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Ante el anuncio de desarme de ETA (1)

"Hace siete años que ya no matan pero aún miro bajo el coche"

Diez hijos, padres, madres y hermanos de personas asesinadas por ETA y supervivientes de atentados de la banda terrorista expresan el sentir de las víctimas valencianas ante la promesa de entrega de los arsenales

"Hace siete años que ya no matan pero aún miro bajo el coche"

Entre las casi 860 personas asesinadas por ETA en su medio siglo de barbarie terrorista se cuentan 20 personas nacidas en la Comunitat Valenciana y otras 11 vinculadas a ella. Nueve de ellas murieron en alguno de los 60 atentados perpetrados por la banda a lo largo de 32 años en tierras valencianas. Para las víctimas valencianas de ETA, los familiares de los asesinados o los supervivientes a su violenta guadaña, el desarme «total, con garantías, verificado, compartido y sin condiciones políticas» que anuncia la banda para el 8 de abril llega muy tarde. Lo único que esperan de ETA, después de siete años sin matar a nadie (la última víctima fue un policía galo asesinado en Francia el 16 de marzo de 2010), es que se disuelva de una vez, entregue todas sus armas, ayude a esclarecer los 300 asesinatos pendientes de resolver y reconozca el daño causado.

A. C. N. Guardia Civil superviviente a la mayor bomba etarra

«Las víctimas seguimos viviendo con el horror de lo que ocurrió»

«Hace siete años que ETA ya no mata, pero aún sigo mirando todos los días debajo del coche por si me han puesto una bomba; si entro en un bar siempre busco que mi espalda dé a la pared para que no me peguen un tiro en la nuca y sentarme mirando a la puerta; cuando voy por la calle siempre miro si me siguen. Me está costando horrores decir esto...». Las lágrimas le impiden continuar y el periodista le tiende un pañuelo de papel. «Las víctimas del terrorismo -prosigue- seguimos viviendo con el horror de lo que ocurrió». A. C. N. (pide que sólo aparezcan sus iniciales) es un guardia civil retirado afincado en Valencia.

En la memoria lleva marcadas las 3:50 horas de la madrugada del 26 de junio de 1989, cuanto ETA intentó volar la casa cuartel de Llodio (Álava) con 150 kilos de amonal y trilita en el mayor atentado con explosivos de su historia. Allí dormían más de 40 personas entre agentes, sus esposas y sus hijos. La dispersión de parte de la onda expansiva por las alcantarillas evitó una matanza. No hubo muertos pero las secuelas siguen ahí casi 28 años después. «Sufro estrés postraumático y sigo en tratamiento psicológico», explica. No cree que el desarme vaya en serio. «¿Van a entregar las armas que les implican en los 300 asesinatos por resolver?», pregunta para añadir: «Lo que tienen que hacer es disolverse de una puñetera vez. Tiene que haber una rendición total y mantener vivo el recuerdo de lo que ocurrió, que no se olvide».

Benedicto Robles. Padre de Francisco Robles, guardia civil asesinado

«Asesinaron a mi hijo la víspera de mi cumpleaños»

«Lo único que quiero es que no maten a más gente, aunque yo ya tengo el daño hecho... Ojalá fuera verdad eso de que van a entregar las armas y se disuelvan del todo». El desarme para Benedicto Robles llega muy tarde. El 6 de mayo de 1991 una bomba segó en el puerto de Pasajes (Guipúzcoa) la vida de su hijo Francisco, un joven guardia civil de 21 años. Llevaba siete meses en el País Vasco. «El día seis mataron a mi hijo y el siete hago los años», lamenta este guardia civil jubilado que está a punto de cumplir 81 años. «Yo estoy tomando antidepresivos desde que pasó aquello, me los suben y me los bajan, pero de vez en cuando me da una cosa que no se puede aguantar y no puedo estar en casa». Robles, natural de Segura de la Sierra (Jaén), llegó destinado a València en 1974 y aquí decidió hacer su vida y criar a su familia.

Carlos Casañ. Hermano de José E. Casañ, asesinado en València

«Combatir el olvido es la única forma de que la sociedad sea mejor»

«Esto no solo se circunscribe a una entrega de las armas, pues con su anuncio no buscan otra cosa que una foto de cara a la galería. ETA no ha desaparecido. Gracias a Dios ya no mata, pero está en las instituciones», dice Carlos Casañ en referencia a Bildu. Reclama la disolución total de ETA y «la ilegalización de los partidos políticos proetarras y las fuerzas que les apoyan». «Que los terroristas cumplan todas las penas que les han impuesto los tribunales es la única forma de hacer justicia con las víctimas, que es lo que esperamos los familiares», subraya.

