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El hombre que sabía nadar

El hombre que sabía nadar

Se ha convertido ya en una torpe tradición que cada vez que un partido político irrumpe en un gobierno (del tipo que sea) en sustitución de su oponente, el nuevo inquilino que toma posesión fulmine a los técnicos especialistas que colaboraron con los desahuciados; por útiles que sean su capacidad y su talento. Esta es la regla; Roc Gregori, la excepción.

De entre todos los funcionarios que he conocido era casi una rara avis. No hubo administración que no aprovechara sus conocimientos, y eso que el funcionario coqueteó en su edad temprana, allá en la Transición, con aquellos colectivos nacionalistas que llegaron a creer en la utopía dels països catalans, por la que también se dejó seducir otro ilustre que le apreciaba, hoy al frente de los hoteleros de la Comunidad, el benidormense Toni Mayor. Pecados de juventud.

Roc Gregori supo nadar en todos los ríos y puso sus habilidades y conocimiento al servicio de la Administración. Nadaba, sí, aunque con la admirable habilidad de no mojarse demasiado con el inevitable partidismo que impera en los gobiernos. Era funcionario en toda la extensión de la palabra, y aunque en más de una ocasión se le tentó para encabezar alguna lista electoral, la de su población natal, l´Alfàs de Pi, sin ir más lejos, adoptó la causa del zaplanismo, que le reconoció su trabajo.

Jamás dio el paso a la contienda electoral. Ni daba el perfil del populista ni pretendió cosa semejante. Serio, recatado a menudo en la distancia corta, poco dado a la risa fácil, podía causar fácilmente al interlocutor cierta impresión de hosquedad. La sensación se difuminaba a los pocos minutos si el tema de conversación era el turismo.Fue la primera persona a quien le escuché aquello, tantas veces repetido, que el peor turista es el que no viene. Defendía, por tanto, el modelo que mejor conocía y a cuya consolidación había contribuido, el de Benidorm, ejemplo en tantas ocasiones de mercado de masas y de aluvión, despreciado durante años por los expertos y por los defensores del lujo estacional. Nunca cedió.

Su condición de técnico a sueldo de un ayuntamiento, primero, y de la Generalitat, después, no impidió que su trabajo llevara implícita una nada desdeñable dosis de profesionalización. Gregori se implicó en la promoción de Benidorm y de la Comunitat Valenciana como si trabajara para una empresa privada.

Trabajó con todos. Yo le conocí en 1987, como asesor de Turismo en Benidorm de un alcalde del PSOE, Manuel Catalán; luego vino el marujazo que apeó a éste de la Alcaldía; y Eduardo Zaplana (PP) se lo llevó a València. Con él, la política turística de esta comunidad tuvo al mando a alguien que conocía de verdad un sector tan injustamente considerado como delicado en su gestión. Tras unos años entre mareas de agua salada, Gregori retornó a su río, a su Benidorm querido.

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