Con apenas un año, el pediatra de Marina Montoya detectó que la pequeña padecía discapacidad auditiva. Frente a todo pronóstico, sus padres eludieron el «período de duelo» común en estas circunstancias e iniciaron la búsqueda de respuestas, encontrando la ayuda y el apoyo que necesitaban en la Asociación de Padres y Amigos del Sordo de València (ASPAS).

«Cuando le detectaron la sordera a Marina la angustia nos comió porque creí que nunca llegaría a hablar, que no tendría un desarrollo normal», relató ayer Iván Montoya, su padre, en una jornada organizada por ASPAS con motivo del Día Internacional de las Personas Sordas. Sin embargo, en esta jornada lúdica (organizada en el Oceanogràfic), Marina demostró que el miedo que sintió su padre era infundado. Junto a otras tres compañeras con sordera, leyó en voz alta, y ante más de 70 personas, un manifiesto con el que dar difusión e información sobre el colectivo de personas sordas oralistas.

Y es que se calcula que más del 98 % de las personas con discapacidad auditiva pueden comunicarse con total normalidad (según el INE, en España hay más de un millón de personas con discapacidad auditiva y solo 13.300 emplean la lengua de signos).

No obstante, para que estas circunstancias sean factibles, es imprescindible una detección temprana de la pérdida auditiva, igual que lo es que los logopedas sean especializados en sordera. Según Rosa Vercher, presidenta de la asociación, la mayoría de los logopedas que ofrece la sanidad pública no cuentan con esta formación. De hecho, uno de los profesionales que atendió a Sara Iborra no tenía esta especialización, por lo que, según relata su madre «perdió un año entero de locución».

Hay que tener en cuenta que, hasta los siete años, los menores necesitan una ayuda logopédica de al menos cinco sesiones a la semana (a 50 euros la sesión), así como la inserción del audífono o de un implante coclear (según las necesidades). «Si el sistema responde bien en este primer período de su vida, estas personas consiguen ser totalmente autónomas en su etapa adulta... Muchos ni siquiera requieren las ayudas por discapacidad», indicó Montoya.

Inclusión

La calidad de vida de la persona con sordera ha mejorado mucho gracias al desarrollo de la tecnología. A los audífonos y al implante se suman también el subtitulado y las emisoras de frecuencia modulada en los colegios. Unos aparatos con un sistema similar al que se utiliza, por ejemplo, en las visitas guiadas a los museos, con el fin de que la voz del profesor llegue directamente a su oído, como si estuviera apenas a 15 centímetros de distancia. «Hay que tener en cuenta que, aunque puedan oír, con el audífono escuchan todas las voces al mismo volumen, por lo que en un colegio, con el alboroto de los compañeros, es muy difícil que un niño con sordera pueda entender lo que explica el profesor», explicó Vercher. Sin embargo, estos aparatos, que «en teoría deben tener todos los colegios públicos», suelen tener unos diez años de antigüedad y su calidad es menor.

Así que son muchas las familias que deben desembolsar una gran cantidad de dinero, de hasta mil euros, para que sus hijos accedan a una educación estándar. «Sabemos que esto está fuera del alcance de muchas familias», indicó Vercher. Igual que la compra de un audífono (3.000 euros) o la reparación de este. «Al menos hay que reparar los cables dos veces al año y esto supone un desembolso de 1.500 euros por cable; la administración no da ayudas para ello», indicó Mari Pérez.

Por ello, la asociación dona audífonos de segunda mano a aquellas familias que no poseen el capital suficiente, con el fin de facilitar en todo lo posible su plena inclusión.