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Las raíces humanas que ha dejado la competición

La Copa fue quedarse a vivir en València

Llegaron del extranjero para preparar el torneo de sus vidas y al final se encontraron con una ciudad en la que echaron el ancla y con amores que ahora son su familia. ¿por qué decidieron instalarse en València? el caso de tres italianos «valencianizados» pone rostro a la inmigración náutica que trajo la Copa del América hace una década.

Francesco Binetti, con sus dos hijos que han heredado la pasión por la vela. Al lado, toda la familia al completo. levante-emv

Junto al árbol de Navidad había un regalo enorme envuelto de papel. Era el primer barco de Francesco Binetti. Tenía ocho años y esa noche de felicidad infantil jamás habría imaginado que él, que de niño disputó regatas de campeonatos italianos, europeos y mundiales; que estudió Ingeniería para dedicarse a la vela y no separarse de su vocación; que se marchó a Nueva Zelanda para disputar la Copa del América del 2003 y que luego llegó a València para competir por la 32ª edición de 2007, aquel día navideño nunca habría imaginado que por València pasaban dos hechos trascendentales para su vida. Primero, la Copa de las Cien Guineas que ganó en la edición de 2010, como ingeniero del equipo Oracle Challenge que triunfó en la segunda Copa del América de València. Y después, València iba a convertirse en la ciudad en la que se ha quedado a vivir con toda su familia. Más allá del impacto económico y la transformación urbanística, son las raíces humanas que ha echado la Copa del América.

En un octavo piso, con terraza asomada al antiguo cauce del Túria, la puerta la abre Katy Prini. Es su mujer, también italiana. Tras muchos años alquilados por l´Eixample, acaban de comprar esta vivienda impresionante de 160 metros cuadrados. A ella se la ve feliz. Nada que ver con la mujer que después de haber vivido en València entre 2004 y 2011, tuvo que dejar España y volverse a Italia en un viaje en coche de doce horas en el que no paró de llorar de pena por lo que abandonaba. «Un horror», resume.

Todo ha cambiado. Su marido, que en 2011 dejó Oracle, pasó al equipo Luna Rossa y finalmente abandonó la competición de la Copa del América. Ahora trabaja en otras modalidades de regata: las TP-52. Ellos viven felices en València con sus dos hijos, matriculados en un colegio bilingüe y que han heredado la pasión por la vela: cada semana entrenan en el puerto de València. Han estado viviendo en Nueva Zelanda y también en San Francisco (Estados Unidos). Pero la elección ha sido València. «Su balance es muy equilibrado: un clima espectacular, una gente muy amable, no es cara, está muy bien conectada con las capitales, tiene playas, campo, restaurantes de todos los niveles y cine y teatro», resume Katy. Hay una cosa que ya no tiene València. «Echo de menos a Rita Barberá. Lamento cómo terminó su vida. Ella fue el corazón valenciano de la Copa del América, con su carácter y espontaneidad», dice.

Ella conoce a alemanes y otros europeos participantes en la prueba de 2007 que compraron su segunda residencia en Rocafort o Puçol. Respecto a la transformación del puerto y la Marina, considera que «se ha perdido una oportunidad porque el puerto está medio vacío». «Necesita tiempo, pero hay posibilidad de desarrollo. Ha quedado una semilla que está creciendo y necesita ayuda. Hay que invertir tiempo y dinero», cree.

De la Toscana a Russafa. Maximiliano Valli llegó en 2004 a València a bordo del Luna Rossa para preparar la Copa del América de 2007. Tenía 27 años y era el responsable de las velas, una pieza clave en el equipo. Viento en popa puso a su corazón: encontró a una novia valenciana, Victoria, que trabajaba en las oficinas de su equipo como secretaria. No era un amor pasajero, como muchos de los que se formalizaron en el marco de la competición. Siguen juntos, tienen un hijo de seis años y hace dos semanas que Maxi le pidió matrimonio. Ella es dueña, junto con su padre, de una taberna en Russafa: El Cantonet del Pare Pere.

Tampoco València era un puerto pasajero. Han fijado amarras. Maxi cuenta que ha presenciado «un cambio brutal» en la ciudad si la compara con la València que conoció en 2004. Viven en un ático cercano al parque de Ayora. Aunque es natural de la Toscana, alucina con el clima del cap i casal. «Hago barbacoas al aire libre en enero. ¡Eso es casi imposible en otros sitios!», exclama. Por cierto: la Copa de 2007 no la ganó, pero sí la de 2010, cuando compitió con Oracle. Era el sueño de su vida. Después, Victoria se quedó embarazada. Y se quedaron en València. ¿Para siempre? Maxi, que sigue trabajando en la vela y en el mismo equipo que Francesco Binetti, sonríe. Cree que sí.

La Victoria del regatista. Una historia similar es la de Pietro Mantovani. Regatista del equipo Mascalzone Latino, llegó a València a finales de 2004 para los entrenamientos previos a la gran competición. Pronto conoció a Victoria, una joven de Castelló que estaba acabando sus estudios de Ingeniería Informática en la Universitat Jaume I. Surgió la relación y se consolidó. Decidieron establecer València como base común. Lejos quedó la añoranza por Turín y el Fadrí de Castelló.

En diciembre de 2011 se casaron en los Jardines de Monfort de València. Ya tienen dos hijos: Martina, de ocho años y medio, y Matteo, de cuatro y medio. Pietro sigue dedicando su vida a las competiciones de vela de alto nivel como TP52, RC44 o World Match Racing Tour. Victoria está muy feliz de la historia que le trajo la Copa del América. Sabe que no fue fácil. «Hay muchas parejas que se formaron entre extranjeros y valencianas. Algunas hemos resistido juntas. Pero también ha habido muchas otras parejas fracasadas. Estaban bien mientras los equipos vivían en València. Pero cuando se acabó todo, muchas se rompieron al no ponerse de acuerdo sobre si continuar en València o marcharse al extranjero», explica. Como en toda buena regata, no solo la salida era lo importante. Y el viento sigue soplando a favor de estas familias.

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