. Los cuatro perros yacen, incinerados, dentro del columbario. Pero hay un quinto inquilino en su interior: los restos mortales de su propietario. Cuando estaba enfermo de cáncer dejó escrito en el testamento la voluntad de que sus cenizas fueran enterradas en compañía de sus fieles animales. Así se hizo. Familia Fernández González y el nombre de los cuatro perros: de ese modo figura en la placa de mármol gris que cierra el columbario del cementerio de animales de Montserrat, uno de los tres cementerios legales de animales que existen en España.

Este camposanto de mascotas, con unos 2.900 ejemplares sepultados (perros, gatos, pájaros, tortugas, conejos, cobayas, hamsters, hurones, y hasta un pollo, una oveja o un primate tití), se ha abierto a los enterramientos de personas que quieren reposar para la eternidad junto con sus animales. Previa incineración, claro. Ya hay tres nichos reservados por familias que quieren ser inhumadas junto a sus mascotas. Hay otra persona, enferma de leucemia, que tiene a cuatro animales sepultados en un leve repecho del cementerio y que ya ha comprado una quinta fosa en tierra, entre las de sus animales, para que sus cenizas sean sepultadas allí.

Tras recorrer un camino de tierra y doblar un par de recodos, el cementerio Sena se abre al visitante. Silencio, olor a más allá y alguna mosca, como en cualquier cementerio. Pero las primeras tumbas en el suelo ya marcan la diferencia. A la izquierda, el periquito Pichi y los perros Valiente, Princesa y Laika. A la derecha, las perras Jula Buba y Luna. Junto a las lápidas, con nombres, fotos, fechas y mensajes cariñosos (como cualquier tumba humana), hay flores, pelotas y juguetes que utilizaron en vida, y figuritas que remiten a un mundo entre infantil y fantasioso.

«Son todo espíritus limpios»

Es el lugar en el que quieren descansar en paz Pepi y Juan, un matrimonio sexagenario de l´Eliana. Tienen enterrado a un perro en una tumba del cementerio animal de Montserrat, y han depositado las cenizas de su tórtola Mathilda en el columbario, justo a dos nichos del que ocupa la familia Fernández González y sus cuatro perros. Pepi explica que ambos desean ser quemados y enterrados junto a su tórtola en este cementerio de animales. Probablemente después se les unan los otros animales que tienen: un perro, algunos gatos y pájaros. ¿Por qué? «A los cementerios de humanos -dice Pepi- van a parar todas las personas. Hay gente buena, pero es muy poquita frente a la gente cruel que es capaz de maltratar a los animales. En esos cementerios hay mala vibración y mucha energía negativa. En cambio, los animales son todo espíritus limpios. Éste es un lugar muy especial», sentencia.

Ese carácter singular se nota al caminar entre los pasillos del cementerio y ver las tumbas con los nombres y epitafios. «Shiva: ni la muerte borrará tu recuerdo». «Cuchita: la más buena y fiel». «Obo: nos vemos en el cielo, bichete». «Sheyla: de la família que mai tingueres i trobares. Sempre junts en el nostre cor». «Pumy: qué tristeza al mirar bajo la mesa y ver vacío tu rincón. Hasta siempre, buen amigo. Hasta siempre, corazón». «Caín y Chiqui: habéis sido nuestra alegría». «Clara: nos habéis hecho tan felices que nunca te olvidaremos». Chata, Turka, Yago, Wilki, York, Odín, Ringo, Trosky. Y Lucky Antón Díaz.

A él, a Lucky, ha venido a llorarle María Isabel. El perro murió en febrero tras once años en su casa. El epitafio rezuma sentimiento. «Te echo mucho en falta. Jamás te olvidaremos, mi niño. Te queremos, juguetón». Dice María Isabel, con los ojos húmedos, que el vínculo especial que se forma entre un animal y su familia es muy importante y se mantiene siempre vivo.

Ahora hay gente que ha empezado a extenderlo más allá de esta vida. Que quieren compartir la eternidad en el mismo sitio en el que descansan sus mascotas. Los seres que les dieron cariño y compañía durante años. Que pasaron más tiempo con ellos que muchos familiares. Con los que jamás discutieron. Hasta ahora había dueños que enterraban un mechón de su cabello o fotos suyas en la tumba del animal. Pero en el cementerio de Montserrat -novedad, se anuncia en su web- ya ha empezado el enterramiento de humanos y animales juntos.

«Si compartes toda la vida, por qué no la eternidad»

El cementerio-crematorio para animales de compañía de Montserrat (Sena) abrió en 1997. Para promocionar el enterramiento mixto entre humanos y animales, su lema es: «Si compartes toda la vida con ellos, por qué no seguir compartiéndola en la eternidad». Entre pinos, olivos, plantas y humildes tumbas, cuenta su responsable María Dolores Cortés que hay personas que vienen todas las semanas a visitar a sus animales muertos. Otros van en Navidad, Día de Difuntos o por su cumpleaños. El cementerio abre los jueves y domingos. Una incineración cuesta 140 euros. Una tumba con lápida, 250 euros. La cuota anual es de 20 euros.