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Historias de una fábrica

La Vall d'Uixó: del imperio Segarra a ciudad dormitorio

La fábrica de calzado llegó a tener cinco mil trabajadores y una producción diaria de quince mil pares de zapatos - Actualmente, la ciudad apenas cuenta con industria y mantiene su apuesta por el turismo

Colas de los trabajadores para ir a comprar al economato. archivo municipal

El nombre de la Vall d'Uixó irá siempre ligado al de la fábrica Serrara. El imperio del calzado impulsado por el vallero Silvestre Segarra Bonig fue durante principios del siglo XX el verdadero y único sustento económico de esta localidad de la comarca de la Plana Baixa que por entonces tenía alrededor de 8.500 habitantes. Su padre, Silvestre Segarra Aragó sería lo que hoy se conoce como un emprendedor que apostó por la fabricación de «espardenyes», un pequeño negocio que después su hijo transformaría en una de las empresas de calzado más importantes de España con tiendas en Madrid, Barcelona, València, Sevilla, Málaga, Zaragoza, Bilbao, La Coruña, Granada, Santander, Oviedo, Gijón, Valladolid y Castelló de la Plana.

La primera fábrica se fundó en el año 1906 y estaba instalada al final de la calle de la Cova Santa (entonces se le llamaba la guantería porque, además de calzado, también se hacía guantes). En 1930 se iniciaron los trabajos de la nave en la carretera de Xilxes, donde permaneció hasta que echó el cierre en 1992, después de una profunda crisis por la aparición de la mano de obra barata de mercados extranjeros y, como consecuencia, de unos precios altamente competitivos.

La fábrica llegó a alcanzar una producción diaria de quince mil pares de zapatos y cinco mil trabajadores, de la Vall, pero también de otras provincias como Teruel y Albacete y las comunidades de Murcia y Andalucía. Familias enteras se sustentaban del calzado, además de que la empresa supuso un impulso al crecimiento población de la localidad con la construcción de las viviendas del barrio de la Colonia Segarra y el Carmadai, donde residían los empleados de manera gratuita. Una clínica atendida con los mejores médico de la época, la escuela de aprendices, el economato y la caja de ahorro eran otros de los servicios que Segarra ponía a disposición de sus trabajadores. Unos hablan de paternalismo industrial, otros de, simplemente, dar trabajo en una época (la postguerra) en la que las familias estaban totalmente devastadas. Sea como fuera, la fábrica Segarra es parte de la historia de esta ciudad que pasó de ser referente en la economía nacional a ciudad dormitorio y que, actualmente, mantiene una ardua apuesta por el turismo con la promoción de las Grutas de Sant Josep. Nada que ver con lo que fue.

La producción principal, e inicial, era la del calzado militar del ejército español. Allí se fabricó la famosa bota de tres hebillas que fue calzada por los primeros batallones de voluntarios castellonenses destinados al frente de Madrid durante la Guerra Civil española. Con la compra de la patente Good Year, la industria Segarra empezó un nuevo impulso empresarial con la fabricación de calzado civil caracterizado por su gran durabilidad. Entre las anécdotas, cuentan que los niños acababan cansados de los zapatos y solo querían que se les rompiera para comprarse otros.

Al ruido del timbre, los trabajadores empezaban su jornada laboral. Cobraban todos los sábados y tenían la posibilidad de hacer horas extras, también remuneradas. Además, Silvestre Segarra Bonig, amigo personal de Francisco Franco, obsequiaba a sus empleados con una bolsa con un pollo, manzanas y arroz por Navidad. También el día 31 de diciembre se ponía en el patio de las pieles en una mesa y daba a los hijos de los trabajadores dos duros por felicitarle en el día de su santo. Semanalmente y durante todo el año, también les entregaba a los empleados dos kilos de patatas, un kilo de arroz y un paquete de malta o una pastilla de jabón.

Los trabajadores disponían de todo tipo de facilidades. Desde un amplio comedor para la gente que venía de fuera (los trabajadores de pueblos vecinos de Alfondeguilla y la Vilavella salían a las seis y media de la mañana e iban a pie), hasta un economato donde podían hacer la compra. Primero solo había comida pero, poco a poco, se fueron ampliando los productos con equipamiento para la casa. Precisamente en este economato, muchas jóvenes de la época compraron el ajuar. Para facilitar que los empleados pudieran comprar, el economato abría media hora antes de que empezaran a trabajar y permanecía abierto media hora más después la jornada laboral.

Segarra también ponía a disposición de sus trabajadores una clínica con los mejores médicos especialistas: dentista, oculista, digestivo e, incluso, cirugía. Entre los médicos estaba el vallero don Octavio Ten, que era el practicante. El director de la clínica era don Leopoldo Alapont.

Patriarcado industrial vs empleo

La tesis doctoral del profesor de la Universitat Jaume I (UJI) de Castelló, Fernando Peña, titulada «Història de l'empresa Segarra. Paternalisme industrial i franquisme a la Vall d'Uixó (1939-1952)» habla de este caso como un ejemplo de paternalismo industrial en el que todas las facilidades que daba la empresa eran por su propio beneficio: viviendas como garantía de que al día siguiente se iría a trabajar y una clínica para reparar la mano de obra, por ejemplo. En definitiva, Peña habla de la pérdida del control de sus propias vidas a cambio del sustento familiar. Sin embargo, el recuerdo de algunos trabajadores es otro. Ellos, la población civil devastada y arruinada por una guerra, vieron en Segarra el Dios protector y la mano que les dio trabajo, pan y casa. El hombre que dignificó sus vidas en un tiempo en el que muchas familias luchaban por subsistir.

En 1973 España entra en una gran crisis económica de la que la fábrica Segarra no escapa. La ampliación de la familia Segarra, las rencillas por hacerse con el control del negocio y la aparición de nuevos países productores de calzado con unos costes muy bajos hicieron que la firma Hijos de Silvestre Segarra anunciara la suspensión de pagos. Era septiembre de 1976 cuando todos los medios de comunicación de la época recogían este acontecimiento que supuso la muerte económica de la Vall d'Uixó.

En 1978, Patrimonio del Estado adquirió la sociedad convirtiendo la fábrica Segarra en Industrias Mediterráneas de la Piel, SA (Imepiel). Era el principio del fin. La empresa ya nunca recuperaría su estatus inicial y en el año 1992 cerraría definitivamente. Los trabajadores recuerdan que los últimos días ya no había producción pero que tenían que permanecer, igualmente, en su puesto de trabajo. Para ocupar el tiempo, los empleados se dedicaban a hacer peucos de ganchillo, tintarse el pelo (uno de los últimos trabajadores era peluquero) y jugar a la baraja. Así fue como la fábrica Segarra pasó a convertirse en la fábrica del recuerdo.

La Vall d'Uixó ya nunca volvería a contar con un motor económico tan importante como el de antaño. Actualmente, es una ciudad dormitorio en el que prácticamente toda la población (31.819 habitantes según el INE de 2016) trabaja en otros municipios de la provincia. Solo el polígono Belcaire alberga algunas empresas importantes como Roca y Blumaq. Además, el municipio mantiene una apuesta por el turismo como un revulsivo económico, principalmente, en las Grutes de Sant Josep, un río subterráneo, de más de tres kilómetros de longitud explorados, que se postula como el nuevo atractivo de la ciudad.

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