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Testimonio

"No olvido ni un solo día de los quince años que viví preso aquí"

Joan Busquets vuelve a Sant Miquel dels Reis 46 años después por el homenaje a los presos franquistas

Joan Busquets, en el claustro del monasterio de Sant Miquel dels Reis, donde vivió 15 años como preso del franquismo. Eduardo Ripoll

Ha pasado casi medio siglo desde que pisó por última vez Sant Miquel dels Reis. Reconoce su fachada y las estatuas de los santos que adornan el portón del monasterio renacentista por las que se descolgó para intentar fugarse cuando el monumento era cárcel franquista, pero no consigue evocar en su mente el interior. Las distintas restauraciones que ha sufrido el conjunto alteran las imágenes que Joan Busquets (Barcelona, 1928) guarda de la que entonces fue la cárcel en la que vivió cerca de 15 años.

Fue capturado en 1949. Tenía 21 años y era maqui. Salió a finales de 1964 para la cárcel de Burgos, donde terminó de cumplir una condena de 20 años. Toda su juventud la pasó entre rejas. Hoy ha vuelto a pisar el suelo del convento que fue su lugar de cautiverio. La dirección general de Cultura de la Generalitat quiere rendir homenaje así a uno de los testimonios vivos de ese pedazo de la historia valenciana. Para ello ha organizado esta tarde distintos actos, como proyecciones en la fachada del conjunto patrimonial con los nombres de algunos de los presos políticos que pasaron por esas celdas que hoy son una biblioteca.

«No olvido nada, ni un solo momento o día. Esto no se olvida nunca», responde preguntado sobre algún instante, alguna anécdota concreta que le hubiera marcado especialmente. «Vienen como flashes. Cuando menos te lo esperas, aparece en tu mente algún preso, algún funcionario... eran malos, malas personas», asegura Busquets. «Te perseguían por tus ideas políticas. Tenían un odio feroz», rememora.

Un odio que llevó a unos guardias a partirle la nariz con la culata de la escopeta y arrastrarlo por el suelo sin zapatos después de su conato de fuga. «No hace falta tratarle así», se quejó uno de los agentes presentes. «Qué más da, este ya está muerto», aseguró el otro. Busquets se hacía el muerto adrede, sabía que así le caerían menos palos. «Sufrí mucho. Durante la escapada me rompí el fémur al caer de una altura de unos tres metros sobre una acequia que no vi», relata el exprisionero.

El intento de fuga entre estatuas

La fuga la orquestaron durante años, pero no cuajó. «Éramos tres. Desde los dormitorios teníamos que llegar a la fachada del monasterio y debíamos ir descolgándonos por los santos. Bajábamos de uno en uno, esperando al siguiente compañero». ¿Por qué salió mal? «El que iba primero no cumplió lo acordado. Cuando llegó abajo, en vez de esperarse salió corriendo hacia la salida. Los guardias le vieron y comenzaron a dar voces», cuenta Busquets.

Al impaciente no lo pillaron. Consiguió huir al meterse por una tubería. Los agentes fueron a por el segundo, que era Busquets. «Di el salto más grande de mi vida. Todavía hoy no sé cómo. Fui a parar al corral de gallinas y conejos que había en el tejado del edificio de los funcionarios, que empezaron a hacer mucho ruido. No vi la acequia que había abajo y me partí el fémur al saltar», narra el represaliado.

En un breve recorrido por los pasillos del claustro, se le pide que señale cuál era su celda. «No lo sé, pasé por muchas. En 15 años te da tiempo de recorrerlo todo». Había una torre en la que se metía a los tuberculosos. Rememora por un instante las celdas masificadas, durmiendo en el suelo. «Éramos jóvenes, se aguantaba todo». Recuerda también cómo morían sus compañeros de hambre. «No había casi rancho», explica con amargura.

Entre los habitáculos que ocupó se encuentra el de la banda de música. «Los compañeros me dijeron que mejorarían mis condiciones si entraba», apunta. «Comencé a aprender solfeo con algunos de los presos que eran músicos profesionales. Se comía más, las habitaciones eran mejores». Comenta que lo que más le gustaba era tocar jazz con su trombón. «Nos gustaba mucho. La música fue mi liberación», asevera.

Respecto al acto de hoy, lo tiene muy claro. «Pienso decir lo que pienso. Ni los gobiernos de Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero nos reconocieron judicialmente. No pienso volver a España, tengo un mal recuerdo de este país. Soy un olvidado, la peste, un pasado que no hay que recordar», lamenta este maqui residente en Francia. Hasta allá fue cuando salió de prisión al encontrar el país sumido en la dictadura. Allí encontró a la que hoy es su mujer y tuvieron un hijo.

«No volveré a este país de mierda, que no quiere saber nada de mí. El día que quieran reconocer lo que nos hicieron, volveré. Pero de momento, existe lo que dejó Franco, un rey, que lo tiene todo atado y bien atado», apunta sin morderse la lengua a sus 88 años.

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