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Cincuenta aniversario de la UPV

La Politècnica de los mil millones

La UPV celebra su medio siglo de vida entre las 200 mejores universidades del mundo tanto en el ámbito de la Ingeniería como en el de las Ciencias

Vista aérea de la UPV al final de los 70 en mitad de la huerta de Vera, con la 1.ª y 2.ª fase acabadas. Levante-emv

Este miércoles se cumplen 50 años del decreto ley de creación de la Universitat Politècnica de València (UPV), que nacía el 6 de junio de 1968 como Instituto Politécnico Superior (IPS) con el fin de «incorporar a los valencianos a la técnica superior, básica y fundamental en el desarrollo del mundo moderno».

Levante, la cabecera histórica de Levante-EMV, presentaba a la segunda universidad pública valenciana como «una obra grandiosa para el futuro» que aspiraba a «llegar a ser el gran centro nacional de investigación aplicada que nuestra agricultura y nuestra industria vienen precisando para desarrollar su enorme potencial, frenado por la ignorancia».

En aquella España del desarrollismo, la falta de ingenieros y arquitectos era un grave problema. Los tecnócratas del régimen se habían marcado triplicar en siete años los 8.000 técnicos superiores que anualmente se graduaban. Por ello, pocos días antes, el 22 de mayo, otro decreto de medidas urgentes aprobaba nuevas universidades en Madrid, Barcelona y Bilbao y los Politécnicos de València y Barcelona.

La presencia en aquel gobierno de Franco del valenciano José Luis Villar Palasí, que llevaba un mes como ministro de Educación, fue clave para que uno de los dos IPS que se creaban tras el de Madrid fuera para el cap i casal.

Todo era grandioso. Sobre una pastilla de la huerta de Vera de 600.000 m2, ampliables a un millón, salpicada de alquerías se proyectaba un campus para 10.000 alumnos con una inversión que superaba los 1.000 millones de pesetas. A esto hay que sumar otros mil millones de pesetas más de impacto directo en la economía valenciana.

El ingeniero de Caminos valenciano Rafael Couchoud, el primero de los 10 rectores que ha tenido la UPV, lo cuantificaba así para Levante : «si la mitad del alumnado es de la capital, el ahorro familiar significará, por lo menos, 225 millones de pesetas anuales al tener el centro docente en el lugar de residencia». Añadía que si en la formación de cada ingeniero el Estado invertía casi un millón de pesetas, «el IPS, al llegar a producir anualmente 960 graduados, aportará a la economía regional un valor añadido de 900 millones».

Huerta por progreso

La huerta entre el camino de Vera, el nuevo acceso norte de la carretera de Barcelona, la vía del trenet de València al Grau y la del ferrocarril a Tarragona, se sacrificaba en aras del progreso. Los terrenos los debían de aportar ayuntamiento y diputación. Solo para la segunda fase, el consistorio tuvo que habilitar en 1971 un crédito de 218,3 millones de pesetas para hacer frente a las expropiaciones, que al no haber acuerdo en los pagos derivaron en un conflicto con los propietarios que se duró más de un lustro.

La primera fase, con una inversión de 103,6 millones de pesetas, tenía que construirse en el tiempo récord de un año. Sobre 15.600 m2 se iban a levantar edificios con 18 aulas para 50 alumnos cada una, 36 aulas de prácticas con capacidad para 25 estudiantes, 9 aulas de dibujo para 100 alumnos, cuatro laboratorios y cinco salas de estudio: una para 150 personas y las otras 4 para 100 estudiantes cada una.

Para ganar esta contrarreloj urbanizadora se recurrió a los bloques prefabricados, confiando su diseño a los arquitectos Joaquín Hernández y Carlos Prats, que acababan de ganar el premio nacional de construcción de Pabellones Polideportivos Prefabricados. Sus edificios con claraboyas de plástico abombadas para dejar entrar la luz pronto fueron bautizados por los estudiantes como la «huevera».

El IPS se fundaba integrando la Escuelas de Agrónomos y Arquitectura. La de Agrónomos era la segunda que se había abierto en España a principios de los años 60 tras la de Madrid y ese 1968 se había traslado de La Granja de Burjassot a un nuevo edificio en Blasco Ibañez (entonces Paseo de València al Mar).

Una escuela, que tras 8 años cerrada, ahora acaba de vender la UPV por 14,5 millones de euros a la Generalitat para ampliar el Hospital Clínico. La Escuela de Arquitectura era una extensión de la de Barcelona que funcionaba en el Palacio de la Exposición desde 1965. Además el IPS incorporaba dos nuevas ingenierías: Caminos, Canales y Puertos, e Industriales. Incluso se planeaba incorporar Ingeniería Naval.

