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Ricardo Costa: El lugarteniente con una manta muy ancha

Mano derecha de Francisco Camps, quien le confirió todo el poder en el Partido Popular de la Comunitat Valenciana hace casi una década, su meteórica carrera se despeñó hace ya casi una década. La lealtad hace años que se esfumó

Ricardo Costa: El lugarteniente con una manta muy ancha

La meteórica carrera de Ricardo Costa se despeñó hace ya casi una década. Más fulgurante incluso que su ascenso resultó su caída. Con la treintena recién cumplida acumulaba todo el poder en el partido y en las Corts. Con menos de 40 ya era un cadáver político.

Vanidoso, ambicioso, amante de los trajes y coches caros, pero también trabajador y bien formado en temas económicos, Costa se convirtió con 23 años en el diputado más joven en el Parlamento valenciano. Su estrella cotizaba al alza. «Tú serás el próximo presidente de este país», le soltó un día Francisco Correa, el líder de la Gürtel ahora encarcelado.

Costa recupera hoy por unas horas, con su declaración en el juicio de la financiación ilegal del PPCV en Madrid, el protagonismo que tanto ansiaba hace una década, aunque nunca imaginó que sería de este modo. Notoriedad con la que buscó equipararse a su hermano Juan, el hombre de Rato ministro en los gobiernos de Aznar y contra el que se enfrentó para mantener a Rajoy al frente del PP en el congreso nacional de 2008.

Costa (Castelló, 1972) ya hace años que rompió con Camps, quien le confirió toda la autoridad en el PPCV, su mano derecha, su lugarteniente. Fue un ya lejano 13 octubre de 2009 cuando por exigencia de Rajoy, que necesitaba un golpe de autoridad en una época en la que estaba muy cuestionado internamente, Camps le anunció su destitución como secretario general y síndic del PP en un despacho de las Corts. Costa se sintió humillado. Ese día, junto a Camps, un trío formado por Barberá, Cotino y Rus avaló su defunción política. Por estética, dijeron. «No se comerá él solo el marrón», pronosticaron entonces en su entorno. Hoy es el día.

La Gürtel campaba a sus anchas por la sede valenciana del PP y Costa fue cabeza de turco. Y cuando se supo que la trama también había llegado hasta la cocina de la Generalitat, el cortafuegos ya no fue suficiente. Gürtel arrastró a Camps dos años después.

Cuando volvieron a coincidir en 2012 en el juicio de los trajes, Costa ya no se fiaba de Camps. La lealtad se había esfumado. Estos días ni descuelga las llamadas con las que parece que su exjefe trata de saber hasta donde llegará. Hoy se sabrá si es muy ancha la manta de la que tira.

Costa, que se enfrenta a pena de cárcel mientras Camps solo será testigo, siempre defendió que Génova estaba al corriente de todo lo que hacía el PP valenciano y que él ni coordinó campañas electorales ni tuvo competencias en contratos del Consell y tampoco que nadie desde Madrid le dijo que cortara lazos con la trama de El Bigotes.

Dos frases de Costa quedan en el imaginario popular como metáfora de una época. «La fiesta nunca acaba» y aquella petición a al Bigotes de cien gramos de caviar para las cenas navideñas. Realmente la fiesta hace años que acabó.

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