Los domingos por la tarde, a los pies de las Torres de Serranos, cientos de ecuatorianos se reunían a comer, a jugar al fútbol tres contra tres, a escuchar música. Aquello era hace 15 años. Todavía no existían los campos de césped artificial. Esa parte del cauce apenas estaba urbanizada. Muchos inmigrantes todavía no tenían papeles ni posibilidad de obtenerlos. Habían llegado solos y los domingos, en el cauce, buscaban a algún familiar, algún vecino, una amiga.

Pero, sobre todo, se protegían unos a otros, buscaban calor de hogar, compartían su condición de inmigrantes en su mayoría ilegales.

Los precursores ya se habían empezado a acoger a la primera gran regularización que se vio obligado a impulsar Jaime Mayor Oreja, ministro del Interior en el Gobierno que presidía José María Aznar. Un trágico accidente registrado el 3 de enero de 2001 en Lorca, Murcia, cuando un tren de cercanías arrolló poco antes de las ocho de la mañana una furgoneta en la que viajaban 12 ecuatorianos, ocho varones y cuatro mujeres, que se desplazaban a recolectar brócoli, destapó un secreto a voces. Miles de ecuatorianos se ofrecían como mano de obra barata a cambio de un jornal sin ningún tipo de contrato o seguro laboral.

¿Por qué?

Paulina Carmona era maestra en Quito. Trabajaba para el ministerio de Educación de Ecuador y ganaba un sueldo de 1.600.000 sucres al mes. Pero en enero de 2000, el presidente Jamil Wahal, decidió introducir el dólar. De la noche a la mañana Paulina empezó a cobrar 150 dólares al mes. Su marido era profesor de biología en la Universidad de Quito, pero entre los dos no juntaban para sostener a sus tres hijos de seis años, tres y apenas meses.

Él vino a España como turista. Se instaló en València porque amigos de amigos habían caído antes aquí. Ambos militaron en contra de la explotación laboral a raíz de la tragedia en Lorca, que coincidió con la entrada en vigor de la primera Ley de Extranjería del Gobierno del PP. Él se encerró en la Iglesia del Pilar, en la Facultad de Filología, en la Asociación de Vecinos de Benimaclet. Ella participó en las concentraciones de las camisetas blancas frente al congreso ecuatoriano en Quito.

Mayor Oreja se vio forzado a proponer una primera regularización. Y Paulina decidió reunirse con su marido, que ya disponía de documentación legal, en 2002. Primero fue la huerta, luego trabajó por horas en casas particulares, luego en hostelería. Luego recaló en Rumiñahui, una organización sin ánimo de lucro destinada a acoger a los nuevos inmigrantes ecuatorianos con sede en Benimaclet, su barrio.

Con el primer Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero llegó la segunda gran regularización en 2006. Aún hubo una tercera en 2009. Los ecuatorianos empezaron a disponer de pasaporte español. Y empezaron a difuminarse.

Los datos del padrón continuo que elabora el Instituto Nacional de Estadística son inequívocos. En 2002 vivían en la Comunidad Valenciana 301.143 ecuatorianos. Según el mismo padrón, a finales de 2017 apenas eran vecinos de Alicante, Castelló o València 17.094.

Los datos no casan con la realidad que describe el servicio de prensa oficial de la Embajada de Ecuador en Madrid. Los consulados de València, que incluye a Castelló y Alicante, estimaban un censo de 23.668 ecuatorianos, el 13% del total en España, en la consulta política convocada por el presidente Lenín Moreno, que accedió al cargo en mayo de 2017, y que se celebró el domingo pasado.

«Salen como europeos»

La Embajada estima que en la última década han vuelto a Ecuador en torno al 30% de sus nacionales residentes en España, unos 60.000 sobre un total de 420.000 censados a finales de 2012. Pero la tenencia del pasaporte español, es decir, de la Unión Europea, complica los cálculos. «Llegan como ecuatorianos pero salen como europeos», explica una fuente de la Embajada.

Además, los menores nacidos en España ya son españoles a todos los efectos. Saben que tienen familia en Ecuador. Algún abuelo. Pero ir a visitarle es muy caro. Y ya no juegan la fútbol tres contra tres. Si juegan en el cauce del río es en alguno de los equipos españoles con los que ya pueden tener ficha sin más requerimiento que su partida de nacimiento.

La actividad consular en València ha caído en picado. Los ecuatorianos con pasaporte español conservan el original sólo si tienen previsto un largo viaje a su país de origen o tienen interés por algún tipo de inversión en Ecuador. De lo contrario, les resulta más interesante renovar el pasaporte de la Unión Europea que les permite viajar a la vendimia en Francia o a trabajar en hostelería en Londres o en Bruselas.