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En domingo

Pequeños tiranos

La Comunitat Valencia registra 648 denuncias en 2016 de hijos que maltratan a sus padres - La Fiscalía de Menores estima que solo se denuncia entre el 10 y el 15 % de los casos

La violencia filio-parental abarca el conjunto de conductas reiteradas de violencia física o psicológica dirigida de los hijos a los progenitores.

No hay persona que conviva con un adolescente y no piense, varias veces al día, que ya no lo controla, que la situación es insostenible y que necesita coger aire. Pero este reportaje no analiza el comportamiento en ciertas edades. Ni en los «terribles» dos años ni en la temida adolescencia. No hablaremos de casos aislados, de un empujón en un momento puntual, de una mala contestación a dos centímetros de la cara por «pelarse» las clases, de un insulto grave, de un portazo tras una bronca o de una rabieta en plena calle. Este reportaje aborda la violencia filio-parental, aquella violencia, física o psíquica, que es reiterada de hijos a padres (o hacia el tutor, la tía, la abuela o quien conviva con el menor). Pegar, golpear, dar patadas, escupir, amenazar con objetos peligrosos o con irse de casa, escaparse, gritar, manipular, extorsionar, robar o vender cosas del hogar que no son propias... Situaciones límite que son diarias. Conflictos que se llevan en silencio. Uno no airea que su hijo le pega, le insulta o le amenaza. Las familias callan. Los pequeños tiranos se sienten fuertes. Una violencia invisible que, sin embargo, va a más.

Solo unos pocos, en un momento determinado, denuncian. Un paso «durísimo». Son la «punta del iceberg» ya que la Fiscalía de Menores estima que solo se denuncian entre el 10 y el 15% de los casos reales. Porque ya lo dice el refrán: «Es más feo que pegarle a un padre». Y cuando eso ocurre, se silencia. Una violencia invisible, callada, a la que no le da la luz.

Los datos que permiten abordar la violencia filio-parental son los que reflejan las memorias de las Fiscalías de Menores en los balances anuales del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Y son alarmantes porque van a más. Cada año se producen más de 4.000 denuncias de padres a hijos. Y es una tendencia regular, que se repite cada año. Es decir, que uno de cada diez menores españoles maltrata a sus padres y éstos lo cuentan. Ahora bien, estos datos reflejan un problema que tiene un recurso judicial cuando el menor tiene más de 14 años. Si tiene menos, el juez nada puede decidir. El menor de 14 años es inimputable y los casos se archivan. Los expertos afirman que el recurso judicial debe ser el último paso pero, sin embargo, en muchos casos es el primero tras demasiadas noches sin dormir y días de tinieblas.

La segunda en el ranking

La Valenciana es la segunda comunidad autónoma en la que se registran más casos de violencia filio-parental, tras Andalucía. Durante 2016 se registraron 648 casos de violencia doméstica -que es el apartado donde se engloba este delito- de los que 349 se produjeron en València (frente a los 708 de 2015); 219 en Alicante (frente a los 311 del año anterior) y 80 en Castelló (frente a los 37 registrados en 2015). Y es que el año pasado la Comunitat Valenciana lideraba el ranking nacional con el doble de denuncias (1.056 en 2015, un 21,55% del global de España). Durante tres años, los expedientes abiertos por agresiones de hijos a padres no han parado de crecer. De las 648 denuncias englobadas en violencia doméstica, en 2016, la mitad (306) son exclusivas de hijos que agreden a sus padres (el resto registran malos tratos a abuelos, tíos, tutores...). Además, 1.988 casos fueron archivados solo el año pasado porque el denunciado era menor de 14 años.

Rabietas en un cuerpo de 16 años

«La violencia filio-parental no se trata de desobedecer, ni de discutir porque el niño o la niña llega tarde o fuma porros... sino de agredir, física o psíquicamente, de forma reiterada al papá, la mamá, la abuela o quien se encargue del menor. Es muy duro y muchas, veces, cuando los padres se deciden a contarlo lo hacen en un juzgado y esa debería ser la última opción porque hay recursos para las familias, pero muchas no los conocen». Es la voz de María José Ridaura, psicóloga de la Fundación Amigó y vicepresidenta de la Sociedad española para el Estudio de la Violencia Filio-Parental (Sevifip), una experta que afirma que los padres deben entender «que el crío necesita una intervención, que precisa de ayuda y que existen recursos públicos como los departamentos psicológicos de los colegios y los Seafi (Servicio Especializado de Atención a la Familia e Infancia) de la Generalitat Valenciana, además de los juzgados. Pero en todos ellos hay que realizar un gran trabajo con el niño... y con sus padres... porque se requiere de un plan de intervención que realice un psicológico y de alternativas de respuesta. Cuesta mucho pasar a la acción pero es imprescindible».

Y es que Ridaura explica que la mayoría de chicos y chicas que tienen conductas agresivas con sus padres lo hacen «porque consiguen lo que quieren». «Pueden ser unas zapatillas de 150 euros o dinero para salir con los amigos. Otras veces lo que logran es atención, o la sensación gratificante de control sobre el otro, o evitar obligaciones. Ante situaciones graves que se repiten, los padres acaban cediendo porque solo así consiguen un alivio, el menor se sale con la suya y repite la conducta», explica. Además, asegura que «existen muchas variables pero en el 95% de los casos la violencia familiar se produce por pautas de crianza inadecuadas porque los padres hacemos las cosas con la mejor de las intenciones pero nos equivocamos. Esa es la mala noticia, que son problemas aprendidos. La buena es, sin embargo, que se pueden ´desaprender´ para volver a aprenderlo de otra manera. Y es que con 4 años las rabietas son más controlables que con 16». Educar sigue siendo, pues, el gran reto.

Hay que estudiar cada caso y ofrecer unos recursos que se ofrecen desde servicios sociales porque, según las Asociación Raíces, no son pocos los casos en los que coincide que los hijos que maltratan a sus padres «hayan sido maltratados por compañeros de clase o familiares o tengan diagnosticada una hiperactividad, por ejemplo, que no es real».

Y con todo no hay culpables. Ni los padres ni los hijos. No hay que hablar de culpas. Hay que hablar de responsabilidad. «Aquí todos sufren y todos tienen responsabilidad, en el origen del problema, en el mantenimiento del mismo y en la resolución», asegura. Y concluye: «Que paren los golpes es solo el principio. A partir de ahí... Hay que quitar las capas que hay debajo para reconstruir de nuevo la relación de padres e hijos».

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