Con apenas 15 años Teófilo Rodríguez, el joven de Turís de 385 kilos, ya superaba los 100 kg de peso. Combatió la obesidad «de la mejor forma que supo»: acudiendo a nutricionistas y psiquiatras al principio (cuando tenía apenas siete años y le detectaron un problema de tiroides) y normalizando la situación más tarde. «Yo sabía que mi peso no era normal, era evidente, pero no iba a renunciar a mi vida por ello», relata Teo desde el hospital de Manises en el que lleva ingresado desde hace más de una semana debido a una insuficiencia respiratoria fruto de su obesidad extrema.

Fueron tres las ocasiones en las que Teo intentó entrar a quirófano. El largo período de tiempo al que se enfrentó (tres años de lista de espera) hizo el resto. «La primera semana te ingresan para que sigas una dieta a base de batidos y estés controlado por el personal médico, después te llevan a casa para que sigas por tu cuenta... Ese fue mi error».

La primera vez que Teo fue ingresado en un hospital tenía 15 años y pesaba 120 kilos. En la semana en la que estuvo en el hospital Dr. Peset, consiguió quitarse seis kilos de encima. Al volver a casa, la báscula pareció quedarse bloqueada. «No bajaba de peso, solo un kilo por semana... No sabíamos la causa, pero se desanimó, dejó la dieta y volvió a engordar», indica Paula Peralvo, madre de Teo.

Al cumplir los 18 años, sin embargo, la situación se volvió insostenible. En la época de la adolescencia tardía, cuando las ansias de libertad son mayúsculas, Teo volvió a verse amarrado a una camilla. Los 240 kilos con los que convivía le hicieron replantearse la decisión tomada en su pasado y agarró el toro por los cuernos: la cirugía era la única solución para recuperar su vida.

De nuevo pasó una semana ingresado (esta vez en el hospital General) en la que perdió diez kilos. El mismo proceso pero con mejor resultado. Hasta que volvió a casa y Teo se dio de lleno con la misma piedra y tropezó.

«A él le gustaba coger la bici, la moto, se iba de fiesta con sus amigos... Ha tenido una vida normal, feliz, nunca tuvo complejo», asegura su hermana Dévora. Y Teo lo corrobora. «Nunca me faltaron pretendientas», asegura con una sonrisa. «Que no nos falte el humor, ante situaciones así hay que reirse», recalca. Este buen humor permitió que, a pesar de la obesidad, Teo no se hundiese.

Desde los 16 años tuvo tres empleos: todos como mozo de almacén en fábricas de madera y metal. Hasta los 20 años, cuando rozar los 300 kilos le hizo darse cuenta que el esfuerzo que le suponía llevar peso de un sitio para otro le era inviable. Sabía, sin embargo, que «la dieta no era para él» y a los 32 años decidió entrar a quirófano para que le pusieran un balón gástrico. Una negligencia médica, no obstante, hizo que este reventase dentro de su cuerpo.

Desde entonces intenta agarrar la vida conforme le llega. «Me iba de fiesta con mis amigos, quedaba para tomarme un café o unas cervezas, me iba a la piscina a nadar... He sido muy feliz, de verdad», relata con un tono agridulce.

Pero fue hace dos meses, momento en el que su cuerpo se hinchó de líquidos y dejó de andar, cuando comenzó el infierno que arrastra hoy día. Una enfermedad que le llegó con siete años, pero que no fue hasta hace una semana cuando sintió realmente su vida truncada.