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Brecha digital

Deniegan un certificado a un parado por no tener correo electrónico

La oficina del paro de Alzira se negó a entregarle el documento que el desempleado, que cobra un subsidio de 430 euros al mes, necesitaba para conseguir un descuento en un curso de natación con fines terapéuticos

El tren tecnológico circula a tal velocidad que, en plena marcha, resulta muy complejo que accedan a él los ciudadanos más vulnerables o menos expertos. El convoy tampoco se detiene. No espera. Sigue rumbo a lo desconocido. En esas condiciones, muchos ciudadanos renuncian a las ventajas que proporciona la tecnología, bien por el temor que inspira el desconocimiento o bien por la no menos imparable progresión del coste que implica ponerse al día. Frente a las facilidades que encuentran los nativos digitales, los más veteranos se sienten incapaces de saltar el muro que les separa de un mundo informatizado que ya no dominan.

Los ejemplos se amontonan. Hace unos días un desempleado de Alzira de 64 años de edad experimentó como se abría ante él ese abismo. Necesitaba un certificado del cobro del subsidio por desempleo y protagonizó un episodio surrealista.

Miguel Ángel Marín Vila cobra una ayuda de 430,27 euros al mes, una cantidad muy ajustada para vivir. El médico que le trata una fisura en el fémur le recomendó, con fines terapéuticos, que se matriculara en los cursos de la piscina municipal. La tarifa está bonificada para las familias con escasos recursos económicos, aunque para aplicarle el descuento le reclamaban un certificado del IRPF. No lo tiene porque, por sus escasos ingresos, no presenta la declaración de la renta. En esas condiciones le recomendaron que aportase un justificante del cobro del subsidio.

La petición de la cita previa en la sede del Servef de Alzira ya representó el primer obstáculo. Miguel Ángel no dispone de ordenador en su casa, de modo que tuvo que tramitar esa cita en un locutorio telefónico.

En la fecha y la hora indicadas, acudió a las oficinas, pero la funcionaria le advirtió de que ese tipo de solicitudes habían dejado de ser presenciales: el papel había desaparecido de su mecánica laboral y ahora se tramitaban por internet. Y agregó que, así las cosas, era imprescindible que tuviera una dirección de correo electrónico para recibir el certificado que luego, obviamente, debía imprimir para llevar el ayuntamiento. Irritado ante esa exigencia, reclamó hablar con el responsable de la oficina. «Nosotros no podemos entregarle ese certificado, ya que esa tarea le corresponde al SEPE (antiguo Inem), pero no se lo van a dar si no dispone de teléfono ni de correo electrónico», terció el jefe. La conversación subió de tono y concluyó con la petición de una hoja de reclamaciones que tampoco le entregaron.

Preocupado, Miguel Ángel Marín, se personó en la Concejalía de Deportes para alegar indefensión y en ese caso encontró funcionarios más receptivos que se ofrecieron a ayudarle. Le proporcionaron el correo electrónico del ayuntamiento y un teléfono para avanzar en la maraña burocrática. Los empleados municipales suplieron sus carencias técnicas y la piscina pública acabó aplicándole una rebaja en la cuota mensual. Gracias a la actitud de los funcionarios municipales, logró el certificado y ya acude regularmente a la piscina de Alzira.

El ejemplo de Miguel Ángel Marín demuestra que los beneficios de la administración electrónica pueden convertirse en una trampa mortal precisamente para quiens más necesitan de ella, esto es, las personas en riesgo de exclusión social y aquellas más vulnerables. La precariedad económica, la edad o el descolgamiento de las nuevas tecnologías acaban convirtiéndose en el escollo para acceder a ayudas y subvenciones que, en muchas ocasiones, son imprescindibles para quien las reclama.

esa barrera se torna cada día más excluyente. Caer atrapado en las redes que tejen las comunicaciones digitales ya no depende de la voluntad personal de cada individuo sino que viene impuesto al entrar en contacto con una sociedad cada vez más interdependiente. No se puede vivir al margen de esa realidad. Esas son las reglas del nuevo modelo de convivencia.

Las consecuencias ya son muy perceptibles y castigan con mayor crudeza a las capas más desfavorecidas de una pirámide social que mantiene, en este caso de manera inalterable desde hace siglos, la diferencia -siempre insalvable y por lo que se ve cada vez más acentuada- entre ricos y pobres.

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