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África y Europa

Del Sáhara al Mediterráneo: la huida que no cesa

La disputa diplomática en torno al buque «Aquarius» ha vuelto a poner de relieve la fractura en la UE en torno a la gestión del flujo migratorio procedente del Sahel

Rescate de una patera con 66 inmigrantes en el Estrecho, esta semana. EFE/A.Carrasco Ragel

Los ojos del mundo están posados hoy en el puerto de València, donde atracarán el buque Aquarius junto a los italianos Orione y Dattilo. El destino de los 630 inmigrantes que transportan ha vuelto a mostrar cómo la política migratoria es una de las grandes líneas de fractura en el seno de una UE en la que países como Austria o Italia -con el apoyo del ministro del Interior alemán- hablan sin tapujos de crear un «eje» contra la inmigración irregular, y otros países, como Hungría, Polonia o Eslovaquia rechazan directamente acoger refugiados. Y mientras tanto, cada semana, ya sea desde las costas de Libia o desde Marruecos, centenares de personas se juegan la vida en lanchas y pateras en busca de un sueño europeo que se desdibuja. Pero, ¿cómo empieza el periplo?

Las rutas del Sahel

La inmigración desde África hacia Europa no es un fenómeno nuevo, apunta desde Marruecos la especialista española en fronteras Beatriz Mesa. Aquello que está haciendo particular a la actual crisis humanitaria en el Mediterráneo central es la «capacidad de movilización inédita de las mafias de tráfico de personas» en Libia, un país convertido en una «auténtica pasarela hacia Europa», apunta. Libia es el final de la etapa africana de esta odisea. Para el comienzo hay que ir mucho más al sur, a una vasta e inhóspita región donde las fronteras son apenas líneas trazadas en un mapa: el Sahel. Un área geográfica inmensa, de 5.400 kilómetros que se sitúa en los márgenes del desierto del Sáhara, entre el Atlántico al oeste y el mar Rojo al este.

Un vistazo a la lista de nacionalidades de los ocupantes del Aquarius revela la existencia de dos grandes rutas de inmigración: la del África occidental, que recoge a jóvenes de países como Costa de Marfil, Ghana, Guinea Conakry, Liberia, Nigeria, Níger, Mali, Senegal o Sierra Leona; y la del África oriental, a la que recurrren los inmigrantes de países como Somalia, Etiopía, Eritrea y sobre todo Sudán y Sudán del Sur. Ambas rutas convergen al final en Libia.

Como toda ruta, tiene sus centros de paso obligado. En el caso de la ruta occidental -que es de donde proviene la mayoría de los inmigrantes del Aquarius- éste se encuentra en Níger. «La ciudad de Agadez es el gran epicentro en la ruta occidental. Allí convergen los inmigrantes porque es un centro histórico de intercambio de bienes y mercancías del Sahel. Ahora también es un punto esencial para las redes de tráfico de armas, drogas y personas», explica Mesa.

Una vez los inmigrantes llegan a Agadez desde sus países de origen se enfrentan a una decisión que marcará su viaje: o se encaminan hacia Libia para llegar a Europa por el Mediterráneo central, o se van hacia Argelia y Marruecos para llegar a Europa por España. «En los últimos años la mayoría de los que llegaban a Agadez partían después hacia Libia», dice Mesa. Sin embargo, el número de llegadas de migrantes a costas italianas ha disminuido casi un 80 % durante 2018, mientras que el número de personas que accedieron a España por mar se ha duplicado, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Solo el viernes, por ejemplo, España rescató a unos 700 inmigrantes a bordo de medio centenar de pateras en aguas del Estrecho y del mar de Alborán

Fenómeno complejo

Como explica el catedrático de la Universitat de València y presidente del think tank Geomett, Jordi Garcés, «factores socioeconómicos y políticos se entrecruzan para explicar estas grandes migraciones». Entre ellos, la sequía, la degradación de las tierras de cultivo y el aumento de la presión demográfica. Y no es un asunto menor. El 70% de la población africana depende de la agricultura y según afirma la Alianza Africana por el Suelo, el 55 % de los suelos del continente no son aptos para esta actividad a causa de la desertificación provocada por el cambio climático. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU alerta de que precisamente el Sahel es una de las áreas del planeta que más se están viendo afectadas. Como muestra un botón: en Nigeria se calcula que cada año se transforman en desierto 3.500 kilómetros cuadrados de territorio.

