Tienen una discapacidad. La que sea. Pero también tienen necesidades sexuales. Como todos. Sin embargo, nadie habla de ello. Nadie se preocupa de cubrir esa carencia. No hay recursos. Es como si la discapacidad fuera unida a una vida sin apetito sexual, sin deseo, sin relaciones. Nada más lejos de la realidad. Las personas con diversidad funcional no son una especie marciana, que no necesita lo mismo que el resto de los mortales. La Administración, las entidades sin ánimo de lucro, los colectivos asociados... pelean para que las personas con diversidad funcional tengan cubiertas necesidades básicas como la vivienda, el trabajo, la salud o la alimentación. Pero ¿y el sexo? ¿Es tan necesario en la vida?

Un proyecto pionero en Valencia rompe los esquemas. Se llama «Sexualidad funcional», cuenta con el apoyo del Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (Cermi) y está subvencionado por la Generalitat Valenciana con 3.000 euros. Esa cuantía es la que marca la duración del mismo, estipulada en cuatro meses (de septiembre a diciembre). En las tres partes del proyecto „asesoramiento, orientación y apoyo psicológico; Talleres y actividades; y Mediación y acercamiento al acompañamiento sexual„ el programa aborda la afectividad, el placer, la fantasía, las relaciones, las caricias... Sin tabúes, sin miedos y sin prejuicios. A más de una persona ya le ha cambiado la vida. Y sino que se lo pregunten a Carmen.

Carmen Luján tiene 50 años y parálisis cerebral. Postrada en una silla de ruedas, con movilidad reducida y dificultades en el habla había perdido toda esperanza. La cabeza le rige mejor que al resto de los mortales, pero su cuerpo va por otra parte. «Creía, debido a mi discapacidad, que ningún hombre se acercaría a mí», asegura. Se equivocaba. No se quería a sí misma. No se sentía mujer. No hablaba de sexo con nadie. Pero su vida cambió en el momento en el que conoció a Charo Ricart, directora del proyecto y médico de profesión. Estaba preparando el trabajo final del máster de sexología y realizaba una serie de encuestas entre el colectivo de personas con diversidad funcional. Ahí conoció a Carmen y ahí se dio cuenta de que las palabras sexo y discapacitados se entienden por separado. Tabú, miedos, prejuicios. Pero Charo es una mujer de recursos.

Una nueva vida

Mientras ampliaba su formación viajó a Barcelona para participar en la asociación «Tandem Team Barcelona», una entidad que realiza acompañamientos sexuales para discapacitados. Allí conoció a Dyon, un joven griego que es acompañante sexual desde hace tres años. Con él ha preparado el proyecto pionero en Valencia y con él realizó tres «acompañamientos» que han cambiado la vida de sus protagonistas, Carmen Luján entre ellas.

Sin embargo, antes de continuar con la historia de Carmen y de Dyon hay que ir solucionando las dudas. Las mismas exactamente, que le surgieron a Carmen cuando Charo le planteó el tema. ¿Qué es un acompañamiento sexual? «Son personas que se ofrecen para tener un encuentro íntimo con una persona discapacitada a través de acuerdos previamente pactados y consensuados. No es un programa de citas porque el objetivo no es encontrar el amor sino aumentar la autoestima», explica Charo.

Ahora toca aclarar que un «encuentro íntimo» no es ni tiene por qué ser genital (que también, si así lo desean las partes). «Se trata de prácticas más asociadas a lo afectivo y a lo sensual que al sexo puro y duro. Muchas veces las personas de diversidad funcional ni tan siquiera han dormido con nadie en una misma cama. Nadie les ha acariciado ni abrazado. Nadie les ha mirado con ojos de ternura. Nadie les ha besado, ni ha tenido con ellos una relación íntima. Nadie les ha hecho sentirse deseados. Los dos „usuario y acompañante„ pactan lo que quieren hacer y cómo quieren hacerlo. Es un trato de igual a igual. Esa es la clave», explica Charo Ricart.

Carmen no había oído en la vida nada parecido. Quedó con el acompañante que le había recomendado Charo, Dyon. Tomaron un café, se conocieron y quedaron para un encuentro íntimo. Entonces a Carmen la invadió el miedo. «Me iba a quedar sola con él en una habitación y por mi cabeza pasaron miles de cosas: que me iba a pegar, a drogar... Que me pudiera grabar para colgarlo en internet... Cuando me acuesto soy una mujer indefensa, de ahí mis miedos», explica. Ese es el principal motivo por el que jamás se planteó solicitar un servicio de prostitución. «¿Con alguien que no conoces de nada, del que no tienes referencias? No puedes fiarte de cualquiera porque estás a su merced», dice.

En la residencia donde vive Carmen la animaron a acudir a la cita. Y menos mal. Este encuentro le cambió la vida. «Me dio mucha ternura, confianza, seguridad, calor humano.. Me sentí mujer por primera vez», afirma. Ahora es otra. Quienes la conocen lo saben bien. Nada tiene que ver la Carmen de antes con la de ahora.

Pero el proyecto de Charo Ricart y Dyon es mucho más que el acompañamiento sexual. La joven entiende que este apartado, además, no podría asumirlo la Administración. Tampoco es eso lo que persigue. «Nosotros realizamos filtros, y estudiamos los casos uno a uno para ajustar perfiles. En países como Estados Unidos, Alemania, Suiza, Holanda o Dinamarca el Estado sí cubre este servicio, pero de una forma fría y con citas demasiado rígidas, para ´ir al grano´ y no es ese nuestro objetivo», explica.

Asesoramiento y talleres

Sin embargo, para las otras dos partes del proyecto „asesoramiento y talleres„ sí cuenta con la Administración y con las entidades que trabajan con el colectivo. O eso espera. «La parte del asesoramiento, orientación y apoyo psicológico es clave porque supone tener acceso a un profesional cercano, al que consultar cualquier duda sobre conocimientos, habilidades, problemas o necesidades afectivo-sexuales. Es para usuarios, pero también para familiares y profesionales. Es para aquellos que nacieron con una discapacidad y para los que les ha venido de repente o tienen una enfermedad degenerativa», explica la joven. La otra parte del proyecto la forman los talleres prácticos para que los usuarios aprendan a «conocerse, aceptarse y a expresar su erótica de manera satisfactoria».

Para la joven lo «ideal» sería un centro de atención sexual para personas con cualquier discapacidad. Porque las necesidades sexuales son para todos. Con diversidad funcional o sin ella.