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Identidad: En la encrucijada extremista

9d´Octubre. Senyera y mocador, Te Deum y Sant Dionís. València celebra su compleja identidad, a medio camino entre lo institucional y lo popular, y lanza un redoble de tabalet. Pero lo que devuelve el eco no es festivo; son tambores de guerra. Es Europa, la Europa de las fronteras, la amenaza populista y la xenofobia.

Este viejo continente edificado sobre siglos de guerra se enfrenta a un otoño caliente. La Unión Europea tiene un ojo en poniente, donde Theresa May hace equilibrios para sacar a Reino Unido de la UE sin grandes costes y sobrevivir al mismo tiempo a la presión de los euroescépticos de su partido. Al sur, la furibunda Liga de Matteo Salvini, al mando de Italia con puño de hierro, coquetea con el grupo Visegrád (Hungría, República Checa, Polonia y Eslovaquia) liderado por Víktor Orbán, que ha convertido la frontera oriental en una alambrada para los inmigrantes y un desafío a Bruselas hasta el punto de motivar sanciones del Parlamento Europeo a Hungría.

En el corazón del proyecto, Macron trata de contener el crecimiento de la ultraderecha lepeniana; los nostálgicos del imperio austrohúngaro dictan las líneas del Gobierno de Sebastian Kurz, y en el motor alemán, Angela Merkel no logra frenar el desencanto que ha devuelto el fantasma de la ultraderecha a las instituciones y que vuelve a exhibir simbología nazi en las calles.

Con una cita electoral europea en mayo que va a inflamar más aún los discursos nacionalistas, la nueva izquierda hegemónica de la Comunitat Valenciana llega a este Nou d´Octubre con el reto de modelar un nuevo relato en esta encrucijada de extremismos. Una noción de valencianidad condicionada no solo por lo que está ocurriendo en Europa, sino, sobre todo, por el fantasma del independentismo catalán.

"Cuando leo discursos oficiales, institucionales, se apela a un Nou d´Octubre para todos y no para un grupo étnico o lingüístico. A mí, me interesa", señala Vicent Flor, sociólogo y director de la Institució Alfons el Magnànim. "Si fueran apelaciones a divisiones sociales, sería negativo. La democracia contemporánea, igual que acepta el pluralismo político, ahora tiene el reto de aceptar el pluralismo identitario. Y no es malo: no hay buenos y malos valencianos. Es un reto, aceptar que el legado histórico y actual es plural. Igual que el 4 de julio en EE UU no puede ser igual para un afroamericano que para un wasp -white anglo-saxon protestant-, aquí puede ser lo mismo. Es lo que debería ser normal".

Por oposición al discurso ultranacionalista que llega de Europa, la nueva construcción identitaria valenciana ha dejado este 2018 un episodio de una fuerza narrativa notable. Mientras en Italia el ministro del Interior Salvini celebraba que un barco salido de Libia no entraría en su país, en València las autoridades hacían cola para dar la bienvenida a los migrantes del Aquarius.

Javier de Lucas, catedrático de Filosofía del Derecho y Filosofía Política de la Universitat de València, analiza el acontecimiento del pasado 17 de junio: "Hay un porcentaje de ciudadanía que ve lo del Aquarius como un motivo de orgullo y como muestra de solidaridad. El deber de socorro es un deber básico. La operación Aquarius del gobierno del Botànic es una apuesta por mostrar que este pueblo, este país valenciano, somos gente que tenemos otros valores. Por recuperar una dignidad y un orgullo que había sufrido un déficit reputacional, y que nos hacía gente apegada a la corrupción, a aprovecharnos de lo ajeno y no respetar a los demás si no se nos vigila. Es una operación justificada por el objetivo.

La identidad política que queremos construir es en torno a valores de sociedad abierta, inclusiva, igualitaria y plural. Es una operación que aplaudo desde el punto de vista del mensaje. Son valores compartidos por los valencianos", opina. De Lucas, no obstante, apunta que es en las partidas presupuestarias donde se mide la diferencia entre una operación de comunicación y una línea de actuación gubernamental.

Para el politólogo Francesc Miralles, lo que subyace en la operación Aquarius forma parte del adn de Compromís y del movimiento fundacional de Podemos: "Reinventar la identidad valenciana y española a través de parámetros del estado del bienestar. Es una visión más institucionalista que identitaria. Me parece que responde a esto. También a que Cataluña ha dejado de ser el faro del área mediterránea".

Compromís, más la rama liderada por Mónica Oltra que el mayoritario Bloc Nacionalista, lleva tiempo configurando un discurso de valencianidad ligado al concepto de integración, un patriotismo más de personas que de banderas. La situación no deja de ser paradójica: el partido que ha elevado al 18,7 % el techo del valencianismo político parlamentario renuncia precisamente a algunas señas identitarias esenciales.