Pero no solo es la desertificación, que genera pérdida de cultivos y por lo tanto hambre, la causa de este éxodo humano. Señala Garcés que «la pobreza y la falta de políticas públicas que posibiliten una organización social, económica y humana sostenible, son las principales causas de las migraciones». Y a este panorama hay que añadir los conflictos armados, la debilidad de los Estados y la corrupción, que lastran el desarrollo de la región saheliana. La solución para una juventud sin futuro, «la opción salida». Cueste lo que cueste.

Mafias y grupos yihadistas

Libia es un estado fallido desde el derrocamiento del dictador Muamar al Gadafi en 2011. Para Mesa, éste es el punto de inicio de la situación actual. «El vacío de poder en Libia generó una oportunidad que las redes de tráfico de personas supieron aprovechar», dice.

El otro punto de inflexión, apunta, fue la primera respuesta de la UE a los grandes naufragios de barcos repletos de refugiados sirios frente a Lampedusa, en 2013: la Operación Sofía, puesta en marcha en 2015 para luchar contra las mafias y rescatar personas. En opinión de Mesa, este operativo ha tenido un «efecto perverso». «Esta operación colocó buques de guerra europeos y barcos de ONG cerca de las costas libias. Las redes criminales han estado lanzando al mar a miles de personas sabiendo que muchos serían rescatados». Por ello, «el mensaje ´Europa salva vidas´ fue captado tanto por las mafias como por los inmigrantes, que aceptaron correr el riesgo, a pesar de lo que les esperaba al llegar a Libia».

Según han denunciado ONGs internacionales, el lucrativo negocio de la inmigración ha derivado en Libia en la aparición de un reino de terror que se creía desterrado a las tinieblas de la historia: el comercio de esclavos. Miles de inmigrantes son hacinados, salvajamente maltratados y violados y vendidos como esclavos por las mafias. A finales del pasado mayo más de un centenar de migrantes secuestrados por un grupo de traficantes lograron evadirse de un campo de reclusión en Libia. La huida no salió gratis. Al menos 15 de ellos fueron tiroteados hasta la muerte, informó Médicos Sin Fronteras (MSF), y una cuarentena, sobre todo mujeres y niños, cayeron de nuevo en las zarpas del grupo criminal.

Según la Unión Africana, a finales de 2017 se estimaba que en Libia podía haber casi medio millón de inmigrantes esperando su turno para saltar a Europa en condiciones infrahumanas. «Muchos inmigrantes saben lo que les espera en Libia», sostiene Mesa, «pero no tienen más opción que recurrir a estas mafias, que en el sur de Libia están integradas por tribus tuareg», dice. Entre sus países de origen y el Mediterráneo se interpone el Sáhara. «El inmigrante no conoce los caminos del desierto, las mafias sí, y ponen el precio que quieren», explica. Solo llegar a Libia puede suponer pagar hasta 5.000 euros, y después el pasaje en unas lanchas que demasiadas veces son verdaderos ataúdes flotantes.

El Sahel no es un territorio fácil. En su inmensidad operan una miríada de grupos armados, varios de ellos vinculados a Al Qaeda y otros, como el nigeriano Boko Haram, con simpatías por el Estado Islámico. «Los llamo grupos híbridos», dice Mesa, autora del libro La falsa Yihad: el negocio del narcotráfico en el Sahel. «Algunos grupos armados cobran a las mafias por pasar bajo su territorio y las mafias pagan para no tener problemas y asegurar el negocio. Es un círculo vicioso en el que cada parte se acaba necesitando porque ambas extraen beneficio», explica.

Es otra cara del negocio del tráfico de personas, la financiación indirecta de grupos yihadistas. «Existen vasos comunicantes independientemente de las ideologías. El negocio es el negocio», sentencia esta experta española.

Europa encalla en la inmigración

El caso del Aquarius ha estado a punto de provocar un incidente diplomático entre Francia e Italia y un conato de rebelión en la coalición de Gobierno alemana, pero más allá de eso, es la muestra de que si hay un problema político irresuelto en la UE, ese es el control de la inmigración y la política de asilo.

Los líderes europeos se habían marcado el próximo Consejo Europeo de finales de junio como límite para lograr una reforma del sistema común de asilo, el llamado reglamento de Dublín III que obliga a tramitar las solicitudes en el primer país de entrada y por ello centra la presión migratoria en los países de la cuenca mediterránea.

