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Superviviente

El gitano 3531 de Auschwitz no quiere olvidar

Un superviviente del holocausto romaní en los campos nazis pide en un congreso en Valencia el fin de la discriminación que aún persigue a su pueblo

El gitano 3531 de Auschwitz no quiere olvidar

Hay números públicos y otros que son privados. Los números públicos dicen que unos 21.600 gitanos fueron conducidos al campo de concentración de Auschwitz y muy pocos de ellos sobrevivieron. Dicen que entre el 25 y el 50 % de los gitanos de Europa (de 220.000 a 500.000) fueron exterminados en los campos nazis después de que la Unidad de Higiene Racial del Tercer Reich determinase que el pueblo romaní constituía un peligro para la pureza aria por ser «criminales habituales, inadaptados sociales y vagabundos»; si dos de los ocho bisabuelos de una persona eran gitanos, esa persona ya no merecía vivir. Está, por último, un escalofriante dato público: 2.897 prisioneros del Campo de Familias Gitanas de Auschwitz fueron asesinados en las cámaras de gas en la madrugada del 2 al 3 de agosto de 1944. Fue la Zigeunernacht: la funesta Noche de los Gitanos.

Luego están los números privados, íntimos. Como el 3531 que asoma del brazo izquierdo del alemán Peter Höllenreiner cuando se remanga el jersey. Ese es el número, con una Z delante (Zigeuner significa «gitano» en alemán), que le marcaron en el antebrazo cuando llegó a Auschwitz con cuatro años el 18 de marzo de 1943. Hay otro número privado, 36, que son los familiares de Peter asesinados en los campos de la muerte. Él sobrevivió tras pasar como prisionero por los campos de Auschwitz, Ravensbrück, Mauthausen y Bergen-Belsen. Salió con seis años cuando las tropas británicas liberaron este último campo alemán en 1945.

Ahora tiene 78 años. Ayer inauguró en Valencia el sexto Seminario Internacional Rroma para reflexionar durante tres días sobre la memoria del holocausto gitano. Es el llamado porraimos: literalmente «devoración» en lengua romaní, tan eclipsado por la shoá judía.

Peter Höllenreiner confesó ayer que sus recuerdos de los campos de concentración son muy pocos por la corta edad que tenía. «No recuerdo casi nada, pero sí cuando llegaron los pánzer británicos y los supervivientes besaban las manos de los soldados, gritaban y lloraban de felicidad».

Y sin embargo, a pesar de ese blanco en la memoria, ha decidido no olvidar lo que sufrió él, su familia y su pueblo. El símbolo del tatuaje es revelador.

Ese «Z 3531» que le grabaron en Auschwitz le inquietó durante décadas. «Cada vez que lo veía me generaba un odio muy grande y me recordaba que había estado en el campo de concentración. Eso duró muchos años hasta que un día entré en una establecimiento de tatuajes y pedí que me lo borraran. Más tarde me enteré de que, en Israel, los nietos de los supervivientes judíos se tatúan en sus brazos los números identificativos de sus abuelos en los campos. Mi abuela materna tenía apellido judío. Así que me grabé el mismo número que yo tenía pero sin la «Z», relata Peter. Y se puso una «J» delante como homenaje a los judíos.

Todos esterilizados

Él era muy pequeño en los campos. A sus padres y a sus otros hermanos los esterilizaron en Auschwitz bajo la dirección médica del siniestro doctor Josef Mengele. «Mi hermano quiso luego tener familia pero no pudo y cayó sumido en un fuerte alcoholismo», señala. Es el llamado segundo genocidio de los nazis a los gitanos: la esterilización como forma de evitar su reproducción.

Peter ha sufrido más allá de los campos el estigma de su pueblo. «En el colegio siempre me sentaban en el último banco y no me permitían levantar la mano y preguntar», cuenta. Solo fue cuatro años a la escuela. «Me hubiera gustado terminar el colegio, aprender dos o tres idiomas. Pero no pude. Tuve que ponerme a trabajar. Y eso aún me duele. Me siento tonto por no poder haberlo hecho», añade.

Él nació en Munich y vive en Munich. Pero todavía, por sus rasgos gitanos, debe dar explicaciones y probar que es alemán. «La discriminación y los prejuicios llegan hasta hoy», sostiene. Cuando va a los colegios a sensibilizar sobre el holocausto gitano, pide una cosa: «Que todos despierten. Porque esto es algo que nos atañe a todas las personas como especie humana; no es de razas ni de colores».

En su conferencia, Höllenreiner denunció la presión y persecución policial a la que aún se ve sometido el pueblo gitano en algunos países de Europa. Sigue sintiéndose estigmatizado. Asegura que, en un juicio reciente, el magistrado le espetó que «la predisposición a ser gitano y la maldad la había recibido de la leche materna». Más que reparación económica, advirtió, es necesario «un reconocimiento de las personas que sobrevivieron y los que van a seguir viviendo. Un reconocimiento de su dignidad porque somos personas igual que las demás». Antes de acabar, recalcó que «nadie puede imaginar lo que significa vivir el horror» de los campos nazis. Dijo esto y se le saltaron las lágrimas, que secó con la mano del brazo izquierdo. El del número 3531.

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