Trabajadora, vitalista y luchadora. Así describen sus amigas a Jessyca Bravo. Su trágico destino ha dejado a sus padres, abuela y a sus tres hermanas -tienen entre 16 y 30 años- rotas de dolor y llenas de rabia. Durante las 24 horas que estuvo en la UCI, debatiéndose entre la vida y la muerte, su familia no la dejó sola ni un solo minuto. Varias de sus hermanas han tenido, incluso, que recibir tratamiento médico para controlar sus crisis de ansiedad y nervios desde que el miércoles recibieron el duro golpe.

Pero la peor parte se la ha llevado el ser más inocente. Su pequeño de tres años. Al que adoraba. Él fue testigo directo de todo lo que ocurrió. De hecho, salió corriendo y llorando del coche en dirección al colegio donde una profesora lo abrazó mientras gritaba: «Mi papá ha matado a mi mamá». Con 28 años Jessyca tenía toda la vida por delante. Ayudaba a su padre en los bares de Monforte, Novelda y Hondón, y era muy apreciada.

En su caso, tampoco su entorno más cercano sabía que había sido víctima de varios episodios de malos tratos. Le dio a su expareja varias oportunidades pero hace unas semanas regresó a su pueblo. Estaba muy enamorada cuando, seis años atrás, decidió trasladarse de Monforte a Elda para vivir con quien ha terminado siendo su verdugo.

Mientras su asesino demostró su carácter cobarde una vez más tras suicidarse después del crimen, Jessyca engrandece su memoria hasta después de muerta con la donación de su corazón.