El municipio turolense de Fuentes de Rubielos se despierta alejado de su habitual silencio y quietud desde que hace tan solo unas semanas casi una decena de niños y niñas inundasen sus calles con sus cánticos y clamor.

Como las otras 4.982 poblaciones rurales españolas, esta localidad se enfrenta a un problema de desertización demográfica. Y es que, en sus más de 39 kilómetros cuadrados de superficie tan solo habitan 130 personas, hecho que plantea numerosas problemáticas para el municipio. La última de ellas fue la supervivencia de su escuela pública, ya que al término del curso anterior, el colegio solo contaba con una alumna matriculada.

Ante esta situación, y gracias a la implicación vecinal, el consistorio fuenrubeliano y la Asociación contra la Despoblación Rural han conseguido devolverle vida al pueblo al atraer a dos familias, una de ellas valenciana, con hijos en edad escolar a la localidad. De este modo, tras las cinco nuevas matriculaciones el centro educativo podrá seguir abierto.

Los Orellana-Moreno dejaron atrás su València natal para iniciar una nueva vida en Fuentes de Rubielos. Se instalaron en la localidad el pasado 25 de agosto, una decisión que les ha llenado de alegría.

«Es un cambio grandísimo, pero estamos encantados. La vida en la capital con cinco hijos es muy dura», manifiesta Araceli Moreno, madre de la familia repobladora valenciana, quien añade que «tener hijos en València es una enfermedad y en un pueblo, por el contrario, una alegría».

Tres de ellos, los más pequeños, ya forman parte del ansiado nuevo alumnado de la escuela municipal, mientras que los otros dos asisten al instituto de Mora de Rubielos. Para esta orgullosa madre, la alegría de poder criar a su familia en el pueblo es «enorme». «Gracias a mis hijos la escuela se mantiene abierta, la educación es una máquina que no puede fallar», afirma.

Vida rural

Araceli llevaba dos años buscando asociaciones con el propósito de mudarse a una población rural hasta que la Asociación contra la Despoblación se puso en contacto con ella. Desde ese momento, como afirma, «la ayuda con el ayuntamiento ha sido mutua».

Desde la institución pública se han facilitado todas las herramientas necesarias para la integración de la familia valenciana en el municipio, desde el asesoramiento para la búsqueda de empleo hasta el acceso a una vivienda de alquiler de precio reducido.

«Ahora vivo en una casa de dos pisos con cinco habitaciones y una pequeña parcelita por tan solo 173 euros al mes», explica Araceli, que imagina su futuro en el pueblo impartiendo clases de baile.

Un propósito para el cual el ayuntamiento le ha ofrecido el alquiler de una nave por la simbólica cantidad de 20 euros. En el caso de su marido Omar Orellana, cocinero desde hace 25 años, el consistorio le propone ofertas de trabajo constantemente relacionadas con la hostelería, un sector que «tira mucho» en la localidad, según Moreno.

No obstante, la vida rural no solo ofrece estas ventajas a esta familia de València. Las facturas de agua y luz se reducen a la misma velocidad que Manuel Iker, Omar, María Amparo, Claudia y Araceli, los cinco hijos del matrimonio, aprenden a relacionarse sin el uso de medios tecnológicos.

«Mis hijos están encantadísimos, en el pueblo tienen más libertad. No ven la tele ni están pendientes del móvil, solo salen a la calle y juegan», comenta la madre. Además, el Gobierno de Aragón les otorga la ayuda por hijo a cargo que asciende a un total de 300 euros mensuales.

Tres semanas han sido suficientes para que esta familia se contagie de la hospitalidad de sus vecinos, que les ofrecen tomates, pepinos y demás productos de sus huertas, y no duden en animar a otras personas a repoblar localidades cada vez más deshabitadas. «Las cosas materiales, si las pones en una balanza, no valen casi nada en comparación con la calidad que tiene la vida en el pueblo», concluye Araceli Moreno.