Un semáforo «inteligente» en el que cada color marca quien toma la decisión, y si esta es firme o se puede debatir. Es la metáfora que usa el psicólogo infanto-juvenil y terapeuta familiar Antonio Ortuño, para ayudar a los padres a educar a sus hijos en lo que ha denominado «parentalidad positiva».

Según explicó ayer en Valencia, en una jornada organizada por la Confederación de Ampa Gonzalo Anaya, el objetivo es solucionar «los conflictos más habituales que tenemos los padres y madres con nuestros hijos, desde que se acuestan hasta que se levantan; y gestionarlo con buenas prácticas educativas, exentas de castigos, broncas, regañinas... que al final no funcionan», apuntó. El «puente» que los niños cruzan para avanzar en su vida ha de basarse en los pilares del amor y la autoridad, y el equilibrio entre los dos es «la clave», explicó, además de saber decir «no» sin romper los sentimientos e ilusiones de los hijos e hijas, añadió.

En el semáforo de las «familias inteligentes», el color rojo será el de las decisiones que deben tomar los adultos porque los niños no tienen la capacidad para hacerlo; el amarillo es para aquellos aspectos que se pueden consensuar y pactar, ya que los pequeños ya tienen cierta autonomía pero necesitan control; y el verde corresponde a la fase en la que los hijos ya toman sus decisiones y los padres están por si se requiere su ayuda, explicó Ortuño. Este método educativo aporta, según el psicólogo, herramientas para que los niños sepan decir «no» y qué decisiones tomar cuando no estén bajo la protección del hogar.

«Suelen ser influenciables y se meten más en problemas si en casa no se resuelven bien los conflictos», alerta, por lo que si la convivencia del día a día se basa en riñas, insultos, manipulaciones y amenazas, «lo que les funciona en casa lo pondrán en marcha fuera con sus relaciones de pareja, amistades o en el trabajo».

La frustración o la demanda de explicaciones tras recibir una orden o una negativa es «natural», según el experto, pero no debe desencadenar en ira, agresividad u hostilidad por ninguna de las dos partes. Los padres, si han tomado una decisión que se presentó como inamovible al principio, deben mantenerse firmes, dar argumentos breves y mostrar que los «ataques» verbales no son efectivos para conseguir ciertas cosas.

En cuanto a la tendencia de remitir a los menores a pediatras, neurólogos o psiquiatras y medicarles por mala conducta en casa, Ortuño es claro: «eso de que el niño tiene que ir al psicólogo tenemos que quitárnoslo de la cabeza; los que tienen que ir al psicólogo son los papás y las mamás».