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Investigación criminal

Arqueólogos del fuego

El equipo de investigación criminal de incendios de la Guardia Civil de València resuelve una media de 100 casos por año; en 2016, la mitad de los que analizaron habían sido provocados, la mayoría, en viviendas

Arqueólogos del fuego

Paciencia, método y formación. Eso, y un pico y una pala. Son parte de las claves para que el puñado de agentes -todo hombres; en València no hay ninguna mujer- que forman el Departamento de Investigación de Incendios de la VI Zona de la Guardia Civil, con cuartel general en Benimaclet, resuelvan las causas que han originado alguno de los casi 100 incendios por año que investigan. Parece magia, pero, insisten, no lo es. Sus informes son irrebatibles. Ni las agencias privadas que contratan grandes compañías reverten sus resultados en los tribunales. Hasta el punto de que cada vez que hay una condena en juego, ya sea para establecer la culpabilidad en un fuego intencionado o la responsabilidad de un seguro en uno accidental -con sumas de vértigo-, buena parte de la condena se sustenta en ellos.

Sólo el año pasado, establecieron que el 52 % de los 79 incendios que investigaron en un proceso judicial fueron provocados. Y fue un año «flojo»: la media se sitúa en torno a los 100 informes anuales, el doble de investigaciones de las que realiza el equipo que trabaja en Madrid.

Por las manos de este pequeño gran grupo de agentes pasan desde incendios en naves industriales, a asesinatos, además de fuegos en viviendas, garajes, establecimientos, vehículos, barcos... Todo incendio que afecta a una estructura -los forestales son cosa del Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona)- y que tenga trascendencia judicial acaba en sus manos. Aunque están adscritos a la VI Zona, la que abarca la C. Valenciana, su ámbito comprende también Murcia, Albacete y Cuenca. Y no es la primera vez que su pericia es requerida por sus superiores y acaban mucho más allá de los límites asignados.

Asesinatos, suicidios, estafas...

Cuatro y media de la tarde del 29 de julio de 2015. Dolores Moya González (41 años) duerme la siesta en su sofá en la casa familiar, un chalé en Serra. Su marido, Marcos Cabo, ayuda a su hija a cargar unos muebles en una furgoneta a unos metros de la vivienda. De pronto, se desata un incendio en el salón. La mujer es hallada muerta dentro de la bañera: había huido del sofá en llamas y había tratado en vano de apagar el fuego que se había cebado en su cuerpo. Cabo, exjefe de la Policía Local y concejal en ese momento por Esquerra Unida en Serra (su mujer le había cedido el puesto en las municipales de ese mayo) juró y perjuró que ella se había suicidado. Incluso utilizó como coartada a su hija.

La mentira duró lo que tardó en entrar el equipo de incendios. Establecieron que el foco primario estaba en el sofá (justo en el lugar que ocupaban las piernas de la víctima, que tenía en ellas las principales quemaduras), perros adiestrados en la detección de acelerantes marcaron sin titubeos los puntos donde había sido arrojada la gasolina -que luego certificaron los análisis de las muestras- y el informe no dejó duda alguna: las marcas de propagación de las llamas demostraban que el incendio había sido provocado por el marido y que las quemaduras que sufrió éste no provenían, como decía él, de su intento por apagarlo, sino justo lo contrario. Nunca pudo ser juzgado, porque se suicidó al día siguiente de ingresar en prisión, pero el dictamen de los especialistas permitió concluir que fue un asesinato machista.

Es sólo uno de sus muchos éxitos. Por sus manos y sus ojos han pasado todos los asesinatos en los que el autor utilizó el fuego como instrumento para matar o borrar huellas. O para quitarse la vida: la mayoría de incendios intencionados en viviendas esconden un suicidio, ya sea intentado o consumado. El resto ocultan venganzas, casi siempre relacionadas con la violencia machista -»muchos maltratadores recurren al fuego para quemar la casa o el coche de la víctima; es una tendencia que se repite mucho», explica el teniente Morales, responsable del laboratorio de criminalística de la VI Zona.

El buque Sorrento

En abril de 2015, un incendio desatado en plena travesía del ferry Sorrento, un monstruo de 186 metros de eslora repleto de pasajeros, vehículos y combustible, obligó a una compleja operación de rescate en alta mar. El buque, que se había incendiado frente a las costas de Mallorca, acabó atracado en Sagunt y la investigación recayó, cómo no, en este equipo de incendios. Tras largos meses en los que casi acabaron viviendo en las entrañas de la gigantesca embarcación, emitieron el informe sobre cómo y en qué punto se produjo el fallo eléctrico que originó el desastre, pero de eso no hablan. «Es un caso abierto», se disculpa Morales con una sonrisa. Y hay muchos millones en juego, porque las aseguradoras de los distintos elementos presentes de un modo u otro en el origen del siniestro, obviamente, no se ponen de acuerdo.

Y si hablamos de incendios industriales, la lista es casi interminable. En contra de la creencia general, la mayoría de los fuegos en almacenes y fábricas suele tener un origen accidental. Lo extraordinario es que este puñado de hombres encuentre siempre, salvo que las llamas lo consuman por completo, el elemento que lo inició, aunque sea una simple bombilla en la inmensidad de una nave industrial reducida a cenizas. «Somos como arqueólogos», explica uno de los agentes, haciendo parecer fácil lo que al resto se antoja imposible. «Se trata de recorrer desde el punto menos dañado al más dañado, con herramientas cada vez mas finas, siguiendo los vectores de propagación, los horizontes de calor, de llamas y de humo. Así llegas al punto de origen y a partir de ahí estableces la fuente de ignición". Leer en el fuego nunca pareció tan sencillo; pero es eso, una apariencia.

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