En la noche más fría del año, cuando los nudillos se cuartean y los huesos se engarrotan, hay por desgracia personas, que por vicisitudes de la vida, no tienen un techo bajo el que refugiarse en la capital del Túria. Historias humanas de gente como Juan Luis, quien duerme envuelto en un saco de dormir todavía mojado por las lluvias en una esquina de la calle Maldonado, o Wachestar, un hombre de 41 años que abandonó su Bulgaria natal y que se refugia de la intemperie en un cajero de plaza España junto a una pareja española, Ana y Javier. Para todos ellos una simple manta es su mayor tesoro, aunque saben que a la mañana siguiente tendrán que levantar su campamento y algunos no podrán mantenerla por mucho tiempo, según reconocen.

Para ayudar a estas personas a combatir las bajas temperaturas de estos días, la Policía Local de Valencia repartió anoche 60 sacos de dormir y centenares de mantas térmicas cedidas por Cruz Roja, para que estas noches sean «lo menos difíciles posibles». «Unos 60 policías están trabajando estas noches, apoyados por los equipos de Protección Civil y Cruz Roja, en un dispositivo de apoyo a muchas personas que duermen en la calle, no solamente para acompañarlas, sino además para trasladarlas a aquellos centros en los que los servicios sociales han habilitado espacios», aseguró anoche antes del comienzo del operativo la concejala de Protección Ciudadana Anaïs Menguzzato.

Aunque la noche anterior la policía ya hizo una labor informativa alertando de la intensa ola de frío y se inició el reparto de mantas, Menguzzato indicó que saben que se van a encontrar con personas en una situación complicada, muchas de las cuales «a veces no quieren moverse del sitio donde están».

Así, aunque la estación de la parada del metro de Túria permaneció anoche abierta para que los indigentes pudieran resguardarse en ella, muchos sintecho optaron por pernoctar en sus lugares habituales. Este es el caso de Ana y Javier, quienes ni siquiera sabían de esta posibilidad, aunque tras conocer que podían ir allí a dormir prefirieron quedarse en el cajero de una sucursal bancaria que usan desde hace tres meses como refugio nocturno. «Hacemos lo que podemos. Te pueden ayudar mucho por la noche, pero ¿por el día qué haces?», se pregunta Ana, quien cada mañana a las seis y media, tiene que abandonar este cajero con sus pocas pertenencias en busca de comida.

«Hoy hemos pasado el día en los Viveros con una humedad en los huesos que todavía nos dura», se lamenta esta mujer de 40 años y madre de una hija de cinco que sobrevive en las calles de Valencia desde hace unos meses. «Aquí dentro duermes más calentito pero cuando te levantas no notas los huesos. Menos mal que nos queremos y nos damos calor», apunta mientras mira a su pareja, Javier, a quien conoció en una casa okupa donde también estuvieron durmiendo un tiempo.

Juan Luis Palé, de 58 años, divorciado y con tres hijas, también pasó la noche al raso. Tampoco se quería acercar a ningún albergue ni a la estación del metro. «Prefiero estar aquí solo, a mis anchas, no quiero líos», explica el hombre. Sobre los motivos por los que está en la calle asegura que es temporal, hasta que cobre la pensión. «Podía estar en casa de mi hermana pero no me llevo bien con mi cuñado, es un tarambana y para que no se pelee con mi hermana, aquí estoy», argumenta. Este antiguo «controlador de seguridad, hasta que la empresa defraudó a Hacienda y tuvieron que cerrar», según su relato, vive ahora con su carro a cuestas.

Buscando cobijo en el metro

A la pregunta «¿dónde vas a dormir esta noche?» el joven responde: «Donde Dios quiera». Es de Almería, lleva siete días durmiendo en la calle y asegura que le engañaron: «Vine a trabajar, pero cuando llegué no respondían al teléfono que me dieron». El chaval es el primero en acercarse a la boca de metro de Túria, la del Paseo de la Petxina, donde decenas de personas esperaban anoche con comida caliente, mantas y «mucho cariño» a quienes no tenían refugio. El joven andaluz, coge un bocadillo y una chaqueta de su talla, pero decide irse.

