Cuando María del Mar Carot se quedó embarazada, le propuso a su marido, Juan Martínez, inscribir al bebé con su apellido en primer lugar. Su apellido, Carot, estaba abocado a perderse en una familia que tuvo hijas y no hijos. Su marido, Juan, no se lo pensó. «Le hice un regalo y preferí que mis hijos llevaran delante el apellido de mi mujer», afirma. El bebé fue un varón y le pusieron de nombre Joan.

Juan, primerizo también en el Registro Civil, dejó que el funcionario rellenara el Libro de Familia. Cuando se lo entregó le explicó que quería modificar el orden de los apellidos. «Me dijo que lo tenía que haber dicho antes, y que no podía hacerlo si mi mujer no estaba delante. Así que dejé allí el libro de familia y, cuando mi mujer salió del hospital, fuimos los dos», explica. Ahora bien, el Libro de Familia debía corregirse, y el usuario lo hizo con típex y con un anexo a pie de página que reza «vale lo enmendado».

Cuando nació su hija Amilia (ahora de 9 años) la pareja ya lo tenía claro y realizó los trámites sin más historia que la de estar los dos presentes a la hora de la inscripción.

Juan solo conoce un caso más como el suyo y reconoce la insistencia de su familia para que no cediera, para que peleara por el apellido de su padre, para que sus hijos llevaran de primer apellido Martínez y no Carot. Pero él no cedió. «El apellido lo decidimos mi mujer y yo. Nadie más, pero sí... Mi familia hacía rabiar a mi mujer y le decían: ´Ya veremos cuando nazca el bebé qué apellido lleva...´ Y eso que lo teníamos más que decidido», asegura.

Ahora, todas las familias deberán hacer lo mismo que hicieron Juan y María del Mar: elegir el nombre de sus hijos, pero también el orden de los apellidos.