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Tradición en jaque

Toque de difunto para las campanas

La orden del Ayuntamiento de Valencia de silenciar varios campanarios por quejas vecinales desata la inquietud entre los campaneros y el negocio de la restauración de bronces, que reclaman diálogo y respeto al patrimonio

Toque de difunto para las campanas

No es ruido, es música; y está protegida como patrimonio inmaterial. A partir de ahí se edifica toda la argumentación de los defensores del tañido de campanas, una tradición cuyas ramificaciones actuales son desconocidas ahora que ha irrumpido el debate sobre si deben o no sonar, y en qué medida pueden silenciarse si a alguien le molesta, como acaba de ordenar el Ayuntamiento de Valencia para acallar cuatro campanarios céntricos por contaminación acústica: San Nicolás, San José de la Montaña, los Santos Juanes y Dominicos.

En la Comunitat Valenciana hay 2.500 campanarios y más de 6.000 campanas. Existen cuatro toques manuales declarados Bien de Interés Cultural (el Micalet, Castelló, Segorbe y Albaida) y se ha producido un boom de colles de campaners que recuerda al vivido por la dolçaina o las muixerangues: gente joven, savia nueva, un fenómeno inédito en España. Ya hay unas treinta colles por todo el territorio valenciano, con alrededor de 250 campaners que han querido recuperar el toque manual de los campanarios.

Esta fue la tierra donde comenzó con fuerza la mecanización de campanas (la primera, en 1923, la Seu de Xàtiva) y donde las instituciones más han invertido en reparar y electrificar los bronces, con el PP en la Conselleria de Cultura y la Diputación de Valencia como mecenas. Ahora el jaque a las campanas preocupa en ámbitos distintos.

No se puede calificar de industria campanera por lo reducido de su número, pero hay varias empresas valencianas que se ganan la vida reparando, mecanizando y restaurando campanas. Antonia Molina, gerente de la empresa 2001 Técnica y Artesanía, de Massanassa, ve con inquietud el fenómeno. «Si se dejan de tocar las campanas, claro que nos veríamos afectados. No repararíamos equipos ni instalaríamos nuevos. Pero creo que este asunto se tiene que dialogar: no hay que abusar de los toques, pero tampoco hay que privar de ese bien patrimonial al resto de personas solo por que a alguien le moleste», opina.

Antonia pone un ejemplo de la pasión campanera: «En la Comunitat Valenciana, solo por el hecho de que una campana no voltee porque el motor no funciona, o que no toque el reloj, ya te meten prisa para que lo arregles pronto. Porque se ve como algo necesario. En cambio, si eso mismo ocurre en Soria, no pasa nada», explica por su experiencia.

El temor a que se expanda esta ola prohibicionista, con jueces y normativas acústicas por medio, también inquieta al gremio de campaneros. Uno de sus máximos referentes, el antropólogo y presidente de los campaneros de la catedral de Valencia, Francesc J. Llop, pone el énfasis en su valor patrimonial como lenguaje secular que ha acompañado la vida del pueblo en fiestas, bodas, muertes, bautizos, incendios, desgracias. Y advierte: «Alguien dirá que no tiene sentido en el mundo de hoy. Pero la misma lógica podríamos aplicar a la muralla de cualquier ciudad, que ya no defiende de nada, o a las torres de Serrans o de Quart. ¿Por qué una parte del patrimonio no se puede tocar y otra parte sí?», pregunta.

Llop saca pecho y asegura que la mitad de las campanas que se fabrican en España van destinadas a los campanarios valencianos: treinta o cuarenta campanas nuevas cada año. Fundidores ya no quedan, eso sí. Desaparecieron hace casi medio siglo de la Comunitat Valenciana, según Llop, y hoy solo se encuentran un puñado de ellos en España: uno en Cantabria, uno en Castilla y León, uno en Andalucía, uno en Extremadura y otro en Galicia. Todos ellos miran a los campanarios valencianos. No solo por el número. Dice Francesc J. Llop que «la gestión valenciana de las campanas, con voluntarios, es un modelo en Europa».

Quejas al Síndic

Es cierto que el Síndic de Greuges admite y gestiona quejas de vecinos afectados por el impacto acústico de las campanas. Suele ser bastante expeditivo a la hora de conminar a las Administraciones a que actúen y preserven el derecho individual del ciudadano. Según Llop, en todos los casos en los que hay disputa de este tipo y se llega a los tribunales, el juez da la razón al particular que se queja si se superan los decibelios permitidos. A veces, incluso con informes médicos. En la Comunitat Valenciana, recalca, son menos los litigios de este tipo. Pero ahora podría desatarse el efecto dominó. El toque y repique. El clamor ha comenzado.

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