La vivienda del valenciano barrio de Benimaclet en la que el sábado pasado unos albañiles encontraron sepultado en el patio de luces el cadáver de un hombre está oficialmente vacía desde 2013, cuando el último inquilino, un hombre de 41 años en la actualidad, desapareció sin dejar rastro. De hecho, la Policía Nacional centra sus esfuerzos en localizar a ese hombre, sin descartar que pudiese tratarse incluso de la víctima. Según las fuentes consultadas por Levante-EMV, no parece haber ninguna denuncia por desaparición sobre esta persona.

El inquilino es un hombre de nacionalidad letona que llegó a València en 2008 tras un breve paso por Barcelona. Sin embargo, desde 2013 no se tienen noticias suyas, sin que de momento se sepa si regresó a su país o si esa ausencia de rastro guarda alguna relación con los hechos que investiga ahora el grupo de Homicidios de la Policía Nacional de València.

Según la información a la que ha tenido acceso este diario, el letón estuvo residiendo en el piso, en régimen de alquiler, con una mujer ucraniana de 37 años y el hijo de ella, actualmente un adolescente. Sin embargo, la relación se rompió en 2010 y la mujer se fue a vivir fuera de Valéncia con el niño, que entonces tenía 7 años.

Entre cuatro y cinco años atrás

Aunque la autopsia aún no ha concluido y hay varios análisis de tejidos y muestras cuyos resultados tardarán semanas en conocerse, los forenses han llegado a la conclusión de que la muerte se produjo hace «entre cuatro y cinco años». Esa data, que no será definitiva hasta que concluyan todos los exámenes forenses, coincidiría, en principio, con la fecha en la que se pierde el rastro del letón que vivió alquilado en la vivienda durante varios años.

Los forenses también determinaron, nada más comenzar el estudio del esqueleto, que se trata de un hombre de mediana edad y corpulento, a juzgar por las medidas óseas y la estatura.

Vecinos de la finca de la calle Vicente Zaragozá donde fue enterrada la víctima señalaron a este diario que recuerdan haber visto saliendo de esa casa «a un hombre de complexión fuerte, con un tatuaje en el brazo derecho y un niño pequeño en brazos». Las mismas fuentes aseguraron que «era rubio y alto, y tenía aspecto de ser del Este».

Otra de las principales conclusiones de los forenses, tal como adelantó ayer en exclusiva Levante-EMV, es que el hombre murió apuñalado, según las señales de lesiones apreciadas en los deteriorados restos, así como en las prendas que aún vestía.

Tal como detalló ayer este periódico, dentro de la improvisada tumba no sólo estaba el cuerpo desmadejado de la víctima, sino que quien lo enterró, arrojó al interior de la sepultura buena parte de su ropa y efectos personales en cajas de cartón, posiblemente con la intención de borrar su paso por la vivienda en el hipotético caso de un rastreo policial si alguien denunciaba su desaparición.

La tumba es una edificación de 1,30 metros de largo por 0,5 de alto y unos 0,60 de ancho, construida a modo de sepultura en el suelo del hueco que cierra la terraza de uso privativo de la vivienda, ubicada en la primera planta del inmueble (ver imagen). Ninguno de los vecinos consultados recuerda esa obra ni, por tanto, quién la levantó.