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Despoblación

Pueblos amenazados

Una investigación identifica los 79 municipios valencianos más abocados a quedar deshabitados por su anémica realidad socioeconómica y demográfica

Entrada a la aldea de Sesga, dependiente de Ademuz y enclavada en el Rincón, un feudo de la despoblación. paco cerdà

Las personas mueren. Los pueblos, a veces, también. Y hay síntomas que permiten vislumbrar la gravedad de su estado. Es el fantasma de la despoblación, las tinieblas que preceden al vacío y la extinción. El estudiante que se marcha, la tienda que cierra, el empobrecimiento económico de sus familias, las escasas mujeres que pisan unas calles hipermasculinizadas con singles de pelo blanco y surcos en el rostro. El niño que ya no nace y el inmigrante que nunca llega. El lento goteo de un censo esmirriado e irreal de tan hinchado como está con respecto a la realidad.

A veces, ese espectro de la despoblación asoma por las simples sensaciones que irradia un silencio mucho más denso de lo habitual: sin coches, sin fábricas, sin gritos, sin apenas murmullos. Otras veces son indicadores numéricos. Y eso es lo que ofrece una completa investigación realizada por Yann Javier Medina, geógrafo especializado en el estudio del medio rural valenciano. Más de 4.000 datos cruzados y muchas horas de recorrido sobre el terreno le han permitido elaborar un amplio estudio sobre los municipios que están acechados por un inminente riesgo de despoblación. El resultado, surgido al cruzar análisis estadístico demográfico y también socioeconómico de los 542 municipios valencianos, arroja una tabla final estremecedora: hay 79 pueblos (señalados en el mapa) con riesgo de sufrir la despoblación total.

Son pueblos por los que uno casi nunca pasa si no va adrede. Tollos, Puebla de San Miguel, Villamalur, Castell de Cabres, Sacañet, Torralba del Pinar, Villores o Herbés. Una manzana de València tiene más habitantes que estos pueblos; incluso una sola finca de la capital los supera. A veces, un rellano.

El estudio subraya la «gran brecha» que polariza el territorio valenciano: un litoral dinámico y superpoblado en sus quince comarcas y cuatro millones de habitantes; enfrente, y a veces de costas como dicen los portugueses respecto a España (de espaldas), languidece un interior montañoso, despoblado y socioeconómicamente deprimido que se extiende por 19 comarcas y que apenas supera el millón de habitantes. Solo queda margen para un espacio intermedio: las comarcas interiores con características más propias del litoral valenciano por llanura, regadío, industria y urbanización, como son el Camp de Túria, la Ribera Alta y el Vinalopó Mitjà, y las comarcas centrales con tejido industrializado como l'Alcoià, la Vall d'Albaida, la Costera y también l'Alt Vinalopó.

No es objeto del estudio hablar del largo proceso de éxodo rural, ni de los estragos del desarrollismo en las áreas interiores y más montañosas del territorio valenciano. La radiografía de Yann Javier Medina presenta una realidad como pocas veces se observa: al desnudo, juntando el vaciamiento demográfico con el estrangulamiento de la pirámide de edad por el envejecimiento de sus habitantes, uniendo el crecimiento vegetativo negativo con la masculinización, incorporando la anemia económica que reflejan la renta de sus vecinos o las empresas que hay en el municipio.

Habla de los enormes desequilibrios de una tierra muy dispar: de los 5.800 habitantes por kilómetro cuadrado de València capital a los menos de 5 habitantes por kilómetro cuadrado de Els Ports. Medina lo compara con «el desierto más árido del mundo: Atacama (Chile), donde todas las regiones administrativas que conforman dicho territorio desértico, esto es, Arica y Parinacota, Tarapacá, Antofagasta y Atacama, superan los cuatro habitantes por kilómetro cuadrado».