"No lo veo [la acogida del Aquarius] como una cuestión de calado identitario sino como una estrategia política de parte de Compromís. Es una manera de reconfigurar el marco: te alejas de una realidad profundamente conflictiva como la identidad valenciana, que es emocional pero movilizadora de voto. No tuyo pero sí del rival", describe la politóloga y profesora de la UV, Aída Vizcaíno.

De nuevo, Cataluña. Vizcaíno apunta a declaraciones de los líderes de Ciudadanos -apelando a las similitudes entre València y la situación catalana, o al supuesto retroceso del castellano- : "Volvemos al runrún de la Batalla de València, que se usa en determinados momentos, como en los 90 con la fagocitación de Unión Valenciana por el PP. Es recurrente porque seguimos sin resolver el conflicto. Y costará mucho".

En efecto, el temor al coste electoral del fantasma del catalanismo parece haber provocado en los últimos tiempos episodios inauditos, como el vacío de dirigentes de Compromís a una exposición como la de Antoni Miró que incluía simbología política independentista; o la ruptura con la antigua CiU, tradicional aliado del Bloc en las elecciones europeas.

Vicent Baydal, medievalista y profesor de Historia del Derecho de la UJI, apunta a otra ´renuncia´ de la nueva izquierda hegemónica en las instituciones: un vaciado de contenido histórico incluso en los propios festejos del Nou d´Octubre.

"Lo que veo es que hoy se intenta restar carga histórica al Nou d´Octubre por miedo a que se asimile a un movimiento identitario. También por la situación en España, donde están mal vistos los nacionalismos periféricos. Cualquier gesto en promoción del valencianismo es contestado por grupos de poder comunicativos y políticos en València. Creo que se le quita carga histórica por tacticismo. No es que yo quiera la cabalgata de Camps de 2008 [un desfile de la victoria de Jaume I con 700 personajes y 120 caballos que costó casi 700.000 euros]. Los actos musicales y abrir los palacios está bien, pero diluye el mensaje. Da la apariencia de no querer molestar, se hace poco énfasis en el recuerdo del nacimiento de la colectividad valenciana", describe.

La identidad valenciana se mueve en el conflicto entre dos grupos etno-históricos: por un lado, el valenciano, heredero de la historia, cultura, lengua y conciencia de los valencianos como pueblo desde el siglo XIII; por otro, el grupo etno-histórico castellano, más grande, en el que está insertado el primero a través de una España de preeminencia castellana. Y la violencia vivida en la jornada festiva de hace un año se imbrica en esta dialéctica. La duda es si solo fue eso o si puede entenderse como un acto reflejo de los movimientos populistas, con brotes violentos, que se viven en todas las latitudes europeas.

La mayoría lo descarta. «No es necesario apelar a lo que esté sucediendo en otros países, o en otros lugares de nuestro país -véase la recurrente violencia que se vive en las calles de Cataluña- para explicar lo que pueda pasar en nuestra propia comunidad: las causas de la tensión, y quienes desde uno y otro lado la promueven, son en su inmensa mayoría locales», apunta el catedrático de Derecho Constitucional de la Universitat de València Carlos Flores.

"La violencia ultra es un fenómeno endógeno. Un fenómeno que no es en realidad de xenofobia sino de competencia del territorio entre próximos. Hay un problema de un sector que construye su identidad por un proceso de diferenciación intentando separarse de los próximos que amenazan la hegemonía, que son los catalanes", apunta Javier De Lucas.

Francesc Miralles también lo sitúa como una "especificidad muy valenciana", pero alerta: "Tiene que ver con la idea de la deserción. La izquierda ha dejado de plantear un proyecto en la calle para centrarse en las instituciones. La extrema derecha está en proceso de reinvención y el problema catalán es un fuerte agregador. El procés le ha dado carta de naturaleza y ecos mediáticos a gente que no lo tenía".

Y añade: "Tiene que ver que hay cierto descontento a nivel español y valenciano que no se ha manifestado por ningún lado. Bebe de un perfil de trabajador empobrecido y cierta clase media frustrada que busca una salida y una solución autoritaria. Es lo que pasa a nivel europeo, pero con filias y fobias típicamente valencianas".

Poco recorrido para el extremismo

¿Puede evolucionar este conflicto identitario hacia un escenario similar al europeo, a movimiento político extremista? Difícil. Vizcaíno cree que la escalada dialéctica de PP y Ciudadanos "sirve de colchón" para mantener a ese votante más extremo dentro del marco democrático. "La extrema derecha apela a la unidad de España, fundamentalmente. Si el consumo electoral de la extrema derecha es sobre el eje identitario y territorial, con las declaraciones desde PP y Cs está más que cubierto. ¿Para qué ir al espacio antidemocrático? La dialéctica es más agresiva pero sirve de cortafuegos. Debe cambiar mucho para alcanzar a Polonia, Alemania o Austria", concluye.

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