El féretro abierto en el Salón del Trono del palacio arzobispal de Valencia encierra la pompa de un obispo difunto. En su interior yace el cuerpo sin vida del obispo valenciano José Gea Escolano: solideo en la cabeza, anillo episcopal en el anular izquierdo con unas manos ligeramente encabalgadas, hábitos solemnes con su escudo, mitra plegada a los pies, el báculo muy cerca del ataúd y el rictus inevitable de quien solo espera ya su funeral.

La estampa contrasta con esta otra que comparte a las puertas del palacio Juan José Medina, sobrino político de Gea Escolano y exvicepresidente de la Diputación de Valencia. Cuenta que cuando presentó su renuncia por edad al obispado de Mondoñedo-Ferrol, se marchó a Perú como misionero. La familia sufría por ver a un septuagenario empezar aquella vida errante. Pero la respuesta fue tajante: «¿Jubilar-me? Jo m'he fet rector per a tota la vida. I ara me'n vaig de missioner», exclamó para abortar cualquier intento disuasorio.

Allí, en Perú, de la pompa del féretro de ayer no había rastro. Don José, como le llamaban casi todos, sufría problemas de circulación en las piernas. Y dice Medina que lo vio, en su humilde casa peruana, con dos toscos bloques de obra prefabricados en la parte baja de su cama para poner las piernas en alto y que no se le cargaran. «Pero hombre, ¿no habrá una madera o algo un poco mejor?», le preguntó Medina sorprendido. «Aquí la madera es para ricos», respondió quitándole importancia el hombre que había sido obispo desde los 41 años hasta su retirada.

Ayer, en su último paseo por Valencia a hombros de seis curas, el boato volvió a rodearle por última vez. Una comitiva de 108 sacerdotes, con catorce mitras de obispos, arzobispos y cardenales (entre ellos Carlos Osoro) apuntando a un ventoso cielo, lo trasladaron a la catedral de Valencia para darle sepultura en la capilla neoclásica de San José, la de su mismo nombre. El ataúd de Gea Escolano compartirá el subsuelo con el arzobispo Simón López García (1824-1831) y el cardenal Agustín García-Gasco (1992-2009), enterrados en esa misma capilla.

«Trabajador» y con la «cruz»

En la misa exequial, el cardenal Antonio Cañizares, arzobispo de Valencia, destacó ayer «cómo defendió la vida» el obispo José Gea Escolano y su condición de «trabajador infatigable» hasta el punto de «marchar humildemente como misionero a Perú» tras su retirada a los 75 años. «No rehuyó las aristas crucificadoras de la vida cristiana» ni amputó el Evangelio para adaptarse a lo políticamente correcto. El precio, dijo Cañizares, fue ser «proscrito» por algunos medios de comunicación.

Quienes ayer desfilaron por la capilla ardiente de Gea Escolano coincidían en subrayar su sencillez, su naturalidad, su cercanía y su carácter bromista. Así fue con Vicent Sarrió, un cura de Sollana ordenado sacerdote a los 55 años, muchos años después de haber enviudado y de tener dos hijos y una nieta. El día de su rito de admisión, con Gea Escolano presidiendo el acto con los seminaristas, al llegar a su lado y arrodillarse, el obispo le preguntó qué edad tenía. Nada más oír la respuesta, le espetó: «Tu saps que eres dels de mitjan vesprada? Como los de la parábola que van a la viña, tú al final vas a cobrar lo mismo que los pipiolos de tus compañeros», le dijo. Vicent aún se emociona y ríe mientras lo cuenta.

El obispo auxiliar de Valencia Esteban Escudero destaca su faceta como «maestro de obispos» y el «ejemplo» que dejó. Entre otras cosas, por su voluntad de «participar en la vida nacional muy de cerca». Algunos lo dibujaron como conservador por su postura beligerante frente al PSOE que gobernó España entre 1982 y 1996. «Decía lo que debía decir, era un buen pastor», considera Maruja, obrera de la Cruz. «Era sencillo, con amor a su grey, y sabía defender a los creyentes: quien no quiera practicar, que haga su vida, pero que no se meta con los demás», destaca Luis. «No tenía miedo a enfrentarse a quien fuera», subraya Juan José Medina, que cita con admiración un libro que escribió Gea Escolano: Cartas a un político.

Se levantaba a las cuatro de la mañana para poder escribir tranquilo. Luego, a media mañana, se iba a cumplir con la Hora Santa. ¿Y eso qué es?, preguntaba Medina las primeras veces que lo oyó. Era la forma con la que denominaba a la siesta este hijo de llauradors del Real de Gandia, el obispo que se llevaba en cada viaje a Mondoñedo cacauet valencià y cajones de naranja. Ayer, José Gea Escolano, de 87 años, inició su última y más larga, eterna, Hora Santa.