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Así actúan las mafias nigerianas de trata de personas

Esclavas sexuales del vudú

«Me cogieron pelo de los sobacos, vello de mis partes y uñas; si no cumplía con lo que querían de mí, enfermaría y moriría»

Documentación requisada por la policía en una operación contra las redes nigerianas de prostitución. levante-emv

Un trozo de cabello, pelo de las axilas, unas uñas de la mano y una pizca de vello púbico. Todo ello rociado con sangre animal y mezclado en una especie de plato llano. Así daba comienzo el ritual de vudú por el que la víctima queda ligada a la organización de trata de personas hasta conseguir saldar una deuda de cuyo alcance no será consciente hasta que empiece a prostituir su cuerpo. «No sabía que 30.000 euros era mucho dinero», confesaba en el juicio una testigo protegida captada por una red nigeriana de prostitución desmantelada en València y Alzira.

La presunta cabecilla de esta mafia, conocida como Mama Elliot, de 38 años y nacionalidad nigeriana, ha sido condenada ahora por la Audiencia Provincial de València a cumplir 22 años de prisión por dos delitos contra los derechos de los ciudadanos extranjeros por inmigración ilegal, en concurso con un delito de trata de seres humanos con fines de explotación sexual cometido por organización, y tres delitos de prostitución coactiva. Junto a ella, otras cuatro mujeres han sido condenadas a penas de entre cuatro y diez años de cárcel por delitos de explotación sexual ajena. Sin embargo, los verdaderos cerebros del entramado para captar y trasladar a estas mujeres desde Nigeria, algunos de ellos parientes de las principales encausadas, no han podido ser identificados y puestos ante la Justicia y siguen impunemente en sus países de origen.

Pese a las reticencias iniciales para colaborar con la policía, atemorizadas aún por el supuesto poder que el vudú podría ejercer sobre ellas y sus familiares, el testimonio de tres víctimas de esta organización ha resultado clave para conocer cómo funcionan estas redes de trata de personas y ha permitido condenar a las dos «madames» que se encargaron de su recepción al llegar a tierras valencianas, y a quienes debían pagar semanalmente entre 700 y 800 euros, según aseguraron y consta acreditado en los libros de cuentas.

También han sido condenadas dos hermanas de nacionalidad ecuatoriana que regentaban una casa de citas en la plaza Honduras de València y una tercera mujer, de origen boliviano, que cobraba a otras por ejercer la prostitución en un inmueble de Alzira. Un sexto acusado, de nacionalidad nigeriana y novio de una de las presuntas cabecillas, ha sido exonerado de todos los cargos. Sobre el único absuelto en la causa, defendido por el letrado Pablo Gonzálvez Ortega, la sentencia de la Sección Segunda de la Audiencia de València establece que no existe prueba suficiente que justifique la atribución a este acusado de su cooperación necesaria para la comisión del delito de prostitución coactiva.

Marta, nombre ficticio para preservar su anonimato, relató en la vista oral los motivos por los que abandonó su país y cómo en Nigeria un amigo le presentó a un hombre, quien le hizo creer que podía dejar la vida tan precaria que llevaba si viajaba a España, donde su hija le ayudaría a encontrar trabajo, sin especificarle en ese momento de qué tipo de empleo se trataba.

El duro viaje hasta España

En un primer momento ni siquiera les exigen el pago de dinero alguno para costear el viaje. No obstante, a los tres días Marta recuerda que le realizaron un ritual de vudú con cabello, vello púbico y uñas. Fue entonces cuando le dijeron que debía pagar 30.000 euros, sin aclararle tampoco cómo iba a tener que saldar su deuda.

El viaje fue duro. Por tierra, primero en un autobús de Nigeria a Níger, y posteriormente en coche hasta las costas Libia. Así hasta tomar una patera junto a otras personas a las que no conocía, con sus propios dramas y futuro incierto, para poder cruzar el Mediterráneo. Cerca de Italia relata que fueron rescatadas por las autoridades italianas y llevadas a un campamento de acogida temporal de migrantes. Allí Marta contactó con un número de teléfono que le habían dado, el cual se había memorizado porque no lo podía llevar apuntado.

Un hombre, sin identificar, la recogió y la acompañó en avión hasta Barcelona con documentación falsa. Desde la ciudad condal tomó un autobús a València ella sola. Antes de subirse le entregaron un teléfono móvil con un número al que tenía que llamar al llegar a la capital del Túria.

Una de las condenadas fue la persona que la llevó a Alaquàs y le informó de que manera iba a tener que saldar la deuda contraída. Las víctimas aseguran que nunca llamaron a la policía para denunciar lo que estaba pasando por miedo. «Creo en Dios, pero el vudú es otra cosa. Si no cumplía con lo que querían de mí enfermaría y moriría».

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