Primer «zarpazo» en València

Carlos tenía 20 años cuando el 4 de marzo de 1991 la banda terrorista asesinó a su hermano mayor, el ingeniero de Caminos José Edmundo Casañ en València. Era el primer zarpazo mortal de la guadaña etarra en el Cap i Casal. A las 20,10 horas, dos pistoleros de ETA escondidos bajo pasamontañas, José Luis Urrusolo Sistiaga y Juan Jesús Narváez Goñi, entraban en las oficinas de Ferrovial en la calle Gascó Oliag y disparaban en la cabeza a José Edmundo, que era su delegado en la Comunitat. La banda terrorista «justificó» la atrocidad de segar una vida, dejar una viuda y tres huérfanos (dos niños de 8 y 4 años y una niña de 14 meses) porque Ferrovial construía la autovía de Leizarán.

«Luchar contra el olvido de las víctimas de ETA es la única forma de que la sociedad sea mejor, de hacer prevalecer los valores de educación, respeto y tolerancia», subraya Carlos. Se niega a que se intente reescribir la historia y rechaza el discurso de la equidistancia: «Unos son los verdugos y otros somos las víctimas. Aquí durante 50 años ha habido unos asesinos que mataban y policías, guardias civiles, militares y ciudadanos que eran asesinados. La libertad que tenemos ahora es gracias a las más de 1.000 víctimas de ETA entre muertos y heridos».

Carlos sostiene que los familiares de las víctimas siempre han creído en la justicia, aunque lamenta que para él «es la más injusta que hay». Lo dice porque el año pasado, cinco días antes de cumplirse el 25 aniversario del asesinato de su hermano, el etarra Urrusolo Sistiaga «salía en libertad habiendo cumplido sólo 19 de los 400 años de su condena».

Bruno Broseta. Hijo del catedrático Manuel Broseta

«La disolución de de ETA se está haciendo interminable»

«El proceso de disolución de ETA se está haciendo interminable», critica Bruno Broseta Dupré, el mayor de los tres hijos del político y catedrático de Derecho Mercantil de la Universitat de València (UV), Manuel Broseta Pont. Su padre fue asesinado hace 25 años en los jardines de Blasco Ibáñez de un único tiro en la cabeza cuando se dirigía a dar clase en el aulario de la Facultad de Derecho de la UV. Bruno es vicepresidente de la fundación que perpetúa la memoria de esta figura clave de la Transición que nació en Banyeres en 1932.

«El anuncio de desarme es un gesto de ETA para esconder su derrota absoluta, querer hacer ver que lleva la iniciativa y ganar legitimidad política en el entorno abertzale». Para Bruno Broseta a ETA no le queda otra salida que «entregar todos sus arsenales, su disolución absoluta y el reconocimiento del daño que ha causado».

«Me da la impresión de que con este anuncio de desarme no va a conseguir mucha influencia, pues el 99 % de los españoles sabemos que ETA ha sido derrotada», añade. «La batalla contra ETA que reclamamos las víctimas no termina aquí, ya que los procesos de memoria, justicia y verdad están pendientes», recalca.

Dejarse de gestos grandilocuentes

ETA, prosigue, «debe dejar de hacer gestos grandilocuentes, abandonar la retórica del conflicto y empezar a contar la historia real de lo que ocurrió, pues las víctimas no estamos dispuestas a esperar 20 años para que reconozcan el daño causado». «El que no haya muertos sobre la mesa no convierte lo ocurrido en un conflicto político, pues eso es algo que no vamos a permitir ni las asociaciones de víctimas ni la Fundación Manuel Broseta».

Aunque ETA ya no asesine, insiste, «estamos asistiendo a un intento de reescribir la historia y de introducir la retórica equidistante, como por ejemplo cuando vemos que el secretario general de Podemos (Pablo Iglesias) se reúne con los que agredieron a los guardias civiles de Alsasua y sus parejas y dice que también son víctimas». «La verdadera historia está por escribir y no es otra que la que cuentan víctimas», afirma.

Santiago garcía

Santiago García. Peatón herido por un coche bomba

«Deberían ayudar a esclarecer lo que no se conoce»

A sus 73 años Santiago García ha perdido la cuenta de las operaciones quirúrgicas a las que ha sido sometido. «Ocho como mínimo entre injertos de piel y amputaciones», dice. Cuenta que las piernas se le agarrotan por las cicatrices de las quemaduras, pero le sabe mal quejarse porque «al final, puedo vivir». Santiago fue uno de los cuatro heridos graves que dejó el coche bomba de ETA que el 29 de julio de 1994 asesinó en la plaza Ramales de Madrid al teniente general Francisco Veguillas, director de Política de Defensa, a su chófer y a un trabajador que descargaba la tramoya de un teatro.