Las clases en el nuevo campus empezaron el 30 de enero de 1970 en los 4.600 m2 construidos de aquella primera fase, mientras que la segunda no llegó hasta 1978. Aquella isla de hormigón en medio de huertas, que hoy ocupa una superficie de 700.000 m2 (98 campos de fútbol como el de Mestalla), venía al mundo con la asignatura pendiente de los accesos como rememoran los más veteranos de la UPV.

«Peaje» sin autopista

El catedrático de Automatización y Robótica, Josep Tornero (València, 1956), ha vivido 45 de los 50 años de la Politècnica, primero como alumno de Industriales y luego como docente.

Recuerda que la gran mayoría de estudiantes iba a pie y tenía que pasar por debajo del puente de la carretera de Barcelona, donde había un poblado chabolista. «Si no querías que te sacaran una navaja tenías que pagar un peaje en forma de algunas monedas, como ahora con los peaje gorrillas, revive.

«La gente llegaba como podía», apunta José María del Valle (València, 1947), quien entró a trabajar como primer miembro del Personal de Administración y Servicios (PAS) en agosto de 1969 y se jubiló en 2011 como director del área de Alumnado. Del Valle recuerda los atascos de coches en el único acceso al campus, donde más de un vehículo acabó en el fondo de la acequia de Vera.

Tras unos años de quejas por la falta de seguridad en los accesos se consiguió que el ayuntamiento abriera una línea de autobús entre Blasco Ibáñez y la UPV. El avance supo a poco, y pronto se colgaron pancartas con el lema «un autobús cada hora para 1.600 alumnos». El único transporte público que había era el trenet, que abrió el apeadero Politécnico, y no daba abasto. Por la vía entre las huertas que transcurría entre las estaciones de La Cadena y Benimaclet circulaban más estudiantes a pie que en tren.

Miedo a un nuevo Los Alfaques

El catedrático de Agrónomos ya jubilado y director del Agromuseo de la Ermita de Vera, Juan Gisbert (Alcoi, 1942), formó parte del primer grupo de profesores del IPS y llegó a ser vicerrector durante 14 años. Revela que tuvo que recurrir a una mentira para que el ayuntamiento abriera un segundo acceso.

Fue tras el verano de 1978, tras la tragedia de Los Alfaques en Tarragona. El 11 de julio de 1978 un camión cisterna con 25 toneladas de propileno licuado mataba a 243 personas al explotar ante un camping cuando circulaba por la N-340 rumbo a Alicante. El accidente conmocionó a València, no solo porque el tráiler podría haber explotado en medio de la ciudad sino porque gran parte de los más de 300 heridos graves fueron evacuados a la Unidad de Quemados de La Fe.

«Se había terminado la segunda fase de la UPV y veía que no se acometía el acceso prometido, así que llamé al ayuntamiento y les avisé que al día siguiente iban a venir a la Politècnica sendos equipos de la televisión alemana y japonesa a grabar cómo hacíamos un simulacro de evacuación ante un accidente similar a Los Alfaques», cuenta Gisbert, que entonces era vicerrector.

El ardid provocó una reunión de urgencia en el consistorio que se prolongó toda la noche. «Al día siguiente anunciaron la expropiación de una vaquería con el fin de abrir la actual calle Ramón Llull como segundo acceso a la Politècnica», dice.

Otro politécnicos . «El curso se dividía en dos semestres», detalla Tornero. «Después de los 15 primeros días de clase no dejabas de hacer exámenes cada lunes y si no aprobabas todas las asignaturas, debías repetir el semestre entero», añade. Los exámenes extraordinarios o recuperaciones no se introdujeron hasta 1973 y fue algo criticado por muchos como un signo de flaqueza.

Derramamiento de ceros

Los resultados del primer semestre del curso 1969-1970 fueron demoledores: de 678 alumnos matriculados, suspenden 467, prácticamente 7 de cada 10. En 1974, la UPV ocupa el segundo lugar nacional en suspensos.

El 61 % de los alumnos no rinde a curso por año y solo uno de cada seis de los que empiezan una ingeniería o arquitectura la termina. Medio siglo después, el rendimiento medio de los alumnos de la UPV está por encima de la media española y es hasta 13 puntos superior al del resto de politécnicas.

El balance de estos 50 años de la universidad de los mil millones, que hoy cuenta con casi 28.000 estudiantes, no puede ser más positivo: 125.000 titulados, 6.100 tesis leídas, primera universidad española en número de patentes (420) y 850 empresas intensivas en conocimiento creadas por alumnos.

El ranking de Shanghai, el más prestigioso del mundo, coloca a la UPV como mejor politécnica de España y número 1 de las universidades valencianas. Está entre las 500 mejores de las 20.000 universidades que hay en el mundo y entre las 200 primeras tanto en el ámbito de Ingeniería como en el de Ciencias.

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