El autor alude a los dramáticos casos del Rincón de Ademuz, els Ports, l'Alt Maestrat o el Alto Mijares: estas cuatro demarcaciones perdieron entre el 60 y el 80 % de su población de 1900 a 2001. También señala otras comarcas donde la pérdida de población ha sido menos llamativa pero igualmente importante como la Canal, los Serranos o el Valle de Cofrentes.

Incluso advierte de la «situación crítica» de muchos otros pueblos que queda oculta y parapetada tras las estadísticas tranquilizadoras del conjunto comarcal. Por ejemplo: que tras el dinamismo de Cocentaina en el Comtat se esconde la compleja realidad de Tollos: enclavado en un valle de difícil acceso, el pueblo no llega a los 60 empadronados, y eso que se hincha por una residencia de la tercera edad allí instalada. Eso misma dispara su índice de envejecimiento hasta 1.650, doce veces mayor que la de Cocentaina. Su tasa de dependencia anciana quintuplica la de la capital comarcal, y la proyección de población entre 2014 y 2019 prefigura una caída del 32 % de toda su población. Un negro panorama.

Igual sucede en otras comarcas a priori no marcadas en rojo: tal vez tengan una cabecera comarcal fuerte y estable, pero el pálpito de la despoblación late en sus costuras. Quizá en l'Alt Palància emerja con robustez Segorbe, pero la amenaza pende sobre Sacañet, Matet, Pavías, Gaibiel, el Toro, Higueras o Pina Montalgrao. Tal vez en l'Alcalatén esté l'Alcora y su pujanza económica, pero a su vera asoman Benafigos, Xodos o Vistabella con inquietantes indicadores a medio plazo.

Este estudio, que ahora ve la luz por primera vez, identifica a la provincia de Castelló como el mayor vivero de la despoblación inminente: 48 de los 79 municipios en jaque están allí. Y desvela un interesante rasgo: seis de los siete municipios de comarcas litorales con riesgo inminente, alto o moderado de despoblación, se sitúan en realidad en el interior montañoso de dichas comarcas. En València sorprenden los siete pueblos de la Vall d'Albaida que aparecen abocados a una próxima desaparición: de Sempere a Aielo de Rugat. Son muchos más de los que tiene en peligro el Rincón de Ademuz (5) o la Serranía (2), pero aquí son las aldeas las que más al borde de la extinción se hallan.

Para la conformación de este Índice de Riesgo de Despoblación, hay una corrección importante, bastante desconocida, y que provoca escalofríos con solo oírla. «En los pueblos con menos de 200 habitantes empadronados he estimado la mitad de población real, mientras que los que tienen menos de 100 habitantes empadronados he calculado un tercio de población real. No es gratuita esta corrección, sino que viene de anotar en detalle la población real que los responsables de cada municipio me iban indicando. Y con ello obtuve mi propia estadística», desliza un geógrafo con muchos kilómetros en las suelas y el cuentakilómetros.

Por tomar solo algunas catas de este maremágnum de cifras, valgan tres clasificaciones. El envejecimiento toca fondo en la Puebla de San Miguel, Matet, Villores, Tollos y Villamalefa. El indicador de más exigua capacidad de renovación de la población activa está encabezado por Sacañet, Herbés, Villores y la Vall d'Alcalà. Y en la renta familiar per cápita, la pobreza está liderada por la Puebla de San Miguel, Andilla, Vallat, Pinar y Benillup.

«Al menos una cuarentena de municipios se encuentran en grave riesgo de quedar despoblados definitivamente durante las próximas décadas si no se toman fuertes medidas destinadas al desarrollo socioeconómico de sus respectivas áreas», concluye el estudio.

Su autor señala a una quincena de pueblos con un riesgo inminente de desertificación humana. De quedar vacíos. El problema requiere, en opinión del geógrafo Yann Javier Medina, «actuaciones públicas de carácter urgente» que deberían incluir «leyes de discriminación positiva en favor de las áreas descritas si no queremos ver cómo quedan definitivamente abandonadas». Los síntomas ya están ahí.

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