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Testimonio

Obligado a cavar su tumba por gay

Un ucraniano de 30 años, acogido en Nàquera como refugiado por su orientación sexual, relata en la Semana del Orgullo el calvario homófobo que sufrió en su país

Obligado a cavar su tumba por gay

Un hombre que ha sido violado en un calabozo, orinado encima y trasladado a un bosque al atardecer para cavar su propia tumba con una pala creyendo que va a ser asesinado, es un hombre que no debería tener una mirada normal. Y sin embargo, en los ojos verdes de Oleksandr se atisba nerviosismo y un hilo de angustia, pero ni rastro de ira, sed de venganza o miedo. Es ucraniano, tiene 30 años y vive en Nàquera como solicitante de protección internacional por su orientación sexual. Es un refugiado no por guerra ni por terrorismo ni por persecución religiosa: un refugiado por ser gay.

Llegó a València huyendo de la homofobia en su país, escapando de dos episodios estremecedores que ni sus padres conocen. Pero es la Semana del Orgullo Gay y él quiere compartir el horror que vivió -que sigue persiguiendo a muchos homosexuales- y contraponerlo con la «libertad» que ha conocido en València.

Una libertad que no existía ni en los armarios a los que se veía confinado en la casa familiar, con un padre militar, ni en su ciudad natal de Ternopol, que él sentía como una pequeña cárcel que quiso dejar atrás para instalarse en la capital, Kiev, para sentir un soplo de libertad. Pero allí conoció el horror.

«Era la noche del 7 de febrero de 2015», comienza Oleksandr. Había conocido a un chico por Facebook y llevaban dos semanas viéndose. Fueron a una discoteca gay de Kiev y luego salieron a un parque para estar juntos. «Llegó un coche de la policía, con tres agentes. Y nos preguntaron: ´¿Qué estáis haciendo ahí, maricones?´» Fue el preludio a insultos y golpes brutales contra ambos chicos por parte de los policías, según denuncia Oleksandr, que entonces trabajaba como agente comercial en una agencia de viajes.

Luego los condujeron a una comisaría. Separaron a la pareja. A él lo llevaron a un calabozo. Allí había un hombre maloliente y andrajoso. En ese momento de la narración, en el que Oleksandr es más explícito de lo que se le quería pedir, es cuando empieza a sudar más y a sufrir por el recuerdo de aquella noche. El hombre que apestaba a alcohol lo forzó. Y lo violó. De nada sirvieron sus gritos. Ni sus vómitos de asco. Acabó tirado en el suelo y dolorido. Nunca le habían hecho eso. No hacen falta más detalles.

La denuncia que molestaba

La policía le hizo firmar una declaración al dictado que decía algo así: «Los policías se acercaron porque no estaban agrediendo un grupo de personas y los agentes nos ayudaron. No tengo quejas de este departamento». Volvió al piso que compartía con una chica y esta le animó a poner una denuncia por lo sucedido. Así lo hizo. Y ese fue el inicio del segundo episodio de terror.

Era el 25 de febrero, dieciocho días más tarde, cuando la policía llamó a su casa y le pidió que debía acompañarles a la comisaría para facilitar unos datos. Así lo hizo. Pero el coche tardaba demasiado. Iba alejándose de la ciudad, buscando las afueras, y él se asustó.

«Tras decirme que me callara, me llevaron a un bosque. Pensé que iba a morir. Me empujaron al suelo, lleno de barro. Un policía orinó encima de mí. Yo lloraba, estaba nervioso, con el asma apenas podía respirar sin el inhalador, estaba en el suelo pidiendo que me dejaran en paz. Me lanzaron un objeto por la espalda. Era una pala. ´Levántate, maricón, y cava tu tumba´, me dijo uno de los policías».

Él se apoyaba sobre la pala para no caer derrumbado. Allí mismo, según denuncia Oleksandr y aparece en los escritos oficiales, le dijeron que si no quería morir como un animal y ser enterrado en el hoyo que iba a cavar, tenía que ir a la comisaría y retirar la denuncia que su compañera de piso le había animado a presentar. Una denuncia que había llegado ya al procurador. Él prometió que así lo haría, le quitaron la pala y lo dejaron allí tirado en el bosque, ya de noche. Como un animal.

Una huida forzada

La historia se alarga. Oleksandr desgrana los detalles. Un matrimonio que iba en coche cerca del bosque lo recoge, todo sucio, y lo acerca a Kiev. Él recoge sus cosas del piso y se marcha a su ciudad natal en tren en un viaje nocturno inolvidable por el dolor que sentía.

Sin contar a sus padres nada de lo sucedido (ni siquiera que es gay), y sin retirar la denuncia, se marcha a España con la excusa de aprender español. Llegó a València el 29 de marzo, un mes y medio después de la noche del parque. Ahí ya todo cambió. Pasó un par de meses en casa de una conocida de su madre. Luego llegó a Cruz Roja, que ha sido su salvación. «Di tres vueltas al edificio antes de entrar», cuenta. Entró, se sentó en una esquina y cuando una persona se le acercó, le dijo en voz muy baja: «Soy gay».

Así se inició su normalización y su camino hacia la solicitud de asilo. Cruz Roja le dio un piso de acogida, formación para conseguir trabajo y aprender español, y, sobre todo, la ayuda psicológica que necesitaba en ese momento de desgarro interior, ansiedad y miedo.

En València, sin miedo

Oleksandr fue poco a poco derribando barreras, cuentan en la organización humanitaria, que lo ha visto crecer. Hoy es otro. Dice que en València ha aprendido una lección: ya sabe lo que es la libertad. «Ahora no tengo miedo a que nadie me mate. Tengo pareja y puedo pasear con ella de la mano. Puedo ir a la marcha del Orgullo Gay y sé que nadie va a pegarme. Mi madre, que vino a verme hace un año y ya no está junto a mi padre, ya sabe que soy gay», cuenta el chico, ayudado también por la asociación Lambda.

Antes de iniciar la conversación confesaba que estaba nervioso. Sabía que le iba a doler recordar todo aquello que le pasó. El recuerdo duele, por eso suda y casi llora mientras lo evoca. Pero alivia saber que ese recuerdo va quedando sepultado en una tumba, de un bosque cercano a Kiev, que nunca más volverá a abrirse.

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