La propuesta que ha lanzado la presidencia de turno búlgara de la UE, plantea que el primer país de entrada sea el responsable de tramitar la solicitud durante un período de ocho años, e incluye un mecanismo de reparto obligatorio cuando la presión migratoria se dispare. Sin embargo el plan no cuenta con muchos apoyos porque cada vez aparece más clara la alineación en dos bandos: aquellos países que se niegan a ser solidarios -el grupo de Visegrado, integrado Hungría, Polonia, Rumanía, República checa y Eslovaquia- y quienes consideran que cuotas automáticas y obligatorias son la respuesta común que debe dar Europa.

La llegada al Gobierno italiano de la ultraderechista Liga Norte dificulta aún más el escenario. «Mientras la UE no sea fuerte, seguirán los problemas y cada país hará bandera de su propio populismo a favor o en contra de la inmigración del Sahel. Pero lo más absurdo es que parte de la salvación de la crisis demográfica de la UE, le puede venir dada por la inmigración. Eso si somos capaces de integrar y eliminar las causas que originan las migraciones en sus países domésticos de origen», sentencia Garcés.

Destino València

Y aunque por razones geográficas, la Comunitat Valenciana pudiera parecer ajena a los efectos de esta presión migratoria, la realidad es bien diferente. Aunque la arribada del Aquarius sea en estos momentos el centro de atención, la realidad es que el reguero de pateras que han alcanzado las costas valencianas es largo. La primera patera llegó el 7 de julio de 2012. Se iniciaba así una nueva ruta hacia Alicante, pero las autoridades competentes hablaron por aquel entonces de un «hecho aislado». La llegada de cayucos a las costas españolas solo se asociaba, por aquel entonces, al Estrecho y las costas orientales andaluzas.

Y así fue durante algunos años. Por poner un ejemplo, Alicante únicamente registró cuatro embarcaciones de este tipo en 2015. El 2016 se consideró un año de récord al contar 14. En 2017 se acabó con esa llegada residual al contabilizar 54 pateras, y multiplicar por cuatro el número de inmigrantes que se jugaban la vida en el mar para alcanzar Europa desde Alicante. El número de inmigrantes rescatados en la provincia de Alicante se elevó a 386 personas, un 221 % más que en 2016. Es decir, se interceptaron más pateras que en los tres últimos años. Esta avalancha de inmigrantes provocó que varias decenas de ellos tuvieran que ser puestos en libertad por la falta de plazas en centros de internamiento.

Porque hablar de inmigración ilegal es hablar de CIEs (Centro de Internamiento de Extranjeros). En 1985, la Ley de Extranjería posibilitó la detención y privación de libertad de ciudadanos extranjeros residentes en España que no tuvieran papeles. Eso sí, los locales destinados no debían tener un «carácter penitenciario» y la determinación del internamiento debía proceder de un juez. Son gestionados por el Ministerio del Interior y acumulan críticas y todo un movimiento en contra que afirma que «son cárceles impropias del siglo XXI» porque «ningún ser humano es ilegal». En València (Zapadores) se encuentra uno de los 7 CIEs de España con 152 plazas. En su interior conviven extranjeros cuya única falta es no tener papeles con delincuentes comunes, también foráneos, con varias causas abiertas. Los internos permanecen un máximo de 60 días en este espacio. Tras este periodo solo hay dos opciones: o la expulsión o la libertad.

En 2018, sigue la llegada de embarcaciones a las costas valencianas en una nueva ruta que cobra fuerza. En enero llegaron 3 personas (de las que 2 fueron detenidas) y hace un mes, un cayuco fue rescatado en Altea con 11 personas en busca de un futuro incierto.

Trampa mortal en el Mediterráneo

Más de 10.000 personas murieron entre 2014 y 2017 en naufragios cuando trataban de cruzar el Mediterráneo, lo que convierte a esta ruta en la más peligrosa del mundo para los emigrantes irregulares, según el informe Estudio global del tráfico de migrantes, presentado esta semana por la ONU. El estudio indica que 8.189 personas murieron en todo el mundo en 2016 mientras trataban de llegar de forma irregular a otro país, y casi la mitad de esas muertes (3.832) se registraron en el Mediterráneo. En 2017 se contabilizaron casi 6.200 muertes y, de nuevo, la mitad en el Mediterráneo.

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