Hace tiempo que las palabras quedaron calladas dentro de mí, refugiándose de una dolorosa realidad que no quise admitir, ahora pasado los meses se las debo a ella, una de mi mejores amigas: Manuela Segarra Soler.

Fue en septiembre o en octubre, no lo sé. Sonó el móvil, escuché una voz cuajada de tristeza, «Se nos ha ido Manuela?» dijo Pepi, la persona que le cuidaba y a la que tanto quería; con ella hablaba en valenciano y recorrían el mundo gracias al programa de National Geographic. Atardecía y las horas azules iban envolviendo la noche, envolviendo mi silencio.

Junto a sus hijos y nietos a los que amaba, le lloré en el Patriarca. La iglesia que tanto nos gustaba a las dos y que algún viernes a las diez de la mañana nos dábamos cita para asistir al bello y solemne rito del Miserere. La luz penetraba por las vidrieras e iluminaba tenuemente la iglesia que había quedado a oscuras; envueltas por el incienso nos mirábamos: «Esto no existe en ningún lugar» comentaba «la mente se vacía así lo llamarían, quizá, los Zen.».

Manuela pertenecía a una familia que como en Cien años de Soledad, arrastra nombres de generación en generación: Silvestres e Indalecios. Nieta de un hombre casi legendario que, de una empresa familiar de alpargatas, formó un impero de zapatos en la Vall d'Uixó.

Se escapó de un cuento y su boda fue como de cuento? Se unieron dos grandes potencias de la economía valenciana: Los Segarra y los Roig. La prensa de sociedad la recogió detalladamente. El principio de un cuento suele ser bello? tuvo tres hermosas e inteligentes hijas y un varón que supo labrarse su porvenir por sus propios medios.

Los cuentos son cortos y no existen los príncipes azules? Se quebró su matrimonio y la princesa que se escapó de un cuento, se hizo mujer ante una doliente realidad y una curiosa y morbosa sociedad.

Era bella e inteligente, amaba el arte y la lectura, le gustaba la música y sabía reconocer los cantantes de la actualidad, tenía el suficiente sentido del humor para salvarse de los malos momentos en los que la vida le acechaba. Trabajó en una galería de arte donde se implicó con toda su sensibilidad. El conocimiento de varios idiomas y su «saber estar» hizo que un prestigioso programa de Canal Nou le contratara para llevar las relaciones públicas.

Amiga de sus amigas asistía a unas tertulias en casa de la catedrática Carola Reig: «Las Carola's» como se autodenominaban. Eran mujeres que querían ir con los tiempos, ávidas de aprender, indagaban la vida. Más adelante se reunían una vez al mes en el Hotel Astoria, dónde, la también llorada, Mari Carmen Sendra Muñoz, por aquel entonces directora del hotel, organizaba, en un rincón del salón, unas magníficas y esmeradas cenas-degustación donde «todo valía» y se alargaban las conversaciones que no tenían fin.

Los viajes eran su pasión, recorría el mundo penetrando en el conocimiento de cada país que visitaba: los museos, las salas de arte, los cines y espectáculos, las calles? Miraba todo, mirándolo. Se enamoró de Boston donde pasaba largas temporadas universitarias; su alto ambiente cultural la atrapaba. Cuidaba la estética de una forma muy personal, incluso en la enfermedad que le sobrevino, no la abandonó. Luchó contra el dolor persistente que la atenazaba. Nunca le vi llorar, al contrario, se sentía privilegiada por los cuidados que le rodeaban. El amor a sus hijos y nietos le alejaba de la tristeza.

Una tarde supe que había emprendido ese extraño y desconocido camino, fui a l'Abufera y allí frente al lago me detuve; recordé las veces que habíamos ido y hablando, hablando? nos sorprendía el amanecer.

Ella era bella y apasionada; tenía la generosidad de las personas bondadosas y se ha llevado tantas cosas compartidas que necesito ir recuperándolas poco a poco?