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Testimonios

Noche infernal en la A-3

Los cientos de automovilistas y camioneros atascados durante horas en la autovía critican «la falta de previsión y de información»

Noche infernal en la A-3

«Falta de previsión y falta de información». Es la queja dominante entre los cientos de conductores, automovilistas, repartidores, camioneros, chóferes de autobús y hasta autocaravanistas que estuvieron varados en tres tramos de la autovía A-3 desde las cinco de la tarde del jueves hasta casi la una de la tarde del día siguiente, rozando las 24 horas de incomunicación, frío, enfado y, sobre todo, asombro.

Lo describe a la perfección el granadino David Ruiz, que trató en vano de pasar por la A-3 de camino a Madrid antes de que la nevada provocase su cierre a cal y canto. «¡En Suecia hay metro y medio de nieve en la carretera y circulamos a 90 kilómetros sin problemas!, exclama. Y agrega: «Es más, llevo un mes pisando nieve en Alemania, pero no los 20 centímetros que han caído aquí, sino nieve de verdad, y me tiene que pasar esto aquí, a 200 metros sobre el nivel del mar... ¡Es increíble!». Sabe de lo que habla porque lleva años trabajando en el transporte de mercancías internacional por carretera.

David comparte desesperación con otros colegas de profesión de quienes con quienes han trabado amistad casi a la fuerza, la que infunde compartir por obligación área de servicio y cabreo de manera inesperada. Son las doce y media de la mañana del viernes y ahí siguen. Algunos, desde las cinco y otros, la mayoría, desde las seis de la tarde del día anterior, cuando el cielo se desplomó sobre sus cabezas a lo largo de un puñado de kilómetros de la A-3 como si hubiera decidido que era la última nevada.

José Ángel Rubio, conquense de los que lo tienen a gala con ese acento inconfundible, admite que no hizo demasiado caso de los paneles informativos de la DGT. «No los actualizan. Al principio les hacíamos caso. Pero cuando ves, una y otra vez, que te anuncian un accidente y cuando pasas por el punto kilométrico que decían, resulta que hace horas que ha terminado, o te dicen que pasa esto o lo otro, y en realidad es que llevan con lo mismo escrito en el panel toda la mañana, pues, chorra, entonces ya no te lo crees...».

Él mantiene que «solo ponía: "Precaución. Fuertes nevadas". Nada de que iban a cerrar la autovía. Y de repente, cuando estaba a medio subir el portillo de Buñol [en sentido a Madrid], la cola... Ya no pude seguir. Ahí me quedé».

La ventisca y la intensa nevada hicieron lo demás. Los coches y los camiones fueron llegando y alargando un atasco que convirtió la A-3 en un infierno helado. Un caos que a la Guardia Civil, con 70 agentes desplegados en los tres tramos de aglomeración, le costó horas y mucho esfuerzo ir ordenando a golpe de paletada de nieve.

«Hemos tenido que ir liberando los vehículos uno a uno. La nieve los rodeaba hasta el punto de que, cuando por fin llegábamos hasta ellos, les impedía moverse para dar la vuelta, salir por donde habían entrado y cambiar a los carriles del sentido contrario con las indicaciones de los agentes», explica un responsable de la Guardia Civil de Tráfico. Setenta de sus agentes, con el apoyo de 150 integrantes de la Unidad Militar de Emergencia (UME), trabajaron sin cesar desde las cinco de la tarde del jueves y durante toda la eterna madrugada del viernes para liberar a los atrapados.

Un dato como ejemplo: recorrer tres kilómetros le costó a lasa unidades del Ejército cinco horas. Los guardias civiles paleteaban la nieve, liberaban el coche y lo hacían retroceder. Uno a uno. Y cuando fue avanzando la madrugada, a la pala hubo que añadirle el pico porque la nieve se había helado. Un paciente y laborioso trabajo de hormiga que ralentizó las tareas de liberación y rescate de los afectados hasta su exasperación: decenas de automovilistas criticaron en las redes «el abandono» en el que se sintieron y rebatieron cada información que anunciaba la entrega de mantas y comida por parte de los militares.

«Me despertaron a gritos»

José Ángel Rubio, el transportista de Cuenca, cuenta que, tras quedarse totalmente bloqueado en el viaducto de Buñol, decidió acostarse a dormir. «Me despertó un guardia civil de malas maneras, dándome golpes en la ventanilla. Me dijeron que me diera prisa, que arrancase y me fuese al área de servicio de Siete Aguas, y así lo hice. Y aquí estamos desde entonces...».

Los camiones fueron los últimos en ser «liberados». Los vehículos particulares y los autobuses, con familias, niños y personas mayores, estaban en peores condiciones, porque los transportistas, al menos, disponen de una cama donde dormir y, casi siempre, llevaban comida y agua a bordo.

«¿Comida? ¿Caldo? ¿Mantas? ¡A nosotros no nos han dado nada de eso! ¡Ni nos han preguntado!», dice ofendido otro camionero. Pero corrige: «Bueno, a ese de ahí, sí», señala a un compañero que aguarda dentro de la cabina la esperada reapertura de la A-3 para vehículos pesados. No se sabía en ese momento, pero les faltaba poco más de una hora para proseguir ruta.

Llegar al área «tampoco ha sido una salvación, no te creas...», se queja José Vicente Sáez, de Minglanilla. El empleado de la gasolinera lo refrenda: «Esto es un caos. No tenemos luz ni teléfono desde anoche [por el jueves]. Menos mal que mi jefe tiene un grupo electrógeno y hemos podido seguir dando servicio a los que iban llegando. Y gracias a eso también hemos podido usar el microondas para calentarles alguna cosa».

«Es una vergüenza. Esto en cualquier otro país no pasa», asevera categórico Sáez, que pretendía llegar a casa cuando se vio sorprendido por la gran nevada.

Las historias y el enfado se sucede a lo largo de las áreas de descanso y las vías de servicio desde Chiva hasta Requena. Cambian las caras, pero no los mensajes.

El principio del tapón

Precisamente en Chiva es donde se encuentra el mayor contingente de camioneros. Cerca de 500, calculan ellos mismos. Acabaron en las calles del polígono industrial conforme iban llegando al corte e la A-3, en el punto kilométrico 323. Ellos no se quedaron atascados en la carretera, pero durante toda la mañana siguieron lamentando la prolongada espera hasta que la Guardia Civil consideró suficientemente despejada la calzada para el paso de camiones sin riesgo de que un accidente ocasionase un nuevo estrago como el de la noche anterior.

La mayoría ha pasado las horas (y las sigue pasando en el momento de recoger estos testimonios, entre las diez y las doce de la mañana de ayer) en los bares del polígono. «Peor es para los que se han quedado tirados en mitad de la carretera, desde luego...», considera Elías Fajardo, camionero de Iniesta, que venía de Castelló e intentó pasar porque tampoco se fiaba mucho de la información que en los paneles informativos advertía de la situación de la A-3.

Junto a él esperan Ernesto Dragonetti, vecino del mismo municipio, y Jesús Ortega, de Villarrobledo. A dos metros, de pie en la barra, son dos transportistas portugueses, Luis Fonseca y Armindo Neca, quienes maldicen su situación lamentan la «falta de información» de las autoridades. Las matrículas polacas, alemanas, lituanas, etcétera copan las aceras del polígono y los arcenes de sus accesos. «Menos mal que no se ha terminado la comida», bromea Fonseca. Desde luego, el buen humor continúa siendo la mejor receta contra la desesperación.

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