Los voluntarios lamentan que muchos quizás no saben el despliegue -ciudadano- existente y que tienen un lugar donde dormir a cubierto, aunque también se nota el frío. «El metro está abierto, pero no habilitado», apuntan Yolanda y Rosi. Los voluntarios de las asociaciones se dividieron en grupos y decidieron salir a buscar a quienes dormían al raso y acercarlos al lugar. Fruto de estas visitas llega a las 22.30 horas un primer grupo de hombres de diferentes nacionalidades, que dormían bajo el puente de Campanar, en el viejo cauce del río.

Uno de ellos es de Mauritania y a sus 37 años está en la calle, tras un divorcio y haber perdido su trabajo en el campo. «Estamos en una situación crítica, no tenemos nada para salvarnos», explica. Entre otros, le acompaña otro hombre, más joven, de Camerún que ha recalado en Valencia, tras saltar la valla de Melilla y llegar hasta Francia. Todos cogen, con una sonrisa, una manta y el vaso de sopa caliente -de pollo, champiñones, cebolla...- y se acomodan en la entrada al metro, donde coincidieron las asociaciones Ca la Mare de Catarroja y Amigos de la Calle de Valencia. Ambas asisten todas las semanas a las personas sin hogar desde hace años. Ayer prepararon más de 250 bocadillos, sopa para 60 personas, además de macarrones, café con leche y chocolate caliente, bollería,...

«Nos hemos movilizado como cualquier otro día, pero no sabemos cómo será la respuesta», apuntaban las voluntarias de Amigos de la Calle mientras se preparaban. Meli, el cocinero, solo deseaba «que venga mucha gente y se pueda repartir toda esta comida. Junto a él también está Matilde, una maestra jubilada que empezó a colaborar a través de unos conocidos. Jóvenes y adultos, trabajadores y estudiantes, coincidieron ayer en su deseo de ayudar a los demás. Lidia, Jordi y Cheyenne estudian Integración Social y fueron a echar una mano tras ver la convocatoria en las redes sociales.

Hasta el metro también se acercaron vecinos, como Berenice y Milton, de Ecuador, que llevaron zumos y algo de comer. «Tenemos la suerte de tener techo y mucha gente no. Con poco se puede ayudar», opinaba la pareja.

«¿Dónde está mi zumo?»

A José Ramón, quien lleva ya quince años en la calle, no parece preocuparle mucho el frío. «He pasado noches de mucho más frío que ésta, no es la primera ni será la última», afirma antes de ir a refugiarse a un coche abandonado en el que pernocta habitualmente. Sobre la ubicación del mismo prefiere ser cauto. «No me meto con nadie y no quiero que a mí me busquen problemas», añade.

Para otros como Wachestar, un expolicía búlgaro que dejó el cuerpo y se vino a España hace siete años, su mayor preocupación anoche era encontrar los dos botes de zumo que había dejado escondidos entre los matorrales de un parque junto a la Iglesia de San Agustín. «Me enamoré de Dora y me pillaron con droga, esa es mi vida», confiesa a sus 41 años. Según explicó llegó al país en busca de un nuevo trabajo pero «me robaron la documentación».

Aunque Ana asegura que «nos intentamos ayudar entre nosotros», en la vida en la calle la simple desaparición de un trozo de cartón que te aísla del suelo, porque se lo han quitado o porque simplemente ha pasado el camión de la limpieza, supone un nuevo reto para estas personas. «Esta sociedad esa tan hipócrita que con ese egoísmo de autoprotección muchas personas necesitan ver a otras en esta situación para sentirse bien», se lamenta Jorge, quien, después de días en la calle sin ver a su madre, optó anoche por regresar a casa para estar con ella.

Casa Caridad ocupa las plazas habilitadas

Casa Caridad ayer por la tarde ya había ocupado cinco de las quince plazas extra habilitadas para la ola de frío. Cinco personas llegaron a las instalaciones -dos por sus medios y otras tres acompañadas por agentes de Policía- buscando alojamiento. El centro preveía ocupar las plazas durante la noche, de forma escalonada. Anaïs Menguzzato, concejala de Policía Local de Valencia, cuenta en 130 las camas en la ciudad; y Consol Castillo, de Bienestar Social, desmiente la afirmación del PP de que se han eliminado albergues.