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Reconocimiento

Ecos de 240 almas en Sant Miquel dels Reis

Cultura recoge el testimonio de centenares de prisioneros políticos que pasaron por las estancias del monasterio valenciano convertido en cárcel durante la postguerra

Ecos de 240 almas en Sant Miquel dels Reis

1945. José Cabot es trasladado a la prisión de Sant Miquel dels Reis desde la cárcel del Toro en Zaragoza. Elvira Cuerda acude cada tarde a la prisión cuando sale del trabajo: es «madrina», voluntaria que realiza acompañamiento de los reclusos de la cárcel. Le visitan. Se escriben cartas. Así, entre rejas, mugre y miedo, se enamoran. Pasan los años hasta que José se fuga y se va a Francia. Los padres de ella no le permiten escaparse con él.

Esta es una de las 240 historias que están llegando al monasterio renacentista de cara al homenaje que se va a celebrar el próximo martes. La Generalitat quiere recopilar el máximo número posible de nombres de las personas que pasaron por allí para proyectarlos en la fachada de la que hoy en día es la Biblioteca Valenciana.

El de José y Elvira es un relato que termina bien. Tras cinco años de noviazgo entre barrotes y cartas, una amnistía de Franco le saca de prisión. Pero entonces le reclaman para el servicio militar. Después de tres años de mili en Maó, vuelve a Dénia, de donde había partido en dirección Francia en 1939 con toda su familia por miedo a represalias franquistas porque sus hermanas eran anarquistas (más tarde volvió a España, se convirtió en maqui, fue capturado y llevado a Sant Miquel dels Reis). Sin embargo, no aguanta mucho más en Dénia sin ver a sus padres. Por eso se escapa al país vecino, mientras la Guardia Civil continúa buscándole «por rojo».

Desde Francia le pide matrimonio a Elvira; es la única manera de que se puedan reencontrar. Se casan por poderes (mediante intermediarios que suplantan legalmente a los novios porque no coinciden en el mismo espacio) el 19 de octubre de 1957. Triste, sola y vestida de blanco, así es como aparece ella retratada en las fotos que conservan sus hijos. El escollo final fue la riada de ese año. No fue hasta Navidades de ese año cuando se volvieron a ver las caras.

Sin embargo, no todas las historias tienen finales tan felices. José Navarro Ángel fue detenido en Picanya el 15 de abril de 1939. Pasó unos meses en el monasterio hasta que fue fusilado el 12 de septiembre de 1940. Como relata su nieta, su mujer y los tres hijos fueron también represaliados, «condenados a pasar hambre, miseria y sufrimiento».

De igual manera, la persecución política llevó a Rodolfo Martí Zanón, dueño de una pequeña joyería en la calle Calabazas de Valencia, a las puertas de Sant Miquel dels Reis. Fue delatado por un vecino como presunto denunciante de un alcalde que fue detenido y asesinado por republicanos. Se pidió para él pena de muerte. Sin embargo, cuando iba a arrancar el proceso judicial, apareció con vida el edil presuntamente ejecutado por los republicanos. Aunque quedó en libertad, siempre fue considerado un «desafecto», por lo que tuvo que emigrar a México. Volvió años más tarde y retomó su negocio como joyero, pero falleció en 1964 sin poder vivir la democracia de nuevo.

La niña de la fiambrera

Con solo nueve años, se llevaron a su padre a la cárcel Modelo, donde estuvo a punto de ser ejecutado varias veces. Después lo llevaron a Sant Miquel dels Reis, donde permaneció durante nueve años. Casi una década en la que cada día su pequeña Carmen le llevaba comida desde Mislata. La niña contó más tarde a sus hijos, quienes hoy trasladan la historia, las condiciones en las que vivía el preso. «En el subterráneo, con una humedad insoportable, a veces chapoteando en el agua, con pulgas, piojos, sarna...». Cuatro niños vieron como, al salir, su padre ya no era el mismo.

No era la única niña que llevaba comida a su padre. Con solo 7 años, llevaba los víveres en un cubo hasta el interior de las altas paredes de Sant Miquel. Los compañeros de prisión de José González, que estuvo preso entre 1940 y 1946, pintaron un tebeo para la chiquilla, en señal de agradecimiento.

También ha llegado el caso de José Morant, preso entre 1940 y 1942. Durante la estancia en prisión, el republicano cosía «espardenyes» de esparto para que su mujer pudiera venderlas y mantener a la familia, que vivía en Almoines.

Por poco no coincidió en el tiempo con Enrique Carreras, quien fue capturado por la Guardia Civil cerca de los montes de Zaragoza. Era maqui. Contaba en vida que lo peor de su vida no fueron los campos de concentración de los que consiguió escapar o la cárcel valenciana, sino salir de ella en los años 50 solo (su familia continuaba en Francia), sin trabajo y ante una España «sumida en la Edad Media».

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