Dos terceras partes de las víctimas de trata son mujeres. De estas, el 79 % lo son con fines de explotación sexual. Estos datos de la ONU, recordados ayer por la cineasta y directora del documental y el libro "El proxeneta", Mabel Lozano, en el nuevo ciclo de debates de la Nau (organizado por la Unidad de Igualdad y moderado por la periodista Noa de la Torre), “Els homes davant la prostitució: prostituidors i proxenetes”, evidencian una realidad “irrefutable”: que la prostitución, “el mercado de la carne”, se nutre de la trata.

Y esto ocurre, denunció ayer Lozano, en una sociedad garantista y “libre” en la que, mientras las rotondas y los polígonos se llenan de mujeres prostituidas, “nadie quiere ver que la esclavitud existe”. Una esclavitud que, en España, “tiene cara de mujer migrante”, aseveró la cineasta. Y tienen este, y no otro rostro, porque “no hay mujeres españolas suficientes para llenar la ingente cantidad de burdeles” que reinan en España: “Las tienen que captar”.

La voluntariedad en la prostituida no es más que una fábula, explicó Lozano. “Únicamente existe el consentimiento viciado. Eso es el proxenetismo consentido”, enfatizó. Y “precisamente la tipificación de este proxenteismo consentido hace que estos señores campen a sus anchas”. El por qué se explica en el miedo, pero también en la brecha social y la desigualdad de género que promueve mujeres en situación de vulnerabilidad que dicen sí a la prostitución “sin siquiera sentirse víctimas”. “Consienten”, narró Lozano, “porque no tienen para dar de comer a sus hijos. Consienten por ese sueño migratorio a pesar de tener que endeudarse. Consienten porque quieren ser felices”.

Este “negocio”, el segundo más lucrativo del mundo, es “claramente mantenido por la alta demanda de sus clientes”. De hecho, según indicó Lozano, el 38 % de los hombres españoles reconoce haber sido usuario de la prostitución. No obstante, tal como explicó la investigadora Raquel Rosario (que también participó en el debate de la Nau), su invisibilidad dentro de la crítica social alrededor de la prostitución les ha evitado, en más de una ocasión, ser el blanco de las críticas. En su lugar, la culpabilización siempre apuntó directamente a ellas.

“Como si la prostituta pudiese ser capaz de encarnar ella sola todo este entramado sin tener en cuenta que sin ellos, sin los prostituidores, no habría prostitución”, indicó la socióloga e investigadora Beatriz Ranea (tercera participante en el debate). Ranea, por tanto, instó a la sala a preguntarse “¿por qué dejamos caer la carta de la prostitución sobre quienes ya llevan sobre su espalda el peso de la desigualdad?”.

“Reseñas”

Raquel Rosario, por su parte, enunció en la mesa redonda los resultados de su investigación sobre las masculinidades de los hombres prostituidores, las dinámicas y los comportamientos de aquellos que utilizan las comunidades virtuales para relacionarse. “Internet”, explicó Rosario, “se ha convertido en una herramienta para facilitar el acceso al cuerpo de las mujeres”. Con estas plataformas el hombre puede diseñar el encuentro sexual (elegir las características de la prostituida y los actos) para después reseñar con un “sí”, un “no” o un “neutral” si repetirían la experiencia con la misma mujer.

“Una reseña que sitúa el cuerpo de la prostituida al mismo nivel que a un móvil”, denunció Rosario. Y en el que ponen en una grave tesitura a la mujer: cuántas más reseñas negativas, a más problemas tendrán que enfrentarse con su proxeneta.

¿Qué suele ser reseñado como negativo? Cualquier tipo de límite que ella fije sin siquiera tratarse de una negativa al acto sexual. De hecho, según la investigación de Rosario, el servicio más demandado suele ser el “de la novia”, aquel en el que, no contentos con controlar el cuerpo de la prostituida, piden monotorizar también sus emociones. “Lo que quieren es una compañera eternamente controlable, una mujer que quiera ser liberada pero siguiendo sus directrices... Lo que piden es, a fin de cuentas, un empoderamiento controlable”, aseveró. “Quieren la intimidad que da una novia, pero con una duración máxima de 30 minutos; que sienta placer, pero solo el justo”, expresó. Una posición “totalmente agotadora” para ellas, que se ven obligadas a jugar a este juego tantas veces al día como lo demande la clientela.

La justificación para llegar a estos límites la expuso la socióloga Ranea: el feminismo latente, y la consecuente pena social hacia el prostituidor, ha hecho que los hombres se "autoposicionen como víctimas" de la marea violeta y encuentren en el prostíbulo el “refugio de esa masculinidad hegemónica y tóxica”.