La imagen que dejó el desembarco de 270 personas ayer a las 6.40 horas en el puerto de València creará un recuerdo sin precedentes. A primera hora de la madrugada, cientos de supervivientes del Mediterráneo hacían cola para ser reconocidos sanitaria y judicialmente con el fin de evitar de que su próximo destino se convierta en el que fue su origen.

Para impedir que todos los que viajaron durante tres días a bordo de un barco de rescate y, más tarde, en el barco militar «Dattilo», fueran devueltos a aquella tierra de la que intentaban escapar.

La diferencia con los desembarcos de personas migrantes casi diarios en España, residió en que su llegada fue comandada por el gobierno del país al que hoy 360 personas piden asilo y refugio. Y, por ello, Bernardo Alonso, inspector jefe de la comisaría general de Policía de Extranjeria y Fronteras de Madrid, indicó que tendrían un permiso de estancia de 45 días en España, contrariamente a lo que se dijo hace apenas unos días: que el permiso duraría un mes.

Siete menores (de 15 a 17 años) no acompañados huían a bordo del «Dattilo». Como un claro ejemplo de resiliencia, los pequeños comenzaron a aplaudir y a cantar conforme pisaban suelo español. Los voluntarios de la Cruz Roja que esperaban a su encuentro para llevarles al primer punto del proceso de reconocimiento (triaje) rompieron a llorar ante tal muestra de valentía.

«Sorprende y pone los pelos de punta ver lo sonrientes y contentos que llegan tras una travesía tan dura», expresó Fatima Cabello, miembro de la Unidad Emergencia de Cruz Roja, que atendió a los migrantes a bordo del Dattilo.

Únicamente veinte minutos más tarde del desembarco en el puerto, el equipo de Sanidad Exterior, conformado por un equipo de 15 personas, entró al barco para hacer una primera valoración del estado sanitario de las 274 personas y corroborar que ninguno de ellos presentaba alguna enfermedad infecciosa.

Solo una de ellas fue enviada con urgencia a un hospital: la única mujer embarazada a bordo del «Dattilo». Más tarde, otras quince personas (entre ellos, tres menores) fueron también trasladadas a centros hospitalarios valencianos, entre los que se encontraba el Hospital Clínico, la Fe de València, y el Hospital Arnau de Villanova.

La mayoría de ellos fruto del hacinamiento al que se vieron expuestos durante tantos días, el cansancio, o las quemaduras de segundo grado provocadas en la piel por la mezcla de agua y combustible. El resto de las 274 personas fueron trasladados a varios albergues repartidos por toda la Comunidad Valenciana, como el de Cheste.

Que no hubiesen mayores complicaciones responde a que las 274 personas a bordo del «Dattilo» habían sido atendidas durante el trayecto por dos profesionales sanitarias. La enfermera Marika Giustiniani y la médica Mariatia Agliozzo, de la orden de la Cruz de Malta.

No obstante, el comprensible estado de shock en el que muchas de las personas que bajaron del barco se encontraban, no permitió avanzar a la velocidad esperada. Es por ello que el proceso de desembarco del «Dattilo» se retrasó hasta cuatro horas.

Igualmente, Jorge Suárez, subdirector general de Emergencias de la Generalitat, explicó que «los profesionales sanitarios están siendo muy estrictos a la hora de analizar cada uno de los casos de los pacientes».

Y así, por fin, más de 200 personas tocaron tierra. Personas que se lanzaron al agua sin mayor compañía que la voz de un megáfono que les decía que Italia les restringía la entrada (al igual que Malta) y que el único puerto que les atendía estaba a 700 millas de donde se encontraban.

Una distancia lo suficientemente larga para que las heridas que algunos de ellos portaban en la piel se convirtiesen en patologías más graves o que la única mujer embarazada a bordo perdiese a la criatura. Un no, una decisión que marcaba la vida de casi mil personas. Y un sí que les devuelve hoy la fe en el ser humano.