Eran casi las 10.30 horas y la líder de la oposición, Isabel Bonig (PP), entraba en el hemiciclo con una bolsa de unos grandes almacenes. Tendremos sorpresa, se oyó en las cabinas de prensa. Luego no fue tanta. El segundo debate de política general de la legislatura del cambio continuó los trazos del primero con los argumentos habituales revisados y ampliados. Hoy, continúa el debate con las propuestas de resolución que deberá votar la cámara. Hay más de 1.300.

Ayer, de nuevo, la educación (léase el plurilingüismo y el incumplimiento de la promesa de eliminar los barracones) estuvo en el centro de los mensajes de la oposición (tanto de Bonig como de Mª Carmen Sánchez, Ciudadanos).

De nuevo, el fantasma del catalanismo fue agitado desde el estrado por las dos portavoces citadas. Esta vez, con más énfasis si cabe que hace doce meses, dada la coyuntura en Cataluña. «No pase a la historia por ser el primer presidente que vendió esta bendita tierra a los nacionalistas independentistas de Compromís», le lanzó Bonig al presidente de la Generalitat. «No la venda ni a Cataluña ni a Compromís», insistió.

Y, por ese mismo carril, Sánchez acusó al conseller de Educación, Vicent Marzà, de «actuar al servicio del independentismo». El Consell de Puig y Mónica Oltra «da alas al nacionalismo», dijo.

Ximo Puig reprochó aliñar con aceite de Cataluña la compleja ensalada valenciana: decir que el Consell adoctrina y que está en un proceso como Cataluña «es no solo faltar a la verdad, es peor que un error. Es un inmenso error que utilice el catalanismo y la fractura en este momento». «Se desvía incluso de la línea oficial», le recriminó a una Bonig que «tiende siempre a la radicalidad».

Los duros ataques a la política educativa del bipartito (Podemos se unió a la crítica por las infraestructuras anunciadas y no creadas) y la vinculación de al menos la mitad del ejecutivo (Compromís) con el conflicto catalán evidenciaron la brecha existente a día de hoy con PP y Cs. La propuesta de Puig de sostener «con tenacidad» la unidad por una mejor financiación sonó a utopía más que nunca.

Bonig no enseñó ayer el rostro reivindicativo frente al Gobierno central que sí mostró cuando en abril firmó la declaración institucional sobre el rechazo «absoluto» a los presupuestos del Estado.

Ya ha quedado claro que Génova le ha enseñado esa lección y sus consecuencias. Así, ayer acusó a Puig y la vicepresidenta, Mónica Oltra, de ocultar su falta de inversiones detrás de mensajes victimistas contra Rajoy.

La representante popular admitió la infrafinanciación, pero no fue un paso más allá de ofrecer diálogo. No recogió el guante de la unidad. Tampoco el de la exigencia de que el nuevo modelo esté en 2017, como se acordó en la conferencia de presidentes autonómicos. En la línea de la Moncloa, Bonig enfatizó que el PP no puede solo y dependerá todo de los votos del PSOE.

«No es el momento de las camisetas ni las manifestaciones», dijo en referencia a la que se prepara por la financiación. Así empezó todo en Cataluña en 2007, al grito de «España nos roba», aseguró para ligar «el problema valenciano» al conflicto independentista de los vecinos.

Puig lo ve de otra manera: «La financiación es también una forma de recuperar la plena autonomía, no una amputada». Una vía al autogobierno, dijo.

También hizo un llamamiento a la unidad en la defensa de las inversiones. «Bienvenido sea el nuevo talante» del Gobierno central, «pero se empezará a demostrar en los presupuestos de 2018». La agenda valenciana de infraestructuras (empezando por el corredor mediterráneo) ha de estar en ellos. Si no, animó al resto de partidos a firmar enmiendas todos juntos.

«No lloramos, exigimos porque nos corresponde». Fue la respuesta (con retardo) del president al ministro Cristóbal Montoro, que acusó hace unos días a los líderes valencianos de solo llorar.

Pasado el ecuador de la legislatura, el jefe del Consell llegó con más anuncios de proyectos que el año pasado. El principal, el de 700 millones para un plan de construcción y reforma de centros educativos. Era la respuesta en forma de millones a los previsibles ataques al plurilingüismo y la persistencia de los barracones. Y una forma de evidenciar que no hay grieta entre él y Marzà.

«Hay quien quiere hacer de la educación una trinchera política», se lamentó el líder del PSPV. «¿Cómo se puede estar en contra de que los niños sepan las tres lenguas?», se preguntó sobre las críticas, en las que PP y Cs hurgaron, a un plan cuyo «único objetivo es mejorar los resultados educativos». No mencionó los autos del TSJ que han cuestionado la iniciativa del conseller.

Se esperaba el debut de Antonio Estañ como portavoz de Podemos, el socio externo del Gobierno del Botànic. Pasó por alto cualquier referencia al futuro del pacto y se centró en subrayar la ausencia de cambios estructurales tras dos años sin el PP en el Palau. No los observa en economía ni en turismo ni en la construcción. Estamos mejor que con el PP, pero ¿el proyecto de país es ahora distinto? Los electores deberán responder a esa pregunta.