El sonido de la guerra se acercaba cada día más al hogar de Myroslava y Kyrylo Taran, mientras las probabilidades de supervivencia para su hijo Mikhailo y su hija Uliana se desvanecían en una Ucrania debastada por las bombas. «Con cada explosión, mis hijos lloraban», explica Kyrylo, que ahora reside junto a su familia en el Centro de Acogida de Refugiados de Mislata en espera de un papel que les diga que se les concede el asilo. «En Ucrania temíamos por la salud mental de ellos», añade. Pero en particular por la de Mikhailo, diagnosticado a los tres años con autismo.«Mi hijo emperó y con ello su enfermedad. Empezó a golpearse», indica. Y esque con la llegada de la guerra los hospitales fueron bombardeos y las farmacias cerraron, así que Mikhailo se quedó sin tratamiento. Con los últimos ahorros compraron billetes y huyeron en tren.

«Pedimos el asilo en diciembre de 2017 en Ciudad Real. Durante las dos semanas en las que se tramitaba el asilo, nuestra familia estuvo en la calle.Nos dieron tickets para comer en supermercados y estuvimos alimentándonos a base de bocadillos», indica Myroslava. «Ahora, en el centro, nos dan dinero para hacer papeleo, para médicos, para medicinas, para un traductor...», aseguran. En agosto termina su primera fase de acogida sin un claro control del idioma, pero no quieren prolongar más tiempo su estadía en el CAR porque consideran que sino nunca podrán integrarse en la sociedad.

«Sabemos que en València es muy duro buscar trabajo, por eso querríamos irnos a un pueblo donde la vivienda sea menos costosa», explica Kyrylo. Y añade: «Me piden tres nóminas para el alquiler, perono puedo porque no tengo trabajo, y, por ello, tampoco casa, es un círculo vicioso, es muy duro estar tan desprotegidos».