La bomba, compuesta por 40 kilos de amosal y aluminio, se convirtió en un potente artefacto incendiario que además de reventar el coche blindado del militar causó heridas a 20 transeúntes. Santiago fue uno de los peor parados, pues estuvo más de 20 días en coma. Trabajaba de comercial y había sido destinado temporalmente a Madrid, aunque ya tenía fecha para volver a su casa en València con su familia.

Ante el desarme de ETA dice sentir «indiferencia» y un «escepticismo total». «Si hubiera llegado antes, habría sido una alegría», admite. «El final que me gustaría para esta pesadilla es que además de entregar las armas, cumplan las condenas que les han impuesto los jueces, pues no quisiera que a cambio de sus arsenales les otorgaran beneficios penitenciarios ad hoc», relata. «No pretendo -aclara- que se pudran en la cárcel, porque eso no sería cristiano, sino que cumplan lo que está establecido en la ley. Si se disuelven sería estupendo, pero deberían también reconocer el daño que han hecho y ayudar a esclarecer lo que no se conoce».

Rosario Íñigo. Hermana de Miguel Á. Íñigo, guardia civil asesinado

«Temo que tras todo esto esté el Gobierno y su acercamiento al PNV»

En mayo de 1978, Rosario Íñigo Blanco estaba ya contando los días que quedaban para que su hermano Miguel Ángel, guardia civil en el País Vasco, viniera a València. Miguel Ángel iba a ser el padrino de su primer hijo, que ya tenía dos meses. «Éramos una familia de Extremadura de 13 hermanos y yo estaba muy unida a Miguel Ángel porque íbamos seguidos, éramos el 10 y el 11», cuenta Rosario. Ella hacía dos años que había vuelto a España tras un tiempo trabajando en Alemania. «Nos instalamos en València porque a mi marido le tocó hacer la mili aquí», recuerda. Toda la ilusión por el reencuentro familiar se truncó el 9 de mayo de 1978 cuanto ETA asesinó a su hermano en San Sebastián. «Tenía que haber venido al bautizo, que era en julio, y no llegó ni a conocer al niño», narra Rosario con pesar.

Para ella el desarme «es una pantomima, pues no me creo que vayan a entregar las armas». «Lo que me temo es que detrás de todo esto esté el Gobierno y su acercamiento al PNV, pues el anuncio llega después del pacto que han cerrado para los presupuestos», asevera. «Como víctima me siento desamparada, pues me preocupa que pueda haber compensaciones y beneficios para los presos». «Ni acercamiento de presos ni nada. Nosotros no podemos ir a ver a mi hermano a ningún sitio, sino al cementerio», dice.

Adela Puig. Hermana de Francisco Puig, guardia civil asesinado

«Ojalá hijos y nietos de las víctimas puedan vivir tranquilos»

«A ver si tenemos suerte y, por lo menos, los hijos y nietos de las víctimas de ETA pueden vivir tranquilos, porque a nosotros ya nos ha tocado mucho». Este es el deseo de Adela Puig Mestre, de Ares del Maestrat. Su único hermano, Francisco, llevaba cinco años como guardia civil en el norte cuando a un mes de regresar a Castelló, el 16 de mayo de 1980, fue asesinado junto a un compañero por dos encapuchados mientras cenaba en un bar de Goizueta (Navarra). Tenía 31 años y estaba soltero.

Adela recuerda que se enteró por la televisión de la muerte de su hermano. «Cuando vi que salía un mapa con la localización de Goizueta, ya me temí lo peor. Primero dijeron el nombre del otro compañero y luego el de mi hermano, al escucharlo me quedé paralizada». Cuenta que nacieron en el Mas de Basa de Ares y vivieron también en el Mas de la Mariana. Ella era la mayor, se llevaban cinco años, y siempre cuidaba de él.

No está pendiente de las noticias y desconocía que ETA vaya a entregar las armas: «Que se acabe todo, porque a los que nos ha tocado lo hemos pasado muy mal. Yo los primeros años siempre estaba llorando, y ahora, pese a que han pasado ya 37 años, todavía sueño que mi hermano está vivo, que está fuera trabajando y que no puede volver a casa».

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