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'Aquarius'

"Seguiremos huyendo de África mientras haya muerte, hambre y violencia"

Un inmigrante de Ghana cuenta que «quien abandona su país es porque no tiene más opción» independientemente de que venga con o sin papeles

"Seguiremos huyendo de África mientras haya muerte, hambre y violencia"

Apenas sonríe. Tras más de 20 años en València persigue el mismo objetivo con el que llegó: traer a su mujer y a sus hijos. Es decir, conseguir una reagrupación familiar que exige trabajo y vivienda. Las dos cosas con contrato. Y de momento no tiene ni una cosa ni la otra. Se llama Musa Yeji Abdulai, tiene 48 años, es de Ghana y lleva 8 años sin regresar a su país y sin visitar a una familia a la que le envía, puntualmente, el poco dinero que tiene.

Musa vive ahora en una casa de acogida que gestiona el Instituto Social de Trabajo y dirige Juan Biosca. Y allí, sentado en una de las salas ojea el periódico y se detiene en la imagen de un barco hacinado de inmigrantes que tienen su mismo color de piel. Acaricia la imagen con los dedos. «Qué pena. África es muerte», murmura. Musa no sabe nada del «Aquarius», el barco que, junto a dos navíos más, traerá hasta València a 629 inmigrantes tras días de incertidumbre en el mar. Musa no sabe nada del barco que copa ahora todos los informativos. Pero empatiza con ellos de inmediato. «Son africanos y África no tiene remedio. Seguiremos huyendo mientras haya hambre, muerte y violencia», afirma. Lo sabe bien. Por eso no quiere volver. Por eso lucha cada día por «sacar» a su familia de allí.

«En mi país no tenía nada»

La vida de Musa en València ha sido (y es) dura. Pero nada comparable con su país. Imposible superar «el hambre, la violencia y la inseguridad. En Ghana no tenía nada. Ni opción de tenerlo. Sin trabajo para comprar nada.. sin comida para darle a mis hijos... con violencia diaria en las calles... con miedo... Expuesto a cualquier cosa... Hay tanta miseria...», explica en un español pausado, que aún habla con cierta dificultad.

Por eso comprende a los 629 inmigrantes que viajan a bordo del «Aquarius» y sabe, como si los conociera pero sin conocerlos, que «si han emprendido este viaje de huida es porque no les ha quedado más opción». A él le pasó lo mismo.

Musa reconoce un abismo entre la idea que él tenía de Europa y la realidad europea del inmigrante. Y con todo está agradecido. Cuando se encontraba en Ghana, con 20 años, con dos hijos a los que no podía alimentar y una mujer que tampoco podía hacerlo... decidió hablar con sus hermanos. Uno vivía en Inglaterra y el otro en València.

Paso años ahorrando el dinero necesario para salir del país. Más de mil euros por un billete de avión que exigía un contrato de trabajo en el destino solicitado... o un viaje ilegal y peligroso por el mismo precio. Musa esperó paciente hasta que consiguió un contrato de trabajo en la tienda de alimentación africana que tenía su hermano en València. Y así, con sus papeles en regla, inició un viaje que dura ya más de dos décadas. Veinte años dan para mucho. De la tienda de alimentación africana (que cerró cuando falleció su hermano) pasó a una fábrica de hierro donde cobraba 1.200 euros al mes.

Así que decidió comprar un piso para recuperar el calor de su familia. Llegó la crisis, cerró la fábrica y el banco le embargó su piso y sus sueños. Se vio de nuevo en la calle. Vuelta a empezar. Desde entones, donde más ha trabajado es, sin duda, en el campo. Jornadas de 15 horas diarias por 30 horas. 50 céntimos la hora por jornadas con sol y lluvia. Ahora cobra 270 euros al mes de una ayuda de emergencia. Envía 200 euros a su familia. Él vive (o malvive) con 70 euros al mes.

El director del Instituto Social de Trabajo, Juan Biosca, explica el periplo que viven los inmigrantes que llegan a España ya sea de manera regular, como Musa, o irregular, como tantos otros.

«Cruz Roja nos deriva a los inmigrantes y aquí, por lo menos, tienen asegurado techo, comida y aseo. Tenemos 10 plazas para hombres y 16 para mujeres. Les hacemos un plan personalizado para tramitar los papeles, acompañarles en la búsqueda de empleo y enseñarles el idioma (que es la primera barrera) y la cultura y costumbres europeas. Pero encontrar trabajo para ellos es un imposible y el resto depende de eso. Así que se ven obligados a vivir de forma clandestina, a escondidas, sin salir... durante 3 años para poder demostrar arraigo y obtener la documentación. Un drama», explica Biosca.

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